
El 27 de septiembre de 1945, apenas un mes después de la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, el emperador Hirohito se reunió en secreto con el general estadounidense Douglas MacArthur en la embajada de Estados Unidos en Tokio. Esta reunión, poco divulgada al detalle durante décadas, marcó un momento clave en la transición del país hacia la ocupación aliada y su reconstrucción. Lo que allí se dijo, según memorias de la época, tuvo un impacto profundo en la percepción del emperador y en la política de ocupación.
En el libro «Las memorias del Gran Chambelán» (侍従長の回想) del almirante y ex funcionario imperial Hisanori Fujita, citado por el Gendai, se recoge uno de los pasajes más conmovedores de aquel encuentro. Según la narración, el emperador Hirohito habría dicho a MacArthur: “Se está investigando la responsabilidad de muchos por la guerra que perdimos, pero toda la responsabilidad recae sobre mí. Todos los funcionarios civiles y militares fueron designados por mí. Ellos no tienen culpa. No importa lo que pase conmigo. Le dejo mi destino en sus manos. Solo le pido una cosa: que, en adelante, los ciudadanos japoneses no sufran. Le ruego que los Aliados los ayuden”.
Esta declaración, lejos de ser una simple fórmula diplomática, pareció tener un impacto emocional profundo en el general MacArthur, según relata Fujita. El militar estadounidense, hasta entonces convencido de utilizar al emperador como herramienta política para facilitar la ocupación sin resistencia armada, cambió su postura al escuchar estas palabras.
MacArthur respondió: “Creo que nunca en la historia del mundo un jefe de Estado derrotado ha pronunciado palabras como estas. Estoy profundamente agradecido. Que la ocupación se haya producido sin derramamiento de sangre, que la desmovilización de las fuerzas japonesas esté siendo tan ordenada, es gracias a Su Majestad. Para muchas de las políticas de ocupación futuras, dependeremos de su colaboración”.
UN GESTO QUE CAMBIÓ LA OCUPACIÓN
La primera impresión del general MacArthur —y de las autoridades del Cuartel General Aliado— era que el emperador debía mantenerse en su posición solo como figura simbólica y útil para asegurar una ocupación sin resistencia. Pero esta postura cambió al escuchar el tono personal, directo y abnegado del emperador.
Prensa estadounidense de la época llegó a afirmar que la colaboración del emperador equivalía a contar con 24 divisiones militares a disposición de los Aliados, en términos de estabilidad y control social. Era un respaldo inestimable.
Hirohito, según Fujita, quedó tan afectado por la importancia de ese momento que guardó personalmente el informe interno del Ministerio de Asuntos Exteriores sobre la reunión, en lugar de devolverlo como hacía habitualmente con otros documentos.
CONTEXTO Y LEGADO
Hirohito se autoinculpa ante MacArthur en un acto inusual y simbólicamente poderoso. En un sistema que giraba en torno al culto al emperador, que hasta ese momento era considerado una figura casi divina, aceptar públicamente toda la responsabilidad por el conflicto bélico —y eximir a sus subordinados— representó un cambio de paradigma.
Este gesto también permitió a MacArthur construir una narrativa que separaba la figura del emperador de los crímenes de guerra del régimen militar japonés, facilitando la transición hacia una nueva Constitución pacifista y el inicio de la reconstrucción bajo ocupación estadounidense.
La reunión del 27 de septiembre sigue siendo uno de los capítulos más significativos —y emocionalmente complejos— del final de la guerra en el Pacífico. Revela un intento de salvar al pueblo japonés del castigo colectivo y, al mismo tiempo, un movimiento estratégico que contribuyó a moldear la posguerra japonesa. (RI/AG/IP/)
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