Las relaciones entre EEUU y Corea del Norte son una historia de hostilidad y conflicto. La imparable escalada armamentística de Corea del Norte y una respuesta beligerante de EE.UU. han derivado en un nuevo episodio de máxima tensión entre dos países que arrastran una enquistada enemistad que emana de la cruenta Guerra de Corea (1950-1953).
Mientras el régimen de Kim Jong-un insiste en sus constantes ensayos de misiles -cada vez mas potentes- y pruebas nucleares, la administración Trump ha apostado por contestar con duras sanciones y encendidas amenazas verbales en las que no se descarta la intervención militar.
A pesar del tono bronco por ambas partes, y el temor a que la hostilidad pueda derivar en un conflicto bélico, el cruce de acusaciones y las provocaciones llevan repitiéndose desde hace siete décadas.
Tras la II Guerra Mundial (1939-1945), EEUU y la URSS se repartieron la Península de Corea, hasta entonces en manos de Japón, trazando una línea divisoria a lo largo del paralelo 38. El Norte quedó en manos de Moscú y el Sur de Washington.
Los soviéticos pusieron a cargo de Corea del Norte a un guerrillero coreano que luchó contra la invasión japonesa en la región china de Manchuria.
Se llamaba Kim Il-sung y con él nació en septiembre de 1948 la República Popular Democrática de Corea (nombre oficial de Corea del Norte) y una de las dinastías de dictadores más longevas y peculiares de la historia reciente, que ahora encabeza su nieto Kim Jong-un.
La sangrienta Guerra de Corea comenzó cuando el Ejército norcoreano, con la venia de Moscú, invadió el Sur el 25 de junio de 1950, con el objetivo de reunificar un país dividido. Un sueño que el régimen norcoreano todavía mantiene como uno de sus principios ideológicos.
Las fuerzas de EEUU lideraron una coalición de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para defender el Sur en su lucha contra el Norte comunista, que fue apoyado por China y la Unión Soviética.
Las terribles consecuencias humanitarias del conflicto, que duró tres años y acabó en el 27 de julio de 1953 con un armisticio que volvió a fijar la frontera en torno al paralelo 38, sigue siendo una de las bazas principales de la propaganda contra el imperialismo estadounidense por parte del régimen, que nunca ha reconocido que comenzó la afrenta.
Según los historiadores, Estados Unidos lanzó 635.000 toneladas de explosivos sobre Corea, sin contar 32.557 toneladas de napalm, un combustible capaz de calcinar cualquier forma de vida. Esta cantidad es superior a todas las bombas que cayeron sobre el Pacífico durante la II Guerra Mundial.
La devastación fue total y la cifra de civiles de la contienda ascendió a los tres millones, la mayoría en el Norte, lo que pudo suponer entre el 12 y el 15 por ciento de la población de ese territorio.
La versión norcoreana de este conflicto, que la propaganda oficial asegura que comenzó el Sur junto con sus aliados imperialistas, es la de una lucha contra los invasores estadounidenses que responde oficialmente al nombre de «Gran guerra de liberación de la madre patria».
Precisamente este antiamericanismo ha sido -según la mayoría de los expertos- el principal arma de los Kim para mantener un férreo apoyo del pueblo durante casi siete décadas y tres diferentes líderes: Kim Il-sung (1953-1994), Kim Jong-il (1994-2011) y Kim Jong-un (desde 2011).
La dialéctica de David contra Goliat, la resistencia ante el enemigo invasor y la necesidad de sobrevivir, son excusas que el régimen ha utilizado para su escalada armamentística, que ha crecido a niveles récord desde que el actual líder, Kim Jong-un, llegara al poder en 2011 con menos de 30 años y tuviera que afianzar su autoridad.
Según el relato de los desertores, la propaganda oficial -que aumenta en intensidad en momentos de mayor confrontación como el actual- busca trasmitir el miedo constante a un inminente ataque de EE.UU. (EFE)
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