Por Jorge Barraza*
El lapidario titular (“Parecía Tahití”) fue del diario deportivo Lance, el número uno de Brasil. Sirve para graficar cómo cayó el terrible 8 a 0 propinado por el FC Barcelona al siempre legendario Santos de Pelé en la Copa Joan Gamper. También a nosotros como sudamericanos nos produjo desasosiego. Por el cruel marcador y por la forma: pareció más un entrenamiento que un partido serio. Quedó la sensación de que si apretaba más el acelerador, le hacía doce. Feo para un club con la historia del Santos. Y para Sudamérica también. Nadie puede excusar al Santos con el argumento de que era un amistoso. Cuando uno juega ante tal rival, en Europa, frente a 85.000 personas, televisado a todo el mundo, no hay carácter de amistoso: pone en disputa algo más que tres puntos o un trofeo, arriesga la reputación.
Que no sirve el pretexto de amistoso lo refleja la furia desatada en la torcida albinegra, con pintadas en las paredes del club, insultos a los jugadores y apretadas a la directiva. “Vergüenza” fue el termino que sintetizó el pensamiento general en Brasil. «Estoy muy, pero muy enojado. A nadie le gusta ver este tipo de cosas. Fue humillante», protestó el fabuloso Coutinho de los años gloriosos. Su compañero de ataque, Pepe, también hervía: «El Barça hizo lo que le dio la gana. Es lamentable para nuestra historia y tradición. Sabía que sería un partido complicado, pero no imaginaba una tragedia.»
Esto tiene un antecedente cercano y vergonzante: en septiembre del año pasado, siendo Millonarios líder del campeonato colombiano, cayó igualmente 8 a 0 con el Real Madrid en un homenaje a Alfredo Di Stéfano, quien fuera ídolo de ambos clubes. Millos sería tres meses después campeón de su país. Es decir, era de lo mejorcito del medio. Y Santos fue campeón de América 2011, de la Recopa y Paulista 2012. Tiene gloria fresca todavía. Ambos fueron abochornados.
Lo curioso es que Brasil viene de ganar por demolición, un mes atrás, la Copa Confederaciones, aplastando en la final a España 3 a 0. Una España con 7 jugadores del Barcelona en el campo (Piqué, Alba, Busquets, Xavi, Iniesta, Pedro, Villa) y dos en el banco (Cesc y Valdés).
Esto marca la oceánica diferencia entre el fútbol de selecciones y de clubes. En el de asociaciones, Sudamérica gana o pierde con Europa; pelea mano a mano. Entre clubes se ha abierto una brecha incómoda, no debidamente reflejada en el historial. Los tiempos en que los nuestros iban y daban recitales y goleadas ya tienen un tinte amarillento.
Los últimos que enfrentaron con posibilidades a los clubes del Viejo Mundo fueron Corinthians el año pasado, que venció al Chelsea, y Estudiantes, que en 2009 iba ganando al Barcelona 1 a 0 hasta el minuto 88 y finalmente terminó cayendo en el alargue. Corinthians llevó al Mundial de Clubes un once fortísimo, atléticamente poderoso para luchar frente a la dinámica, la fuerza y la preparación de los europeos. Porque ahora es necesario tener un equipo virtuoso en lo técnico y que vuele en lo físico. Si no, las chances son nulas. Este 8 a 0 debe hacer reflexionar a la gente de Atlético Mineiro. Seguramente se topará en Marruecos con el Bayern Munich. Deberá potenciarse mucho de aquí a diciembre para competir en igualdad. O incluso para no pasar calor.
Lo simpático es que miles de hinchas de este continente ingresan en los foros que ofrecen los medios y critican la Liga Española. “No existe”, dicen. “Es aburrida”, “Producto del marketing”. Millonarios y Santos dan fe de que sí existe. Y Santos ya había caído 4 a 0 ante el Barsa en la final de Tokio del 2011. Porque vale insistir en que el Santos vapuleado fue campeón continental hace apenas dos años.
Parece una burla: Santos traspasa a Neymar al Barsa y luego el Barsa, con Neymar, le hace 8 goles. Pero es una síntesis de nuestra realidad. En torneos de selecciones podemos contar con todos nuestros futbolistas, en materia de clubes cuentan ellos.
En una entrevista con el diario Olé, al reconocido periodista Vincent Machenaud, de France Football, le preguntan por qué el balompié galo nunca logra llegar a la cima en Europa. “Porque faltan jugadores experimentados y de talento”, responde. “Los mejores futbolistas franceses se van muy pronto por necesidad económica y los clubes no logran reemplazarlos. Ya estamos en la situación del fútbol argentino y brasileño”, agrega con bastante crudeza. Es decir, se ha convertido también en un semillero para las ligas ricas, las de Inglaterra, España y Alemania, que saben vender el producto fútbol. Francia ha quedado en el simple papel de proveedor. Sobre todo porque trabaja muy bien en juveniles. Por ese mero rol de abastecedor nunca da el campanazo en la Champions.
El París Saint Germain hace contrataciones millonarios afuera, pero es una excepción fácilmente explicable: pertenece a un megamillonario árabe. No representa la realidad del fútbol francés.
A favor de un dólar barato y de un mercado interno importante, de 200 millones de habitantes, Brasil ha logrado retener un año más, o dos, a las promesas jóvenes, como sucedió con Neymar. Y ha conseguido traer a algunos veteranos ilustres tipo Ronaldinho. Pero son cracks en bajada. Los jóvenes talentos ya están afuera: Oscar y Ramires en el Chelsea, Sandro y Paulinho en el Tottenham, Marcelo en el Real Madrid, Thiago Silva en el París Saint Germain, Neymar en Barcelona… La lista sería larga. Lo mismo pasa con Argentina, Uruguay, Colombia, Chile, Ecuador…
A Brasil le da como para imponerse en América del Sur, pero para vencer a los mejores de Europa hay que armar equipazos tipo el Corinthians de Tite. Y además reforzarlo (como lo hizo con Paolo Guerrero). Y eso para ganar apenas por la mínima al Chelsea, el campeón más flojito de las últimas Champions.
Selecciones y clubes son mundos distintos. Para el primero estamos bien, para el segundo debería darse un nuevo orden económico mundial. Y, sobre todo, cambiar la ecuación: no vender jugadores, vender un gran espectáculo futbolístico.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.