La discriminación hacia los okinawenenses de padres estadounidenses y madres japonesas es más marcada en aquellos con ancestros afroamericanos.
El dolor es mayor aún cuando la discriminación proviene de la propia mamá. La padeció una mujer en la cincuentena que reside en Okinawa, hija de un soldado estadounidense mestizo.
La madre creía que el soldado era blanco, por eso se sorprendió al notar la piel oscura de su recién nacida hija. Ahí descubrió que el padre de su bebé tenía ancestros negros.
La okinawense, entrevistada por Mainichi Shimbun, relata que su mamá se quejó por estar “maldita con un karma malo”.
Sus abuelos maternos se hicieron cargo de ella desde que tenía 5 años. Si bien la situación en casa mejoró, en la escuela sufrió experiencias terribles.
Era una estudiante de primaria cuando unos compañeros de clase le dijeron que no tocara unos papeles para no “ensuciarlos” y vertieron agua lodosa en su mochila.
La mujer vivía cerca de la base estadounidense de Kadena. Cuando los aviones B-52 partían de la instalación militar para misiones de bombardeo en Vietnam, los niños, en la puerta de la escuela, le gritaban: “¡B-52, vete a casa!”. En ocasiones, ella lo hacía.
La niña intentó blanquearse. Una vez, compró lejía importada de EEUU con su propina para frotarse la piel usando un cepillo.
Se escondía debajo de las sábanas y lloraba. “Quería huir del mundo”, dice.
Su vida cambió cuando tras culminar la secundaria asistió a una preparatoria privada, lejos de donde vivía. Conoció a personas con una experiencia similar a la suya. “Era como el paraíso”, recuerda.
VIVIR SIN CULPARSE A UNO MISMO
Peor que el racismo contra uno es el racismo contra los hijos. Lo ha vivido en carne propia Ai Oyafuso, una mujer de 39 años, hija de un soldado afroestadounidense.
La mujer dice que puede ignorar los ataques contra ella, pero que no tolera cuando son dirigidos contra sus cuatro hijos.
Hace unos meses, los compañeros de clase de uno de sus hijos, una niña en tercer grado de primara, se pintaron la piel con tinta y gritaron: “¡Somos negros!”.
A su hijo mayor, en quinto grado, lo han llamado “gaijin” (extranjero).
Ai no está dispuesta a dejar pasar por alto los agravios y acudió a la escuela para hablar con los niños que discriminaron a sus hijos y con sus padres.
La mujer ha participado en protestas contra el traslado de la base militar de Futenma de una parte a otra de Okinawa. Pese a ello, no puede evitar sentir la falta de reconocimiento de sus coterráneos como una de ellos.
“He reivindicado mi identidad como uchinanchu (okinawense), pero la sociedad y los que me rodean no me permiten serlo. Siempre he sido negra a sus ojos”, dice.
El movimiento Black Lives Matter la ha acercado a sus raíces afroamericanas, haciendo que se sienta mejor, más positiva, con respecto a su condición de mujer negra.
El cambio es tanto interno como externo. Cuando era chica no se sentía cómoda con su cabello, pero ahora luce con alegría trenzas de colores.
Ai declara a Mainichi Shimbin que ahora se siente mejor que cuando no quería que la vieran como una persona negra.
“Me gustaría que los asiático americanos vivieran sin culparse a sí mismos”, dice. Como bien apunta, los que están mal no son ellos, sino los discriminadores. (International Press)