Andrés Sánchez Braun / EFE
Cansado de ser etiquetado desde hace una década como «el nuevo Hayao Miyazaki», el director nipón de anime Mamoru Hosoda reivindica en una entrevista con Efe la singular mirada con la que trata de desentrañar los misterios del paso de la infancia a la madurez.
Un mundo paralelo de bestias que convive con la realidad humana, un romance entre una universitaria y un hombre lobo o una novela de Yasutaka Tsuitsui sobre una estudiante de secundaria que viaja en el tiempo. Cualquier premisa fantástica es buena para que Hosoda (Toyama, 1967) explore este viaje existencial que tanto le intriga.
Así lo ha hecho en las cuatro singulares y conmovedoras películas -«La chica que saltaba a través del tiempo» («The girl who leapt through time», 2006), «Summer wars» (2009), «Los niños lobo» («Wolf children», 2012) y «El niño y la bestia» («The boy and the beast», 2015)- que ha dirigido después de haber pasado 14 años como animador y después realizador en la prestigiosa factoría Toei.
El Festival de Cine de Tokio (TIFF), que se celebra del 25 de octubre al 3 de noviembre, las proyecta este año en una retrospectiva que incluye sus cortos producidos en colaboración con el artista Takashi Murakami.
En una entrevista ofrecida en el marco del certamen, Hosoda cuestiona que el suyo sea un cine, como se ha insistido en varias ocasiones, «centrado en la figura de la familia».
«Para mí, la familia no es tanto el tema sino el escenario. Lo que me intriga es cómo un ser humano cambia y evoluciona. El paso del niño al adulto es muy simbólico. Ese el tema que me interesa y que intento materializar en mis películas. Sucede que el medio en el que suele crecer un niño es la familia», matiza.
De cualquiera de las maneras, su nuevo proyecto, del que solo ha querido revelar que será una historia sobre hermanos, vuelve a girar sobre lazos familiares y tocará de nuevo un tema que ya aparecía en su muy personal y emotiva «Los niños lobo».
Hosoda cuenta poco de su nuevo largometraje, más allá del hecho de que volverá a firmar el libreto en solitario -al igual que ya sucedió con «El niño y la bestia»- en vez de trabajar codo con codo con la guionista Satoko Okudera como en sus tres primeros largometrajes.
«Está basado en una experiencia personal y por eso quiero hacerlo por mi cuenta», justifica de manera escueta y luciendo una cálida sonrisa que rara vez abandona su rostro durante toda la entrevista.
Sin embargo, y de manera aparentemente tangencial, el cineasta se arranca a hablar a continuación sobre dos hermanos, en este caso sus hijos de 4 años y 10 meses de edad.
Si la historia de su madre fue la principal inspiración para «Los niños lobo», es fácil imaginarse que sus dos pequeños podrían serlo perfectamente para esta próxima cinta. Sobre todo cuando comienza a reflexionar sobre su recién iniciada travesía por la vida.
«Al ver a mis dos hijos pienso: ‘se comportan como animales, como bestias’. Y los veo como estos seres que están en transición, a medio camino entre ese mundo más animal y salvaje y el mundo de los humanos», confiesa.
Este nuevo trabajo lo ejecutará a través de su productora Studio Chizu, fundada en 2011 con el objetivo de conquistar una ansiada autonomía como creador tras pasar por Toei y más tarde por otra mina de talento como Studio Madhouse.
Entre medias, vivió una de sus experiencias más frustrantes cuando intentó dirigir sin éxito «El castillo ambulante» para la productora Ghibli, del aclamado Hayao Miyazaki, de cuya importante influencia trata también de distanciarse.
«Era mi héroe cuando era joven. Pero yo siempre he querido hacer cosas diferentes y creo que esa es mi misión como director», apostilla.
Aún así, con Miyazaki comparte una defensa a ultranza de la animación (Hosoda descarta dar el salto al cine de acción real) como formato único para contar historias que son más complicadas de plasmar con actores de carne y hueso o -como pintor de formación que es- una gran pasión por seguir dibujando a mano.
«Si todos apostamos por la animación digital (como hacen actualmente los grandes estudios estadounidenses) al final perderemos todo rastro de nuestros orígenes», defiende.
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