Por Jorge Barraza*
Rosangela Castro es una maestra brasileña; días pasados participó de un piquete que docentes en huelga le hicieron a la Selección Brasileña cuando salía de su centro de entrenamiento en Teresópolis. Le dijo a la France Presse: “Es un escándalo saber que gastaron más de 15 millones de reales -unos 6 millones de dólares- para reformar el predio de la Selección y miles de millones en los estadios, mientras hasta ahora ninguna de las víctimas de la tragedia de 2011 (graves inundaciones y un alud que causaron más de 400 muertes en esa ciudad, Nova Friburgo y Petrópolis) consiguió ser realojada en las viviendas prometidas”.
Los maestros se plantaron delante del bus de Neymar y compañía con carteles de fuertes consignas: “No van a tener Copa, van a tener huelga”, y “Precisamos escuelas, no estadios”. Este jueves, un paro de empleados del subterráneo paralizó a San Pablo y generó un caos de tránsito que, en total, provocó 209 kilómetros de trancones.
A cuatro días del saque inicial, abrochándonos el cinturón en el avión rumbo al Mundial, las noticias procedentes de Brasil son a cada momento más inquietantes. Varios estadios terminados a las corridas, con la pintura fresca y gente en los andamios, las obras complementarias no concretadas o a entregarse después del torneo, huelgas de docentes, de trabajadores del metro, vandalismo en estaciones de tren, descomunales embotellamientos de autos, precios altísimos, crispación social, descontento a toda escala…
Es casi rutinario: antes de los Mundiales que no se realizan en Europa surgen todo tipo de dudas y críticas respecto a la organización que, luego, una vez comenzada la fiesta de la pelota, quedan en segundo plano y triunfa el espíritu de la Copa. Ojalá Brasil no sea la excepción. No obstante, esta vez se percibe un enrarecido clima ciudadano, hay un fastidio generalizado con las autoridades; los distintos sectores parecen querer cobrarle al gobierno todas las cuentas pendientes y presionan en el momento más sensible: cuando todo el planeta mira a la patria de Pelé.
Por primera vez un pueblo manifiesta mayoritariamente que no desea la Copa del Mundo en su país. Lo insólito -jamás lo imaginamos-, es que esto suceda en Brasil, donde, desde el día en que le fue adjudicada la sede, se pensó que la competencia encontraría el ambiente más festivo posible.
“Las manifestaciones de protesta comenzaron en la Copa Confederaciones y van a continuar. Incluso se espera que durante el Mundial haya muchas marchas más que hasta ahora”, dijo William Kayser, periodista de O Globo al diario Olé. “El principal motivo -explicó-, es porque el Gobierno hizo una gran inversión en estadios y no en hospitales, escuelas, subtes, autopistas… Un Mundial debería dejar mejoras en las ciudades y hoy no se ve eso en el país”.
El cartelito que le colgaron de ser “el Mundial más caro de la historia” no contibuye a calmar las críticas. El costo para el país ha sido, hasta ahora, de más de 14.000 millones de dólares. Y la gente ve detrás de esos números el eterno fantasma de la corrupción. El clamor por las desigualdades, así como las protestas sociales llegan inmediatamente después de que el pueblo escuchara con orgullo, y reiteradamente, que Brasil es la nueva potencia económica universal. Tampoco ese rótulo ayuda. Son demasiados factores combinados en contra.
La presidenta Dilma Rousseff, que ha prometido una y otra vez “el mejor Mundial de la historia” fue lacónica el viernes: “Lamentable, lamentable…” expresó, para referirse a la huelga, a los incidentes y al día infernal que vivió San Pablo, en el que, además, conspiró la lluvia.
Una delegación de la FIFA que arribó el jueves a San Pablo tardó 3 horas en llegar desde el aeropuerto al hotel. Iba con escolta policial. El día del partido inaugural habrá que salir para el estadio, recomiendan, mínimo seis horas antes. “Acá en Río, el tráfico el viernes pareció demoníaco: dos horas desde el aeropuerto hasta Barra de Tijuca”, cuenta Pablo Aro Geraldes, periodista enviado por Telesur, de Venezuela. El Gobierno, sabiendo el pandemoniun que se avecina, decretó que los días de partido serán feriados en cada ciudad donde se juegue, para agilizar un poco.
La FIFA obliga a las selecciones a estar un día antes de los partidos en las ciudades donde deben jugar, pero ahora comunicó que deben llegar con dos días de antelación; por si las moscas, que son muchas… No sea cosa que un partido no se pueda llevar a cabo.
“Recorrimos el estadio inaugural y todavía le falta”, dijo ayer Diego Macías, periodista de Olé. En realidad, ya lo habían anticipado las mismas autoridades que estaría listo en el último minuto. Cauto y muy serio, Joseph Blatter insistió sobre la confianza de la FIFA en la capacidad organizativa brasileña y se mostró optimista en que después del puntapié inicial “habrá una mejor atmósfera”. Es verdad, eso siempre sucede, una vez que se siente ruido de pelota, el foco de la atención pasan a ser los partidos, y si la selección de Scolari marcha bien, acaparará las noticias, pero un gran segmento del pueblo brasileño parece estar esperando el momento para hacer más estentóreos sus reclamos.
¿Qué Mundial nos espera…? Lo sabremos cuando empiece a rodar el esférico. Sólo una pauta es segura: jamás una Copa estuvo rodeada de un clima tan espeso.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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