El sábado, alrededor de las 8 de la noche, un japonés en la cincuentena que vive en Seúl pasó por el sitio donde más tarde se produjo la estampida que causó la muerte de al menos 150 personas.
Había mucha gente, pero uno aún podía moverse, recuerda en declaraciones a Mainichi Shimbun.
Una hora después, el japonés caminó por el callejón estrecho e inclinado donde se originó la tragedia y notó que el escenario había empeorado.
El tránsito de gente estaba paralizado y escuchó gritos de mujeres, así como voces de personas que pedían retroceder.
El japonés intentó retroceder, pero se chocó con gente que caminaba en sentido contrario. Todo el mundo estaba apretujado.
La presión de la multitud le causaba dolor en el abdomen y las costillas. Lo estaban aplastando y no podía hablar.
“Me voy a morir si me caigo aquí y ahora”, pensó.
Finalmente, alrededor de las 9:30 de la noche, logró escapar de la multitud.
El japonés se enteró de la magnitud de la tragedia cuando un amigo, preocupado porque sabía que estaba en Itaewon, lo llamó por teléfono para averiguar su estado.
El hombre se declara triste e impotente cuando piensa en los jóvenes atrapados por la multitud que poco antes había visto divirtiéndose. (International Press)