Jorge Barraza: «La diferencia entre alegría y orgullo»
Por Jorge Barraza*
Luego de malograr su penal, Cristiano Ronaldo lucía menos altivo, más humano. También Sergio Ramos, después de mandar el suyo a la segunda bandeja del Bernabéu. Se lo veía como un muchacho normal, de calle, no como ese sujeto atropellador que aprovecha la camiseta del Madrid para cometer todo tipo de fechorías futboleras. Hasta el pillo de Pepe parecía bueno. La derrota ubica. Vuelve a las personas a la tierra.
El Real Madrid, el club que “tiene que ganar todo siempre”, contemplaba absorto el festejo de los bravos soldados del Bayern Munich. Al fin unas pizcas de justicia. El Bayern había sido más en Alemania, cuando ganó ajustadamente 2-1, y fue claramente superior en España, pese a perder el partido. Atacó antes y durante, hizo buen fútbol, lo dobló en llegadas netas. O sea, los penales no fueron herejes: pasó el mejor, el de mayores méritos, quien mostró a los jugadores más destacados: Robben, Mario Gómez, Ribery, Kroos, Lahm, Neuer, Alaba, Schweinsteiger… Regaron el campo con su sangre, le sumaron juego y están en la final.
A Mourinho le llueven ofertas de Hollywood, hay escasez de villanos, pero anunció que se queda en la Casa Blanca. Esta vez ni del árbitro pudo quejarse. Su planteo “genial” de meterse atrás y contraatacar no funcionó frente a las tropas bárbaras. A los germanos les importa un rábano el señorío (del Madrid) y todas esas hipocresías y tilingadas. Van para adelante como un tren. El portugués tendrá que intentarlo un año más, el tercero, a razón de 14 millones de euros el año (paciencia…). Mientras, el Madrid deberá contentarse con la Liga Española, como un niño enfadado que le pidió a Los Reyes la bicicleta y le trajeron un barquito de plástico.
Barcelona también le dijo adiós a la Champions League, aunque de modo diferente; en lo suyo hubo mucho de fatalidad. Quienes elaboran las estadísticas de juego dicen que, sumados los dos partidos, llegó 38 veces a posición de gol. Y la posesión de balón superó el 80%. «No patean al arco», acusaron algunos. Se cansó de hacerlo. Sin puntería, acaso, pero pateó. Hubo una conjura de palos, arquero y maldiciones bíblicas. «Quieren hacer el gol después de 300 toques», rebuznan otros. Es que cuando el rival pone diez centinelas cercando el área, el jugador inteligente (lo indica el manual), toca y toca hasta generar el hueco. Cuando el adversario se parapeta como el Chelsea, tiene que tocar aún más y más.
Cuidado, todo lo que está dentro del reglamento, es válido. Y defender es parte del juego. Lo del Chelsea es criticable estéticamente, pero si un equipo se siente tan inferior a otro o cómodo en ese esquema, nadie lo puede obligar a que ataque. No es para enorgullecerse, desde luego, tampoco es de una astucia desmesurada. Eso de colgar diez sujetos del travesaño viene de la época en que las mujeres usaban enagua.
El Barsa hizo su fútbol, que tiene un compromiso ético supremo: buscar el triunfo, hacer muchos goles, dar el máximo espectáculo posible, ir siempre al ataque, jugar limpio. Está en paz con su conciencia: no se traicionó. Pero tampoco tiene sosiego: se va Guardiola y termina el ciclo más brillante del fútbol.
Que quede fuera el Madrid no asombra. Podía darse. Es un equipo contundente si le dan espacios; cuando se le cierran, es como todos: tardó 76 minutos para hacerle un gol al Apoel de Chipre. Pero no juega bien. Entre otras cosas, le llegan bastante. Vive a los manotazos atrás. Después del Apoel le tocó un rival veinte veces superior como el Bayern. Cabía suponer que lo complicaría.
Tampoco debe generar perplejidad la eliminación del Barsa. Hace dos meses viene aflojando. Lo sostuvo Messi a fuerza de montañas de goles y asistencias. Pero el día que se resfría Messi… El Barsa venía sin frescura. Interpretando la partitura como un autómata. Y se equivocó en no fichar un goleador. No uno de 11 goles por año. Uno de treinta.
Jaume Miserachs, colega de Mundo Deportivo, se ha puesto a hacer números: dice que desde la última Copa de Europa ganada por el Madrid -en 2002- han pasado diez años, en los que el club ha hecho 62 fichajes por valor de 937 millones de euros. Que se disimularían conquistando otra Champions. Pero tal salvajada de plata en un país al borde del rescate financiero sólo para ser campeón de liga… no cierra.
El propio poderío del Barcelona y el Madrid ha conspirado contra ellos. Para poder estar a la altura uno del otro se refuerzan, se refuerzan… Se han distanciado tanto del resto de los competidores españoles, que han convertido a su liga en un mano a mano. Y es tal el encono entre catalanes y madridistas que ninguno quiere dejarle al otro siquiera las migas. Ni la Supercopa de España ni la copa del Rey. Nada. Todo se lo juegan a muerte. Entonces se desangran uno al otro, como ahora, y permiten que los devoren los de afuera. El Bayern cedió por segundo año consecutivo en el campeonato alemán. Y el Chelsea marcha sexto en la Premier. Han declinado otras competencias priorizando lo que consideran más trascendente, o sea, la Champions. Y llegaron más enteros mentalmente a semifinales que los españoles.
Si el Barsa hubiera enfocado sólo la Copa de Europa cuando el Madrid le sacó 10 puntos de ventaja, posiblemente hubiese llegado más fresco al choque con el Chelsea. Pero fue por todo: Copa del Rey, Liga y Champions. Y tal proeza, año tras año, es imposible. De los últimos 20 partidos de la temporada, el Barsa podía perder uno sólo -la ida ante el Chelsea-. Los otros 19 estaba obligado a ganarlos si quería alzarse de nuevo con la triple corona. Y eso es milagro, aún para este equipazo. En especial cuando fichó mal. Con Villa, acaso, podía lograrlo. Sin sus goles, fue remar el mar con viento en contra.
La diferencia entre los dos grandes de España es el juego, las formas, Los triunfos del Madrid generan alegría; los del Barsa, orgullo. Cuando pierden, la alegría se va, el orgullo queda.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
Be the first to comment