“No merecíamos perder”, dijo el respetado Manuel Pellegrini, DT del Manchester City. Pero no se lo creyó ni su esposa. En realidad, lo que no merecieron fue jugar la semifinal. No le hicieron honor a esa instancia. Ni a la Champions. “Un City de juguete”, lo definió Sport, de Barcelona. Ese City lánguido le puso una alfombra celeste al Madrid para que llegue a la final. La palabra decepcionante es poco para un equipo blando, dócil, demasiado descafeinado y burgués, alejado de toda actitud confrontativa, a excepción del arquero Hart y del zaguero Otamendi.
Frente a ese híbrido completó el Real Madrid su plácido camino hacia la final. Malmoe, Shakhtar Donetsk, Paris Saint Germain, Roma, Wolfsburgo, City… un sendero de pétalos de rosa. Apenas dos campeones entre sus rivales, el PSG y el ucraniano Shakhtar. El Atlético, en cambio, debió subir la cuesta más empinada: ha tenido que tumbar al Bayern y al Barsa, dos superfavoritos. Y antes, vérselas con el PSV holandés y con un buen Benfica. También el Galatasaray y el Astana kasajo. Seis contrincantes, seis campeones nacionales.
Pero ya no hay más sorteos… No más Citys ni Wolfburgos ni Romas… El Real Madrid tendrá que toparse con el Atlético en la final. O sea, lo que nadie anhela -chocar contra las huestes de Simeone- no hay cómo esquivarlo. De un formidable plumazo este Atlético del Cholo ha tapado con una espesa manta de olvido los largos años malos (¿veinte, treinta…?). El descenso, las derrotas continuas, la paternidad del Madrid, las burlas… Todo lo ha pasado al olvido desde la llegada de Diego Pablo Simeone y su casi mágica gestión. Tan colosal que ha recuperado para su feligresía el orgullo de ser rojiblanco. Y ha ganado cientos de millones de hinchas, que desde América hasta Asia hacen fuerza por ese grupo de bribones y rebeldes, luchadores, atrevidos, bravos. El Atleti es una suerte de guerrilla que se opone -con éxito- a los ejércitos regulares de las grandes potencias económicas. Al establishment. Y con ello ha conquistado el corazón de medio mundo.
El Atleti es una suerte de guerrilla que se opone -con éxito- a los ejércitos regulares de las grandes potencias económicas. Al establishment. Y con ello ha conquistado el corazón de medio mundo.
Todo comenzó el 27 de diciembre de 2011. Ese día fue presentado Diego Simeone en el cargo de entrenador luego del despido de Gregorio Manzano por malos resultados. Y en esa, su primera rueda de prensa, afirmó: “Quiero un equipo agresivo, fuerte, aguerrido, contragolpeador y veloz. Eso que nos enamoró siempre a los atléticos. Vamos en busca de lo que fue nuestra historia”. Ha conseguido al ciento por ciento todos los objetivos, aderezados con una Liga, una Copa del Rey, una Europa League, dos finales de Champions, tres clasificaciones consecutivas a Champions. Y el haberse situado como un grande a escala planetaria. De ser el club de las eternas desgracias a convertirlo en ícono de lucha, de triunfo y de carácter. Una gesta que la historia conservará en sitial de oro. Hay que escarbar mucho para encontrar en un técnico otra epopeya como la del Cholo. No es apenas ganar títulos, es torcer un destino. Es el Ferguson colchonero. Ganar la final del próximo 28 en Milán sería coronar la resurrección. Y entrar en la leyenda.
Bayern Munich sí vendió cara su piel, aunque comprobó de nuevo que los equipos españoles no son como los de la Bundesliga, sino más consistentes. El Bayern, sin Robben hace tiempo, con Ribery en bajada y un Müller poco iluminado esta vez, careció de potencia de fuego para derrotar al Atlético. Dominó, pugnó, insistió, pero sin balas. Atlético tiene el poder de turbar a sus rivales y maniatarlos para impedirles desarrollar sus virtudes. Los del Cholo manejan como nadie más los códigos del combate.
Pero no es un conjunto de picapiedras como lo quieren rotular. Trata muy bien la pelota en el medio y arriba. Posee excelente salida con los laterales Filipe Luis y Juanfrán. Y magníficos pasadores en Gabi, Koke y, sobre todo, Saúl, la gran revelación de España y tal vez de Europa, al que Del Bosque debiera llevar a la Eurocopa. Y de los dos de arriba, Griezmann también sabe con la redonda. Es, como Benzemá, un “9” de toque. Sin contar la defensa de hierro, claro. Y el arquerazo que es el esloveno Jan Oblak.
Toda final promete ser pareja; las ansias de los contendientes ya generan paridad, pero si además son de la misma liga, y los rivales acérrimos de toda la vida, mayores probabilidades de equilibrio. Si el Barsa y el Bayern fueron duros, el Madrid promete serlo más. Los españoles son, sin la menor duda, los mejores equipos de Europa. O sea del mundo. Los tres grandes. Finalistas Atlético y Madrid en 2014, campeón Barcelona en 2015 y ahora otra vez el clásico madrileño para bajar el telón de la lustrosa competición europea. Y de las últimas seis ediciones de la Europa League han ganado cuatro, llegando ahora el Sevilla a una nueva definición. En cualquier liga del mundo serían los tres primeros de la tabla. La Liga Española parece despareja por el poder dictatorial de los tres grandes. Puestos en otro país, sería idéntico.
Para el Atlético, también el Madrid es el peor adversario posible. No sólo por la rivalidad sino por el buen momento de los de Bernabéu. Desde la asunción de Zidane se advierte armonía en el plantel y todos los titulares han crecido. En especial Gareth Bale, quien ha encontrado su punto óptimo. A su fabulosa potencia física le ha adosado confianza y está imparable. Ya nadie se acuerda de los 100 millones. Cuando un jugador sale bien, el precio es anecdótico, más en este club. Ronaldo está dulce también, pletórico. Y seguro para la final podrá volver Benzemá. Y si no será Lucas Vázquez, ya una alternativa confiable, que se ganó un lugar antes que Isco y James. Modric, con Casemiro al lado, ha conferido solidez al medio. Y la defensa volvió a sus mejores momentos. Excelentes Pepe y Sergio Ramos, estelar Marcelo, notable Carvajal, posiblemente el mejor lateral derecho del mundo. Y no hablemos de Keylor Navas, que pasó de patito feo a ídolo aclamado. Es el mejor Madrid en mucho tiempo. De la crisis que dejó Rafa Benítez a este presente de Zidane hay un mundo. Y está la historia, la tradición: el Madrid sabe moverse en estas aguas finalistas. Tiene la estirpe, la altivez, el abolengo a favor. Sabe cómo encararlas. Para Atlético es una asignatura pendiente.
Luego deberá ser corroborada por el juego, pero de antemano, preciosa final, una joya que el fútbol mundial nos ofrecerá el 28 de mayo a la tarde. ¿Las posibilidades…? Cincuenta y cincuenta.
(*) Columnista de International Press desde 2002. Ex jefe de redacción de la revista El Gráfico.
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