¿De qué hablamos cuando hablamos de comunidad? Por Miguel Fujita

Miguel Fujita
Miguel Fujita

Llegamos como aves de paso —un par de años, decíamos, y pegamos la vuelta— y nos fuimos quedando como quién no quiere la cosa. De eso ha pasado más de veinte años que, valgan verdades, no es ni poco ni mucho; aquí estamos desperdigados por estas tierras y muchos hemos hecho, para bien o para mal, de este país lejano nuestro hogar.

Si bien teníamos la intención de una corta estadía en Japón, ya sea por necesidad o algún interés común, comenzamos a agruparnos espontáneamente en colectivos de diversa índole (sean éstas de carácter deportivo, cultural, educacional o religioso, entre otras) circunscritos a nuestras localidades y con un limitado radio de acción.


Sin lugar a dudas, el trabajo que realizan estos grupos —voluntarios, en su mayoría— es encomiable y digno de aprecio. Como dijimos al comienzo, han pasado más de dos décadas de la gran ola migratoria peruana al Japón y si bien es cierto es una colectividad relativamente joven creo que es menester anotar algunas consideraciones sobre nuestra presencia en este archipiélago.

¿Podemos de hablar de comunidad? Si alguien me preguntase si existe realmente una comunidad peruana en Japón  —se me viene a la mente la Asociación Peruano Japonesa del Perú (APJ), la Asociación Fraternal Okinawense (AFO) y las asociaciones prefecturales, entre otras— tendría que responder que más allá de representaciones aisladas, es decir pequeños grupos dispersos y sin comunicación entre unos y otros, no hay casi nada más en el panorama actual. Claro está, los tiempos han cambiado y nosotros no somos nuestros abuelos. Hay que recordar, también, que el gran flujo migratorio se ha interrumpido y retraído: los peruanos, si llegan, lo hacen a cuentagotas y podemos añadir que son más los que se van que los que vienen.

En este estado de cosas más de una vez ha corrido la idea de reunirnos en una gran asociación que reúna a todos los peruanos de Japón. Y si bien es cierto la idea es magnífica y estimulante, mi visceral escepticismo me lanza unas punzantes preguntas ¿Eso es lo que deseamos? ¿Qué es lo que queremos? ¿Estamos preparados? ¿Qué es lo que nos une?


Hace algunos años, a la sazón corría el 2005 o el 2006, nos enteramos que se tenía planeado organizar la III Convención de la Federación Mundial de Instituciones Peruanas en el Exterior (FEMIP) en Japón y ,¡oh, maravilla!, apareció un grupo denominado FEMIP Japón —filial japonesa (hasta ese entonces desconocida) de la citada entidad— que se arrogaba la representación de los peruanos y las asociaciones de peruanos en este país aunque, la verdad por delante, carecía de genuina representatividad (o lo que se parezca a ella). Lo de la FEMIP Japón me pareció —y me sigue pareciendo: no ha cambiado en absoluto— algo artificial, prematuro y forzado. Todo tiene su tiempo y su lugar. Pero, bueno, no quiero ser un aguafiestas: sea como sea, valió el intento.

Por coincidencias del destino, este año la Embajada del Perú en Japón convocó a un conversatorio de grupos de peruanos en este país y casi inmediatamente se realizó la IV Convención de la FEMIP nuevamente en Japón y con los conocidos de siempre del (casi inexistente) capítulo local.

En el conversatorio con el embajador y autoridades consulares, los participantes coincidieron en la necesidad de crear una entidad que agrupe a todas las instituciones y colectivos de connacionales en estas tierras y que tenga lazos comunicantes tanto con la Embajada como con los consulados. De ser así esta gran asociación si tendría efectiva representatividad y sería el natural sucesor de la FEMIP Japón.


Pero volvamos un poco más atrás: haciendo la analogía con un ser vivo, la colectividad peruana ha pasado de la niñez a la adolescencia y, ya con 20 años a cuestas, hemos alcanzado la mayoría de edad y creo que, ahora, estamos listos para nuevos retos. Vuelvo a repetir que todo tiene su tiempo, hay que dejar que la fruta madure y caiga por su propio peso.

Hay que reconocer el interés de la Embajada por oficiar de artífices de este gran salto cualtitativo pero no hay que olvidar que los embajadores vienen y van y los que nos quedamos somos nosotros. ¿Qué nos depara a nuestra colectividad? Sólo el tiempo lo dirá.


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