La pandemia de COVID-19 ha quedado atrás, pero no sus efectos devastadores.
Antes del coronavirus, un japonés de apellido Takada (un seudónimo) era dentista, ganaba 10 millones de yenes (66 mil dólares) al año y vivía en una zona exclusiva en la región de Kansai con su esposa y su hijo.
Su confortable vida comenzó a desmoronarse con la pandemia, revela la revista Spa, que narra su caída en picado en un reportaje que reproduce Japan Today.
Perdió clientes por miedo al contagio. Más adelante, las tarifas de servicios públicos aumentaron por la inflación, que también disparó los costos de los insumos dentales.
Los ingresos en la clínica donde trabajaba cayeron, a la par que aumentaban las tensiones en su centro de trabajo.
Se llevaba mal con el director de la clínica y lo despidieron. Así acabó el 2021.
No todo estaba perdido, sin embargo, pues aún seguía siendo odontólogo y podía trabajar por su cuenta.
Pero, agobiado por la presión, se derrumbó, No pudo afrontar la repentina adversidad y se hundió en la depresión.
No pudo con los gastos: el préstamo hipotecario de 350.000 yenes (2.300 dólares) al mes, los exorbitantes 20 millones de yenes (132 mil dólares) que costaba el primer año de la escuela de odontología de su hijo.
Pidió prestado aquí y allá, pero la situación se tornó insostenible.
Un día la empresa inmobiliaria lo llamó para que pagara; de lo contrario, subastarían su casa.
Su esposa entró en pánico y Takada huyó, abandonando a su familia.
Ahora es un homeless. Duerme en la camioneta prestada de un amigo, en estacionamientos de supermercados o zonas de servicio de autopistas.
Un día, el hombre de 47 años entró en una cafetería que está cerca de la clínica donde trabajaba. Iba a pedir un desayuno, pero cuando se dio cuenta de que el precio había subido a 200 yenes (1,32 dólares), el dentista que llegó a ganar 10 millones de yenes al año se fue sin pedir nada. (International Press)
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