Realizadores japoneses mantienen interés por los temas familiares
Alicia García de Francisco / EFE
Sesenta años después del estreno de «Tokio monogatari», la estela marcada por Yasujiro Ozu sigue presente en filmes como «Tokio kazoku», un «remake» de Yoji Yamada y un homenaje al maestro, o en «Soshite chichi ni naru», de su heredero natural, Hirokazu Kore-Eda.
El año pasado «Tokio monogatari» fue elegida la mejor película de la historia en una encuesta de la revista Sight & Sound en la que participaron directores como Woody Allen, Sam Mendes, Quentin Tarantino, Manoel de Oliveira, Martin Scorsese, Juan Antonio Bayona, Kenneth Branagh, Hirokazu Kore-eda, Francis Ford Coppola, Guillermo del Toro, Carlos Reygadas, Agnieszka Holland y Asghar Farhadi.
Una historia de amor y desamor familiar que aún hoy sigue siendo un ejemplo de clasicismo en su planteamiento narrativo y de modernidad en su estilo de rodaje, con planos estáticos y una ausencia total de efectos -ni siquiera encadenados o fundidos a negro- que hacen de ella un espejo en el que mirarse para los realizadores que rechazan el cine de puro espectáculo.
Wim Wenders -que realizó el documental «Tokio-Ga» con el que recorría los escenarios del filme de Ozu-, Martin Scorsese, Jim Jarmusch, Alexander Payne o Paul Schrader son algunos de los directores que han hablado públicamente de su devoción por el realizador japonés y han reconocido su influencia.
Pero en quienes más se palpan las enseñanzas de Ozu es en dos de sus compatriotas, Yoji Yamada e Hirokazu Kore-Eda.
Yamada, que fue ayudante de dirección de Ozu, se ha atrevido este año a realizar su particular homenaje al maestro, con una nueva versión de «Tokio monogatari», a su vez un «remake» de «Make Way for Tomorrow», de Leo McCarey.
En «Tokyo kazoku» -Espiga de oro de la Seminci de Valladolid (España)-, Yamada copia la historia de Ozu de una pareja de ancianos que no encuentran hueco en la vida de sus hijos, pero la traslada a la actualidad y cambia algunos elementos, como el número de hijos y las relaciones que mantienen con sus padres.
Y aunque mantiene el espíritu y la esencia del cine de Ozu, no utiliza uno de los planos más característicos de sus películas, el conocido como «tatami shot», por estar situada la cámara casi a ras de suelo, lo que da al espectador una visión más cercana a la de los personajes de sus historias.
Es justamente ese cambio de posición de la cámara lo que hace del filme de Yamada una historia independiente de la de Ozu y en cierto modo más cercana al original de McCarey.
Pero pese a este sentido y bonito homenaje, no es Yamada el gran heredero de Ozu, sino Kore-eda, el director japonés más reconocido en la actualidad.
Lo es por su estilo pausado, por la reflexión que esconden sus historias y sus planos y, sobre todo, por su obsesión por los temas familiares, el centro de todas sus películas.
Es el caso de «Soshite chichi ni naru», su último trabajo, con el que ganó el Premio del Jurado en el último Festival de Cannes.
Dos niños son intercambiados en el hospital en el que sus madres dan a luz, un error del que nadie se da cuenta hasta que pasan seis años, momento en el que se plantea el dilema de si deshacer el cambio y destrozar dos familias, o seguir adelante cada pareja con su hijo equivocado.
Kore-eda narra con sutileza la sorpresa, el dolor y la incomprensión que viven los padres, sin lanzar juicios de valor sobre lo que cada personaje decide hacer.
Una historia que se inscribe de forma coherente en la trayectoria profesional de un director que encuentra en la familia un filón inagotable para sus películas, como lo fue también para Ozu.
Y que en uno de sus filmes anteriores, «Still Walking» (2008), ya rindió su particular homenaje al maestro, con una historia que daba la vuelta al planteamiento de «Tokio monogatari».
En la película de Kore-eda eran los hijos quienes visitaban a los padres en una reunión tras años sin verse que demostraba cómo los miembros de la familia se habían convertido en unos extraños. (EFE)
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