La mayor organización mafiosa de Japón factura 80.000 millones de dólares por año
Antonio Hermosín / EFE
El grupo yakuza Yamaguchi-gumi cumple este año un siglo de vida, una dilatada trayectoria de sangre y negocios en la que se ha erigido como la mayor organización mafiosa de Japón y la que más ingresos genera de todo el mundo.
Fundada en 1915 esta agrupación cuenta con unos 20.000 afiliados y factura anualmente 80.000 millones de dólares (69.000 millones de euros).
Los «sindicatos» de la mafia nipona cuentan con un particular estatus que oscila entre la semilegalidad y la clandestinidad, y hoy día disfrutan de un poder y de una visibilidad que serían inconcebibles en otros países.
Aunque no son considerados ilegales en sí mismos y disponen de sus propias oficinas, páginas web o tarjetas de visita, muchas de sus actividades sí vulneran la ley y han sido objeto de una persecución creciente de las autoridades niponas en las últimas décadas.
La más respetada y temida de estas organizaciones, Yamaguchi-gumi, fue fundada hace cien años en el puerto de Kobe (sur de Japón) por un antiguo pescador, Harukichi Yamaguchi, quien comenzó ofreciendo trabajos de porteo y transporte, y pronto extendió sus operaciones a la protección de los negocios locales.
Tras una década como «kumicho» («padrino»), Harukuchi cedió el liderazgo a su hijo Noboru de sólo 23 años, quien pese a su juventud consolidó el control de este puerto estratégico y zona de ocio nocturno.
El protegido de Noboru, Kazuo Taoka, le sucedió en 1943 para convertirse en el tercer «padrino» de Yamaguchi-gumi y principal responsable de su expansión hasta convertirla en la agrupación criminal dominante en el país.
Huérfano desde una temprana edad, como adolescente se unió a los pandilleros de Yamaguchi y se ganó el apodo de «Kuma» («Oso») por arañar los ojos de sus contrincantes en peleas callejeras, y su currículum también incluye dos períodos en prisión por varios delitos, como asesinar con una katana al líder de una banda rival.
La «época dorada» de la yakuza, sobre todo para Yamaguchi-gumi, llegó tras la capitulación nipona en la II Guerra Mundial.
Estos clanes, cuyos orígenes se remontan al siglo XVII a partir de samuráis que quedaron desempleados, asumieron diversas tareas, servicios cívicos y negocios durante la posguerra y el rápido crecimiento económico nipón, que abarcaban desde el mercado negro y la prostitución hasta los sectores inmobiliario y financiero.
En la década de 1980, su expansión cristalizó en múltiples episodios violentos entre grupos rivales -entre ellos el intento de asesinato de Taoka en un club nocturno de Kioto-, incidentes que llevaron al Gobierno a intensificar la persecución de estas bandas.
En la actualidad, la mafia japonesa apenas protagoniza incidentes sangrientos que salgan a la luz pública, y cuenta con su menor número de miembros desde 1992, año en que entró en vigor una conocida ley contra el crimen organizado, pero mantiene su influencia en todas las esferas de la sociedad nipona.
Yamaguchi-gumi contaba en 2013 con una tercera parte de los 58.600 miembros de «boryokudan» («grupos violentos») en todo Japón, según los últimos datos de la Agencia Nacional de Policía de Japón.
Su millonaria facturación procedente sobre todo del tráfico de drogas, de los «pachinko» (salones recreativos) y de los préstamos y extorsión de negocios, según un reciente estudio de la revista Fortune.
Estos ingresos se sitúan muy por encima de los de la mafia rusa o de la camorra italiana, según esa fuente que no obstante señala la dificultad de calcular la facturación de actividades clandestinas.
«Se trata del más internacional de todos los grupos de crimen organizado y su especialidad son los delitos económicos», según el Centro de Estudios Subculturales de Japón (JSRC), una plataforma independiente de periodismo de investigación.
Actualmente poseen «centenares de compañías» de primera línea en Tokio y Osaka (sur de Japón) de los sectores inmobiliario, financiero, de hostelería y restauración y de entretenimiento, así como «amplias conexiones» con la política nipona, señala JSRC en su web.
La palabra «yakuza» sigue siendo tabú en Japón, donde muchos ciudadanos evitan pronunciarla en público y prefieren mantenerse alejados de sus miembros, a quienes se puede reconocer por signos distintivos como los tatuajes tradicionales nipones.