Polémico cineasta japonés falleció a los 80 años
Maribel Izcue/ EFE
Audaz, crítico y polémico, Nagisa Oshima, fallecido el martes en Kanagawa a los 80 años, está considerado uno de los nombres emblemáticos de la «nueva ola» del cine japonés, en el que dejó una huella imborrable cargada de desencanto y acidez.
Procedente de una familia de inclinación socialista, Oshima firmó casi una treintena de largometrajes entre 1959 y 1999, aunque fue «El imperio de los sentidos» (1976) el que lo consagró como una figura de culto fuera de las fronteras de su país.
La cinta, llena de erotismo y escenas de sexo explícito, fue censurada en Japón y en el Festival de Cine de Nueva York, pero tras ser presentada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes se convirtió en el título más famoso de toda su carrera.
Ello le permitió filmar en coproducción con Francia otra sincera obra acerca de la fuerza del deseo, «El imperio de la pasión», en 1978, que le valdría el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes.
Oshima nació en Kioto en marzo de 1932 y estudió Derecho en la Universidad de esta ciudad, donde destacó por su activismo de izquierdas y desarrolló su afición por la escritura y el teatro.
Tras concluir sus estudios ingresó como aprendiz en la productora nipona Shochiku, donde hizo una rápida escalada que en pocos años le permitió ocupar la silla de director y rodar su primer largometraje, «Ciudad de Amor y Esperanza» (1959).
Aquella ópera prima ya mostraba su interés por los seres que habían dejado atrás el milagro económico japonés a través del relato de Masao, un adolescente a cargo de su madre enferma y de su hermana disminuida psíquica.
En los meses posteriores rodó títulos como «Cruel historia de juventud» (1960), que le valió un premio a la dirección novel, y «Noche y niebla en Japón» (1960), un largometraje cargado de contenido político que, por ello, fue censurada por la productora.
Oshima, desencantado, tomó así la decisión de abandonarla y crear su propio estudio independiente, Sozosha, junto con la actriz Akiko Koyama, con la que contrajo matrimonio en 1960.
El proyecto terminó en fracaso comercial y Oshima se vio obligado a trabajar para la televisión entre 1962 y 1964, un periodo en el que hizo nueve filmes entre cortos y mediometrajes.
Posteriormente retornó a la gran pantalla y muy pronto se definió como el más revolucionario de los realizadores japoneses de la posguerra, con un claro rechazo a las tradiciones cinematográficas niponas de autores como Yasujiro Ozu o Akira Kurosawa, de patrones más clásicos influenciados por la escuela de John Ford y otros maestros de Hollywood.
Su visón dejaba traslucir un profundo espíritu crítico hacia la sociedad y política de su tiempo, menos veneración a lo tradicional y más analítico con la cara oscura del milagro económico nipón de posguerra, el materialismo o las contradicciones sociales, una «nueva ola» del cine japonés a la que también se subirían directores como Shoehi Imamura, autor de «Los pornógrafos» o «La balada de Narayama».
De la filmografía de Oshima en aquellos años destacan títulos como «Los placeres de la carne» (1965), «Los Ninjas» (1967), «Diario de un ladrón de Shinjuku» (1968), «El muchacho»(1969), o «Murió después de la guerra» (1970).
En 1976 llegaría «El imperio de los sentidos», que le dio la fama internacional y cuyas imágenes sexuales hicieron que fuera censurada en su país, donde le valió un cargo judicial por obscenidad (a raíz de un libro sobre la película) del que finalmente salió absuelto.
Para rodar esta película tuvo que buscar una productora fuera de Japón (la francesa Argos Films), algo que repetiría posteriormente a lo largo de su carrera con filmes como «Max, amor mío» (1986), una extraña historia de amor entre una mujer y un chimpancé interpretada por Charlotte Rampling, Anthony Higgins y Victoria Abril y que también causó bastante polémica.
Entre sus rodajes nunca realizados se encuentra la producción de una película con el título «Hollywood Zen», con Ryuichi Sakamoto y Antonio Banderas, pero poco antes de comenzar a filmar en Canadá el proyecto se canceló por falta de financiación, según su productora.
En 1996 sufrió un derrame cerebral en Londres que le obligó a una larga rehabilitación, aunque volvió a ponerse detrás de la cámara en 1999 para rodar la que sería su última película, «Taboo» («Gohatto»), una obra sobre las ambiguas y turbulentas relaciones entre los miembros de una milicia de samuráis ambientada en 1865.
Además de plasmar desde detrás de las cámaras el lado contradictorio y crudo de su entorno político y social, Oshima trabajó en anuncios publicitarios de televisión e intervino durante 8 años (entre 1972 y 1980) en un consultorio sentimental en televisión que posteriormente trasladó a la radio. (EFE)