En 1989, Daien Ishiguro, un hombre que reside en Osaka, perdió a su segundo hijo por una leucemia. Tenía solo 4 años. En 1997, murió su esposa de 49 por un cáncer.
La muerte de sus seres queridos lo sumió en la depresión, pero tiempos después, gracias al ejemplo de su esposa fallecida, recuperó el deseo de vivir y decidió volcarse en la ayuda a los demás.
Ishiguro, hoy un hombre de 73 años, leyó unas líneas que su cónyuge escribió justo antes de fallecer: «Tengo la sensación de que mis conexiones con la gente me ayudan. Voy a devolver el favor a todos». Pese a la inminente muerte y el dolor, la mujer no albergaba espacio para la amargura y el resentimiento, sino para la gratitud.
Inspirado por su esposa, Ishiguro atendió al pedido de un conocido para que cocinara para personas pobres de una zona en Osaka. Ishiguro vio a gente sin techo morir en las calles y decidio regalarles bolsas de dormir. «No quiero que nadie más muera», pensó. Era 2001.
Desde entonces, ha donado más de 16.000 bolsas de dormir con el apoyo de otros voluntarios, cuyo número ha aumentado gradualmente, revela Mainichi Shimbun. Además, ofrecen comida.
Si bien el número de personas sin techo en Osaka, según cifras del gobierno de Japón, ha caído de 6.603 en 2003 a 982 en 2020, la crisis originada por el coronavirus ha dejado a muchas personas sin empleo o con sus ingresos drásticamente recortados.
Con más personas en situación de vulnerabilidad, Ishiguro pasa hoy más tiempo en las calles para ayudar a los necesitados.
Mainichi Shimbun lo acompañó en una de sus jornadas. Hacía frío e Ishiguro caminaba por una calle desierta, salvo por las personas que dormían dentro de cajas de cartón. «¿Estás bien? ¿Quieres un saco de dormir?», le preguntó a un hombre.
Una de las personas que recibieron su ayuda, un hombre de mediana edad que vive en la calle desde hace más de dos meses, agradeció el saco de dormir que le entregó Ishiguro. Juntó las manos y dijo: «Muchas gracias. El calor me llega al corazón».
En aproximadamente 2 horas y media, Ishiguro y los voluntarios dieron sacos de dormir a unas 10 personas.
La difícil situación por la que atraviesa Japón (y el resto del mundo) requiere más que nunca de la generosidad de gente como Ishiguro. «Seré feliz si algún día puedo decirle a mi esposa e hijo: ‘hice lo mejor que pude», confesó. (International Press)
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