El escritor Mario Vargas Llosa dejó patente hoy su maestría en el arte de fabular y regaló un cuento al más del millar de invitados que asistieron a la cena de gala que siguió a la entrega de los Premios Nobel.
Mercedes Bermejo/EFE
«Soy un contador de historias y, por lo tanto, antes de proponerles un brindis, voy a contarles una historia», dijo.
«Érase una vez un niño que a los cinco años aprendió a leer. Eso le cambió la vida. Gracias a los libros de aventuras que leía, descubrió una manera de escapar de la pobre casa, del pobre país y de la pobre realidad en que vivía, y de trasladarse a lugares maravillosos, espléndidos, con seres bellísimos y cosas sorprendentes donde cada día, cada noche, significaba una manera más intensa, aventurera y novedosa de gozar», prosiguió.
«Gozaba tanto leyendo historias que, un día, este niño, que ya era un joven, se dedicó también a inventarlas y escribirlas. Lo hacía con dificultad pero, al mismo tiempo, con felicidad y gozando cuando escribía tanto como cuando leía», continuó su fábula.
«Sin embargo, el personaje de mi historia era muy consciente de que una cosa era el mundo de la realidad y otra, muy distinta, el mundo del sueño y la literatura y que éste último sólo existía cuando él leía y escribía. El resto de tiempo, se eclipsaba.»
«Hasta que en un amanecer neoyorquino el protagonista de mi cuento recibió una sorpresiva llamada en la que un señor de apellido impronunciable le anunció que había recibido un premio y que tendría que ir a recibirlo a una ciudad llamada Estocolmo, capital de un país llamado Suecia (o algo así)», contó el nuevo premio Nobel.
«Mi personaje comenzó entonces, maravillado, a vivir, en la vida real, una de esas experiencias que, hasta entonces, sólo existían para él en el dominio ideal e irreal de la literatura. Todavía sigue allí, desconcertado, sin saber si sueña o está despierto, si aquello que vive lo vive de verdad o de mentiras, si esto que le pasa es la vida o es la literatura, porque los límites entre ambas parecen haberse eclipsado por completo».
«Queridos amigos, ahora ya puedo proponerles el brindis prometido.
Brindemos por Suecia, ese curioso país que parece haber conseguido, para ciertos privilegiados, el milagro de que la vida sea literatura y la literatura vida.
¡Salud y muchas gracias! «, concluyó.
Tras recoger el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia, Mario Vargas Llosa y los galardonados en Química, Física y Economía se trasladaron al Ayuntamiento de Estocolmo para celebrar una cena de gala presidida por el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia de Suecia.
Encabezados por la familia real sueca, los galardonados descendieron por la escalinata de la Sala Azul del Ayuntamiento de Estocolmo, donde esperaban más de mil invitados.
Tras un brindis en honor del rey Carlos Gustavo de Suecia y Alfred Nobel comenzó una cena cuyo menú es el secreto mejor guardado de este país.
Como si se tratara de una coreografía única una y mil veces ensayada, desfilaban por las escaleras de la Sala Azul de Estocolmo para servir y retirar los platos de las 66 mesas dispuestas para la ocasión.
Todo estaba milimetrado para esta cita a las 19:25 hora local (18:25 GMT).Los comensales tomaron la entrada de un austero menú que consistía en una gelatina de oca aderezada con frutas.
A las 20:16 se sirvió el plato principal a base de pescado y a las 21:00 llegaron los postres que endulzaron una cena cuyo punto final lo pusieron los agradecimientos de los premiados.
Intervinieron uno de los premios de Física, Andre Geim, otro de los galardonados con el de Química Ei-ichi Negishi, que dieron la palabra al literato peruano Mario Vargas Llosa que aunque pronunció su discurso en inglés dio las gracias en castellano.
El laureado escritor recibió los aplausos de su familia, sus amigos, el mundo político y cultural de Suecia así como de la ministra de Cultura española Ángeles González-Sinde y de su colega peruano Juan Ossio.
Los discursos de los galardonados rompieron la frialdad de la ceremonia de entrega que había tenido lugar antes en la Sala de Conciertos de Estocolmo y si un espectáculo de danza moderna y Music Hall amenizaron la cena un vals dio paso a una noche de baile desafiando las rigurosas temperaturas de 10 grados bajo cero que Estocolmo ofrece estos días.
Las mujeres lucían preciosos vestidos con espaldas descubiertas adornados con preciosas joyas y trabajados peinados.
La noche se cerró bajo un cielo de nubes azules abierto al universo de Estocolmo.
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