Por Jorge Barraza*
El Borussia venció al Real Madrid 4 a 1 en Alemania. En la revancha, si el cuadro blanco ganaba 3 a 0 en España, hubiese sido finalista de Europa. Alguien que no entienda de fútbol habría formulado una pregunta lógica: “Si han ganado un partido cada uno y han marcado la misma cantidad de goles ¿por qué uno debería quedar eliminado…? ¿qué hizo el otro para clasificar?”
Entonces nosotros, fungiendo de sabihondos, explicaríamos que desnivela el gol de visitante. La verdad es que nunca estuvimos de acuerdo con que desempaten los goles de visitante. Es injusto. Si un club vence 1 a 0 y el otro lo revierte luego 2 a 1, ambos tienen el mismo mérito deportivo.
Este sistema nació hace 40 años para estimular el fútbol ofensivo e impedir que el visitante presentara un juego extremadamente defensivo. Arrancaba un partido y el forastero se colgaba del travesaño. Era espantoso. Luego hubo otras razones. Se utilizó porque no es posible programar un tercer partido (el calendario está saturado; además nunca se sabría cuándo terminarían los campeonatos) y porque la televisión no podía tolerar tantas definiciones por penales, que insumen media hora más de transmisión. En el caso de la Libertadores, al haber varios cotejos en un día y televisarse todos, es necesario tener una certeza de la hora en que terminan. En Europa directamente no gustan de los penales. Platini es enemigo declarado de los tiros de 11 metros. En el Mundial ’86 pateó uno y la pelota no apareció más.
Alguien podría quejarse de la excesiva influencia de la televisión. Pero es la que, en un gran porcentaje, sostiene esta actividad; es lógico que sea escuchada y atendida. Además, la TV permite que todos podamos ver todo. Gracias a ella, una final del mundo no es un espectáculo para 80.000 privilegiados sino para el planeta entero. El 25 de mayo tendremos la final de Wembley en directo, en color y en alta definición.
No descalificamos en absoluto el valor doble del gol de visitante, tiene su atractivo, pero convengamos que genera distorsiones. Años atrás, Gerardo Martino era entrenador de Libertad de Paraguay. Habían empatado 0 a 0 con Tigres de Monterrey en México y le preguntaron si en Asunción iba a salir a atacar con todo. “No sé, más bien diría que actuaremos con cautela-, respondió. -Traerse un punto de México es bueno, pero si salimos a lo loco en casa y nos convierten, después estaremos obligados a ganar, porque el empate no nos serviría. Con el 0 a 0 al menos tenemos la chance de los penales. Hay que estudiar muy bien la táctica. Este sistema pareciera estimular el fútbol ofensivo, pero no es tan así”.
Martino nos hizo pensar: un equipo empata fuera de casa 0 a 0; de local va igualando 1 a 1 y no le alcanza, necesita imperiosamente ganar. O sea: uno con 2 empates avanza; el otro requiere de un empate y un triunfo. Un gol pasa a valer igual que una victoria. ¿No es demasiado?
Por eso siempre hemos preferido los tiros desde el punto del penal. El penal no es ninguna lotería, es un hecho técnico y mental. Por eso se elige a los mejores ejecutantes. Y para imponerse hay que convertir un tiro más que el adversario. Ya hay un mérito. También aportan emoción. Y aparecen los expertos rematadores y los héroes que atajan. Es bonito.
Lo que sí debemos convenir es que en estos juegos de ida y vuelta, el gol de visitante genera situaciones atípicas, angustiantes, y le aportan dramatismo al espectáculo. No parecía imposible que el Madrid hiciera 3 goles. Tres goles se pueden hacer, más con el poderío, la historia y la grandeza ‘merengue’. Y con una dotación ofensiva como Cristiano, Benzema, Higuaín y Di María. El tema es que no le convirtieran. Si recibía uno ya tenía que señalar 4. Y si encajaba 2 debía anotar 6, por ese plus de los goles de visitante. Es un juego de equilibro muy delicado.
Idéntica situación vivió Independiente ante Cruzeiro en la semifinal de la Libertadores de 1975. Tenía que ser 3 a 0, no otro resultado. Y el Cruzeiro era un equipazo, aquel de Nelinho, Dirceu Lopes, Wilson Piazza, Raúl, Joaozinho, Palhinha y toda la parentela. A los 30 segundos de juego, un bombazo de Nelinho desde 45 metros casi rompe el travesaño. El sensacional rematador tenía pie de cenicienta, calzaba 39 y le entraba con todo el empeine a la pelota, sacaba bombas teledirigidas de su pie derecho. Llevaban una potencia descomunal y tenían precisión. Quedamos congelados y desesperanzados en la tribuna. ¡Dios mío, si estos empiezan así…! Al final la mística de Independiente se impuso y fue 3 a 0 nomás. En ese momento, con 21 años, Bochini era Messi, Xavi e Iniesta, los tres juntos. Pasó a la final el Rojo y conquistó su sexta corona. Esa noche muchos independientistas quedamos insomnes por la emoción.
Pero fue un parto. Cada avance brasileño era dramático. Ese Cruzeiro jugaba mucho. Tan buen equipo era que al año siguiente no se le escapó: fue campeón de América ganándole a River la final. Y en el ’77 jugó su tercera decisión consecutiva.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.