Por Jorge Barraza*
Jorge Barraza: «Un pasodoble inolvidable»
De cómo un fútbol históricamente tosco, basado en la fuerza física y en la tozudez se convierte como por encanto en una maravilla plástica, en esta histórica expresión de arte futbolístico. De cómo un país consuetudinariamente perdedor en el juego de la pelota pasa a ser el prototipo de la victoria, de todo esto debería escribirse un libro. España es la metamorfósis más increíble y deliciosa que se haya visto en 150 años de este deporte.
»…Goya toca en pared con Velázquez, éste alarga para El Greco, centro atrás en dirección de Dalí, la peina Picasso, entra Miró y ¡gooooolllllll de España…!!!»
Podríamos trocar los nombres de Xavi, Iniesta, Cesc, Jordi Alba, David Silva por los de aquellos gigantes de la pintura española. Todo quedará entre artistas, unos con el pincel, estos con el balón.
¡Qué orgullo, España…! Jugar con tanta grandeza, con semejante clase y siempre con deportivismo. ¡Qué bonito debe sentirse hoy ser español…! No recordamos otras finales de grandes torneos definidas de manera tan contundente en el resultado y, sobre todo, tan aplastante en el juego. El 4 a 0, marcador impropio de una final, casi es un manto piadoso para esta Italia crecida tras la sorprendente victoria sobre Alemania. Pero no tienen nada que reprocharse los muchachos azzurros: frente a esta máquina de hacer fútbol, cualquiera pasa un papelón. Es normal.
»Nunca te metas con los de Nápoles, puede costarte caro», amenazaba Chicho di Napoli, delicioso personaje de Cimena Paradiso. Parafraseándolo, podríamos decir «nunca te metas con España, y menos en una final, puedes pasarla mal».
Italia se había granjeado muchas simpatías por su inesperado ascenso hacia a la final, y sobre todo por haber eliminado a Inglaterra y derrotado con gran clase a Alemania. Pero hay más motivos para congratular a la Azzurra: por haber elegido este camino de buen fútbol, como un día hizo España con Luis Aragonés… Por tener a un jugador notable como Pirlo (¡cuánta sabiduría con la pelota!)… Por perder 4 a 0 una final y no dar una sola patada, un codazo. Nunca pretendió ensuciarle el triunfo al adversario. ¡Bravo, Italia…! Un país que reúne cuatro títulos mundiales merece siempre respeto. Igual, el suyo fue a lo largo de los tiempos un estilo austero y de marcado signo defensivo que conformaba sólo a los italianos. Esta escuadra de Prandelli, en cambio, sumó reconocimiento ajeno. Gustó.
Una sola vez España había derrotado a Italia en juegos oficiales: fue en 1920. Pero este triunfo vale por diez, por veinte. Imaginábamos un duelo estelar entre los dos grandes mariscales de ambas selecciones: Andrea Pirlo y Xavi Hernández. No lo hubo: Xavi monopolizó todo el juego, la conducción, la cerebración del juego, intervino en los goles, dio asistencias magistrales. Incluso en el tercer gol, Xavi le robó la bola a Pirlo en tres cuartos y le dijo a Fernando Torres “hazte un gol, Niño”.
El sábado, en conferencia de prensa, Xavi se había reprochado a sí mismo no estar satisfecho con su rendimiento. Pues jugó una final de 10 puntos (¿no hay once…?) ¡Qué excepcional conductor! Disfrutémoslo mientras tenga piernas y aire. Es uno de los grandes de todas las épocas. Ahora Xavi volverá a su casa, dejará el bolsito detrás de la puerta y le preguntará a su esposa: “¿Qué hay de cenar…?” Es un genio con pinta de obrero que vuelve de la fábrica y se sienta a la mesa a picar alguna cosita y ver un poco de televisión.
El de España es un estilo que siempre está obligado a demostrar preciosismo y resultados. Los que juegan mal nunca están compelidos a nada, ni a jugar bien ni a ganar, gozan eternamente de una extraña indulgencia. Hay millones agazapados esperando que España pierda para mandar una carga de artillería: “Ese juego es aburrido”, “Mucho tiki tiki pero no concretan”, “Al fútbol se gana con goles”, “Prefiero jugar mal y ganar”… Para quienes sólo adoran los resultados, España es una pesadilla. Porque además de brindar festivales de fútbol, de hacer paredes milimétricas en espacios mínimos, además de pasar por lugares vedados y de bailar a los rivales, les gana, los aplasta, los desmoraliza. Y sale campeón. No le pueden decir nada, se tienen que tragar el durazno con carozo y todo.
Los auténticos genios, los grandes de la historia, pasan a la inmortalidad por hacer cosas superiores al resto, diferentes, atrevidas, magnánimas, generosas. Son las cosas que hace esta generación de futbolistas españoles a quienes el fútbol mundial debe agradecerles siempre. Convierten a nuestro deporte en arte.
Igual, vale decir que esta España deja la sensación de ser un Barcelona reforzado. Mejorado con Casillas, con Jordi Alba, con David Silva… Cuando la tocan Arbeloa, Xabi Alonso, Sergio Ramos (defensivamente espectacular, eso sí) se lo ve como un equipo más terrenal. Ahí pasa de lo poético a lo prosaico.
En esta hora de gloria hispánica, vale un alto reconocimiento a Luis Aragonés, el que les cambió la cabeza a los jugadores. Les sacó el chip de la Furia Roja y les puso el del fútbol bien jugado, por abajo, al toque y hacia adelante, con la pelota como tesoro principal. Una mención de honor a Pep Guardiola, ideólogo inflexible desde su Barsa. Y al querible Vicente Del Bosque, a quien el Real Madrid apartó del club por pretender un técnico más rimbombante, menos modesto. Se merece todo Del Bosque, quien tuvo la humildad, después de ser campeón mundial en Sudáfrica, de decir: “Mi misión era tratar de no destruir todo lo bueno que habían armado Aragonés en la Eurocopa 2008 y Guardiola desde el Barcelona”.
¡Qué bonito gesto el de España de hacerle pasillo a Italia cuando ésta pasaba para ir a buscar las medallas del subcampeón! Y todos saludándose como verdaderos camaradas del fútbol. También en eso han dado una fina lección. ¡Salud españoles, actuales reyes del fútbol…!
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.