“El malo siempre es el estafador, no tú”, le dice el monje budista Eiichi Shinohara a una septuagenaria que ha sido víctima de una estafa de decenas de millones de yenes.
“Eres una persona amable. Nunca te culpes”, añade Shinohara, con la esperanza de que la mujer deje de atormentarse, revela AFP.
En Japón muchos ancianos son blanco de delincuentes que los llaman haciéndose pasar por familiares en problemas que necesitan dinero para salir del aprieto, o policías, funcionarios o empleados de instituciones financieras con el mismo fin (aunque diferente argumento): sacarles dinero.
Al dolor por la plata perdida (que pueden ser los ahorros de toda una vida), se suma la culpa por haber caído en la trampa, estado que empeora cuando la familia de la víctima, en vez de solidarizarse con ella o confortarla, la responsabiliza.
Por eso, el monje budista busca que la mujer se libre de la culpa.
“Ven a visitarnos a cualquier hora”, le dice a la anciana. “Podemos hablar de ello todo el día. Te espera una comida”.
Shinohara, un hombre de 78 años que trabajó en un campo de refugiados en Camboya, dirige un templo en la ciudad de Narita, prefectura de Chiba, bajo cuyo mando alrededor de 50 monjes budistas ayudan a las víctimas de estafas.
La culpa, el dolor, los remordimientos, han llevado a víctimas al suicidio.
Una estafa telefónica, con su secuela de muerte, puede equivaler a un asesinato, enfatiza Shinohara.
Casi el 90 % de las víctimas de estafas en Japón en 2022 (por un monto total de más de 37 mil millones de yenes o 244 millones de dólares) fueron ancianos.
No solo la falta de familiaridad o conocimiento sobre las nuevas tecnologías hace vulnerable a una persona mayor.
La soledad también juega un rol importante, dice Shinohara sobre la base de las miles de llamadas de víctimas que ha recibido a lo largo de los años.
Muchos ancianos en Japón viven solos, olvidado o relegados por sus familias.
Por ello, explica el monje a AFP, cuando los estafadores llaman, haciéndose pasar por sus hijos o nietos para pedirles dinero con urgencia, se muestran receptivos.
Esas llamadas quiebran la soledad, el aislamiento. Además, los hace sentir útiles: mi hijo (o mi nieto) me necesita.
Las personas mayores “sueñan con que les digan: ‘Gracias, abuela, eres mi salvavidas’”.
Los delincuentes aprovechan el deseo de los solitarios ancianos de sentirse necesitados para engañarlos.
Pero la situación empeora cuando se dan cuenta de la estafa.
La familia no arropa a la víctima; al contrario, la estigmatiza por su ingenuidad o candidez. Y el aislamiento se agrava.
Le ocurrió a una septuagenaria en 2014. Su hijo y el resto de su familia cortaron contacto con ella después de que le estafaron alrededor de 30 millones de yenes (alrededor de 200 mil dólares).
Su desgracia comenzó cuando recibió una llamada telefónica para informarle de que había ganado cientos de millones de yenes en una lotería.
Para cobrar el premio tenía que pagar unos “honorarios”, le dijeron. Juntó la plata, hizo el millonario depósito y, por supuesto, nunca recibió nada a cambio.
La mujer murió este año por una enfermedad sin encontrar la paz. Vivió atormentada por la culpa hasta el último día de su vida.
En un diario que le dejó a Shinohara, escribió que había sido “demasiado codiciosa” y que había causado problemas a su familia.
“Ya no soy vista como una madre, sino como una pecadora. Pero lo merezco y tendré que aguantar el castigo hasta que muera”. (International Press)