Nos pasa todos los domingos (es una forma de decir, ya dejó de ser el día del fútbol por antonomasia): queremos volver rápido a casa para ver los goles y las jugadas polémicas. Las del partido que acabamos de presenciar en el estadio. ¿Por qué…? No pudimos verlas con claridad o directamente ni reparamos en ellas.
En la cancha se palpa el calor del público, se vive el clima de la rivalidad, está el irreemplazable valor de las cosas in situ; también se ve panorámicamente el funcionamiento de los equipos, uno puede advertir la real velocidad del juego, de un jugador, porque la vista alcanza todo el rectángulo, la pantalla apenas una parte. Hay diversos aspectos que se pueden calibrar mejor estando allí.
Pero también hay una realidad: en el estadio estamos distantes de la jugada, no vemos la letra chica, los detalles que en el juego significan tantas cosas importantes. En el estadio no hay repetición, lo que nos perdimos no tiene retorno. Nos pasa que, durante el juego, hacemos seis, siete llamadas a un hijo, a un hermano que no fueron al partido para preguntarles: ¿fue un penalazo, no…? Y la respuesta es “Ni lo tocó”. Y uno se dice: ¿pero entonces que vi…? Algunos minutos más tarde, otra vez recurrimos al celular: ¿Por qué anuló semejante golazo…? “Estaba offside”. ¿Seguro…?, repreguntamos asombrados. “Fuera de juego clarísimo”. Hasta quienes nos parecieron figuras en la cancha no fueron vistos igual por quienes lo apreciaron por televisión. Incluso a veces llamamos a casa para saber quién hizo el gol porque desde la tribuna no estamos convencidos. La sensación, cuando vamos al estadio, es que hubiera dos partidos distintos: el que observamos desde nuestra platea y el otro, el de la tele.
El fútbol comenzó a televisarse -vía satélite- en el Mundial del ’70. Se veía borroso, era en blanco y negro y se emitía con una cámara, acaso dos, muchas veces se cortaba el satélite o el audio… Sin embargo ¡qué felices éramos de poder ver un Mundial en directo…! Claro que en ese entonces era mucho mejor ir a al estadio.
Las cosas han cambiado radicalmente. La sofisticación actual de las transmisiones, las soluciones tecnológicas, la cantidad de cámaras (hay hasta 32 en cotejos de gran importancia), los recursos como el Telebeam para determinar si hubo offside, unidos a la velocidad de este fútbol modelo 2012 hacen que la TV le saque una considerable ventaja a la apreciación en el lugar. Grandes periodistas de antes se negaban a opinar de un partido de la Selección si no viajaban. “Analizarlo por televisión me parece poco serio”, argumentaban, muy circunspectos. Hoy más bien sería al revés: no se atreverían a comentar si en la cabina no tienen un monitor de apoyo: se equivocarían en la mayoría de las jugadas y de los fallos.
Durante el Mundial de Sudáfrica departimos varias veces con Tostão, el genial futbolista brasileño, hoy agudo comentarista. Le preguntamos si iba seguido al Mineirão (él vive en Belo Horizonte). «No -respondió-. Me pierdo demasiadas cosas del juego, prefiero ver el fútbol por televisión». Lo entendemos perfectamente, nos sucede lo mismo. Como hinchas nos gusta el estadio, como analistas preferimos la TV. Hasta un gesto de un jugador puede indicarnos algo. En la caja chica lo percibimos, en la cancha no. Además, en el caso de Tostão, el Mineirão es un coloso cuyo campo está alejadísimo de las gradas. Los jugadores parecen enanitos. Lo mismo acontece en otros muchos enormes coliseos del mundo.
Edgardo Broner, periodista argentino-venezolano, da un enfoque interesante: “Me gusta ir a la cancha porque veo cosas que no son propias del juego y quiero vivirlas, aunque luego debo recurrir a la televisión para ver un sinnúmero de jugadas que no me quedaron claras”. Es que, con la rapidez del juego contemporáneo, ir a la cancha no es la forma más precisa de ver el fútbol.
»El daño que la televisión le ha hecho al fútbol es inconmensurable», reniegan algunos críticos desde hace años. «La televisión maneja el fútbol y hace lo que quiere», se quejan otros. No lo compartimos, pero sobre todo no lo entendemos. Más allá de que pueda significar un brillante negocio para corporaciones comerciales, la TV es muy democrática, hace del fútbol un espectáculo para todos. Nos trae en directo el fútbol de clubes de Europa, podemos seguir los 138 partidos de la Copa Libertadores, vemos Mundiales, Olímpicos, juveniles, los campeonatos locales… Y, salvo algunas ligas o torneos que son exclusivos de cierta señal, todo lo demás es gratis. Pero, además, la TV vuelca miles de millones en el fútbol. Es el principal ingreso de casi todos los clubes del mundo. Y algo importante: la TV adecentó mucho el juego. Ahora todos están expuestos, árbitros, jugadores, técnicos. También se dijo que la televisión alejaría al público de los estadios. Están llenos en casi todo el mundo.
Desde luego que ir al estadio es maravilloso, se vive una fiesta que ninguna transmisión puede contagiar. Pero en cuanto al análisis, la TV de hoy es incompar
able. Antes no notábamos tanto la diferencia. Ahora parecen dos partidos distintos.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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