En la cancha, Mourinho y sus jugadores demostraron que esos fastos no eran simples cacareos. Salieron decididos como nunca a regar el césped con su sangre. Y así vencieron.
Por Jorge Barraza*
“La plata bien ganada es la que más dura”, dice el irlandés. Y algo de eso había en el festejo alocado de todo el Real Madrid. Tenía la fuerza interior, la emoción genuina, la honrada satisfacción del que ha dejado el alma, la piel y hasta la última gota de aliento por la conseguir la victoria.
Así sí, Madrid. Así vuelve a retomar la grandeza histórica que Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano le señalaron como destino. Con un fútbol obrero, jugado con el overol, aunque lleno de entusiasmo, concentración, virilidad y vigor. Vigor del bueno, el que se usa para superar con esfuerzo al adversario, no para golpear. Al límite físico sin salir del reglamento.
En su extraordinaria cadena de títulos, la Copa del Rey siempre fue la más esquiva para el cuadro blanco. Pero esta vale por diez, por veinte. Nunca, en 108 años de competencia, la final de Copa había generado tal expectativa; 140 países recibieron las imágenes de este choque colosal de dos estilos totalmente opuestos de jugar al fútbol, de entenderlo y proclamarlo.
¡Qué jornada tuvimos el miércoles los hinchas de todo el mundo…! Contando los minutos, esperando ansiosos la hora de la gran topada. Estuvimos felices como niños sólo de pensar que se acercaba el partido. Después de tantos años de fútbol, uno se sorprende de cómo este juego puede llegar a emocionarnos, a mantenernos expectantes, contentos, nerviosos casi. Se disfruta enormemente, aunque el partido sea malo. Nunca entenderemos cómo alguna gente deplora el fútbol, es algo que no entra en la modesta cabeza del cronista. ¿En qué daña…? Es sólo una máquina de ilusionar, de alegrar, de conmover.
El Madrid comenzó a ganar la Copa del Rey cuando el club anunció, desde el día anterior, los preparativos para el festejo por si ganaban el título. ¡Todos a la Cibeles! Esa es la maravillosa belleza de los clubes grandes. Siempre se sienten en condiciones de ganar, al rival que sea, porque lo dice la historia, porque se lleva dentro, porque se puede… Es la genética de la grandeza.
Y en la cancha, Mourinho y sus jugadores demostraron que esos fastos no eran simples cacareos. Salieron decididos como nunca a regar el césped con su sangre. Y así vencieron. La impresionante tensión que emanaba del juego, el ardor increíble con que se jugó, hicieron de esta final un espectáculo notable. No es excluyente ver moños y túneles para darle estatura a un partido. Cuando se pone tanto, también está garantizado el disfrute. La belleza tiene muchos rostros, éste es uno. Fueron veintidós gladiadores que pusieron su vida en cada intervención.
Ambos tuvieron su momento. El Madrid un tiempo, el Barsa otro. No obstante, queda la sensación de que, aún con menos fútbol, el Madrid tiene bien puesta la corona. Porque hizo un gol (golazo) y porque buscó el triunfo con más convicción, lo quiso más. El Barsa no aceleró nunca, jugó más con los antecedentes que con el presente. Pensó siempre “ya va a llegar, ya va a llegar…” Y no llegó nunca porque no apretó el acelerador. No tuvo la energía interior de su fiero adversario.
Vale aquí un párrafo para José Mourinho. Después de todas las que había pasado ante el Barcelona, tras las ácidas críticas recibidas, fue capaz de poner sobre el césped un escuadrón espiritualmente invencible. Por juego podía perder, por ánimo no. Eso es mérito de un entrenador más que de los mismos jugadores. Se transmite. Nunca supimos de un técnico cobarde con equipos valientes.
Además, Mourinho sabe que no puede jugarle de igual a igual al Barsa porque se va goleado. Sus cartas principales son la marca y la presión. A partir de ahí, crear lo que se pueda. No le quedan más. El equipo se lo cumplió a la perfección. Pero ojo, no confundamos: tiene un plantel de 517 millones de euros. No es que «ganó con nada», como pregonan muchos ilusos. Sólo con lo que cuesta Ronaldo se armas tres ligas completas en Latinoamérica.
El tanto que dio el primer título de la temporada vale una Copa del Rey, el castillo del rey y la corona también. Bella pared Di María-Marcelo-Di María, sensacional centro del rosarino y cabezazo matador de Cristiano, que esta vez apareció en una final. Todo en velocidad y con precisión.
Mención final para Iker Casillas, el gran arquero de todos los tiempos. No hablemos de estilos. El uno está para impedir goles. En esta faceta, no hemos visto nada igual. Jamás un portero ha sido tan determinante para ganar partidos y campeonatos a tan alto nivel. Siempre atento, le lleguen una vez o veinticinco.
Ahora vienen otros dos excepcionales encontronazos por la Champions. Pero esta vez serán distintos. El Madrid ya sabe que puede. Y cree en sí mismo. Los ratones están ahora en la cabeza del Barsa.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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