Yolanda Salazar / EFE
La colonia japonesa de Okinawa en Bolivia es hoy un símbolo del desarrollo agrícola que la ha convertido en la «capital triguera» del país, pero también es una celosa guardiana de su cultura ancestral.
Ubicada 80 kilómetros al oeste de la ciudad de Santa Cruz, la colonia vive en el lugar desde 1954, cuando se instaló con los emigrantes que salieron del archipiélago de Okinawa en busca de refugio tras la Segunda Guerra Mundial, que dejó las islas en manos de Estados Unidos por décadas.
La historia de la pujanza de los emigrantes es destacada cada año en estas fechas en Bolivia a propósito de la celebración del Día Nacional del Trigo, al que asisten varios medios a instancias del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE).
En 1954, el presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro permitió la migración de las familias japonesas que llegaron con unas 3.329 personas, en el marco de acuerdos con el convenio denominado Ryukyu, nombre del archipiélago después de la guerra.
En un principio se dedicaban a los cultivos de arroz, algodón y en la actualidad cultivan maíz, sorgo, pero sobre todo soja y trigo.
De acuerdo con el presidente del Consejo de Administración de la Cooperativa Agropecuaria Integral de las Colonias Okinawa (Caico), Tsutomu Ota, en la actualidad viven allá 230 familias, con alrededor de 750 personas, dedicadas principalmente a la agricultura.
«Alrededor del 70 % de nosotros somos productores o estamos relacionados con los cultivos, el 30 % se va a la ciudad (de Santa Cruz) a hacer negocios», declaró a Efe.
Cultivar trigo en un clima cálido no es fácil, pero Ota señaló que en este año lograron producir unas 13 mil hectáreas de trigo, 30 mil hectáreas de soya y maíz y seis mil hectáreas de arroz.
La colonia japonesa llegó a producir hasta 16 mil hectáreas de trigo, pero en años recientes ha tenido problemas por el cambio climático, la sequía y el hongo de la piricularia, según Ota.
El principal comprador de su trigo es la estatal Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (Emapa), que para este año ha fijado el precio de 310 dólares por tonelada.
Con el tiempo y el trabajo de sus habitantes este lugar ha ido desarrollando y en la actualidad tienen la molinera Oki y una fábrica de fideos «Okinawa» que vende al mercado nacional al menos 100 toneladas de harina de trigo y 350 toneladas de fideo.
En el plano cultural, el legado de Okiwana ahora es protegido por los descendientes, ya bolivianos, que luchan por preservar sus tradiciones, las mantienen vivas y la exhiben orgullosos.
Un 90 % de los habitantes de la colonia japonesa de Okinawa habla japonés y español y en los colegios del lugar enseñan el idioma asiático, contó a Efe, Toru Higa, hijo de los emigrantes que llegaron hace 63 años y ahora dedicado a la agricultura.
En la colonia, también se enseña a tocar instrumentos tradicionales como el shamisen de tres cuerdas y que los jóvenes interpretan para los abuelos en algunas festividades.
Los más jóvenes mantienen vivos los bailes tradicionales como el eisa con tambores, que se ejecuta en el Festival de la Buena Cosecha que se celebra cada año en agosto.
«Para nosotros son muy importantes los cultivos y que sea un buen año para la buena cosecha por lo que ese será un gran acontecimiento», anticipó a Efe, Jaime Yusaku de 32 años.
La primera y la segunda generación también son «guardianes» del dialecto propio de Okinawa y algunos de los abuelos más antiguos lo usan para comunicarse.
Sobre el punto, Toru Higa señaló que en Okinawa, Japón, prohibieron utilizar este lenguaje por lo que cayó en el olvido, pero para mantener viva parte de su cultura se esfuerzan en enseñarlo a los más jóvenes.
«Cuando Estados Unidos devolvió a Okinawa a Japón el dialecto fue prohibido para que sea un país auténticamente japonés y fue matando esto», lamentó Higa, al señalar que ahora buscan transmitir ese saber a los más jóvenes.
Contó que en la colonia japonesa aún hay inmigrantes de primera generación que hablan este lenguaje «puro», que no se mezcla con el japonés.
Los más jóvenes parecen haber perdido el interés de este lenguaje, pero en la colonia incentivan su preservación de lo que consideran «primordial» de su cultura.
«Yo entiendo el dialecto, escucho a los más abuelos, pero no lo sé hablar, solo lo entiendo», comentó a Efe, Kengo Higa, de 19 años, sobrino de Toru.
En 2015, el Gobierno de Japón creó un comité especial para preservar ocho lenguas, entre ellas la okinawense, que están designadas en riesgo de desaparición por la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
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