El controvertido goleador italiano es noticia dentro y fuera de los campos de fútbol
Francisco Ávila / EFE
El del doblete a Alemania o el de la patada a Song, el tipo que utilizaba su iPad en el banquillo de reservas o el genio que sorprende por su fútbol fácil, así es Mario Balotelli, el último cazador del área, el tipo que hoy ha saltado a las portadas por su fútbol, no por sus excentricidades.
Todos reconocen su talento inconmensurable y también que sus veleidades son producto de una infancia complicada que le ha marcado de por vida.
Nacido en Palermo e hijo de ghaneses. Mario Barwuah tenía dos años cuando su familia dejó el pequeño apartamento en el que vivían hacinadas 20 personas en Sicilia para buscar la fortuna en el norte de Italia.
Se instalaron en Brescia, allí vivió durante 15 años. Su familia no podía mantenerlo y lo entregaron en custodia a los Balotelli -tres hermanos más, dos de ellos adoptivos-.
En un barrio de blancos, Mario tenía un evidente problema de identidad, porque además estaba obligado administrativamente a visitar cada cierto tiempo a su familia biológica.
Mario, ‘Supermario’ como lo conocen en Italia, debutó como profesional con 15 años. Con esa edad Walter Salvioni lo alineó con el Lumezzane, en un partido de la serie C1. Desde el principio, con ese aire de suficiencia que ha rodeado su vida personal y profesional, anunció que «sería el primer negro en jugar con la ‘Azzurra'», aunque ya Fabio Liverani, del Lazio, también negro, fue internacional en 2001 contra Suráfrica.
Antes de llegar al Inter de Milan, Balotelli estuvo a prueba con el Barcelona. Era el verano de 2006, Mario estaba en edad cadete y jugó tres partidos de un torneo con el cadete B.
Compartió vestuario con Thiago Alcántara, Martín Montoya, Oriol Romeu Isaac Cuenca y Christian Tello, entre otros. Marcó ocho goles en tres partidos, convenció al técnico Fran Sánchez. Después el problema fue otro, su representante pidió «una barbaridad» para que el joven Mario se quedara en Barcelona y se fue al Inter de Milan.
De allí al City, previo pago de 28 millones de euros. En Manchester, un ‘magacin’ radiofónico matinal recoge las llamadas de los oyentes que cuentan en todo momento las peripecias de Balotelli en la ciudad.
Muchas pueden ser producto de la imaginación popular, como la de aquella fiesta en la que estuvo a punto de quemar su casa al manipular fuegos artificiales.
Algunos aseguran que invitó a todos los conductores que repostaban en una gasolinera a llenar gratis los depósitos, otro que vio como le dio mil libras a un vagabundo, o aquel día que entró en la biblioteca de la universidad y pagó las multas de todos los estudiantes que no habían devuelto a tiempo los libros.
Balotelli, el tipo que cuando marcó un gol en Old Trafford mostró una camiseta con el mensaje: «¿Por qué siempre yo?», vive siempre al límite. Se la jugó al propinar una patada descomunal a Song, y Mancini, su entrenador, dijo que no iba a contar más con él.
El seleccionador italiano, Claudio Prandelli, tuvo sus dudas para convocarle para la Eurocopa. Demasiadas turbulencias, mucha inestabilidad emocional. Balotelli es el delantero bipolar. Un tipo que anda arriba y abajo. Ahora está en lo más alto, y cuando está allí, difícilmente alguien puede pararlo.
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