Por Jorge Barraza
Al menos tres generaciones de uruguayos sintieron el domingo último uno de los máximos orgullos de sus vidas: haber visto a la selección celeste coronarse campeona de la reciente Copa América. Quince veces ganó Uruguay el trofeo, aunque nunca de este modo. La conquista tiene enorme significación: porque ratifica el pasaje estelar que atraviesa el fútbol de Obdulio Varela; porque fue conseguida tras una final contundente; porque se logró en Argentina, considerado por los orientales territorio enemigo (en fútbol y en todos los órdenes se percibe una fuerte antipatía hacia los “hermanos rioplatenses”, que curiosamente no se da del otro lado), y porque sus jugadores dejaron la piel, la sangre y el alma en el campo en pos del objetivo.
No existe otra actividad que accione más el orgullo que el fútbol. Ni un campeón del mundo, ni un premio Nobel, ni un artista de dimensión universal, pueden motorizar más el sentido de pertenencia que este juego de once contra once. Cuando uno dice “la Selección Uruguaya” se sabe que no habla de la de voley, la de básquet o la de remo. Hay una sola.
“Es verdad, estamos muy felices”, reconoce el abogado Jorge Da Silveira, acaso el número uno de los comentaristas deportivos montevideanos, quien acapara la audiencia matutina en radio. Esa íntima y exultante satisfacción tiene una explicación adicional: este Uruguay jugó por la camiseta. Anotémoslo: en 2011, Uruguay derribó el mito de que ya nadie juega por la camiseta: ellos lo hicieron. Suárez, Forlán, Muslera, Lugano, los dos Pereira… Y esa fiera, ese símbolo de la lucha por los colores que es Diego Pérez, capaz de ir a trabar con los dientes. Pocas veces el ciudadano uruguayo se sintió tan bien representado como por estos nobles gladiadores modernos.
Pero este es el momento del balance, de lo que dejó la tan esperada 43ra. Copa América.
* Lo mejor. La categoría del campeón. Uruguay fue un grandísimo equipo y prestigió la competencia. Veníamos de dos títulos seguidos (2004 y 2007) de un Brasil apenas correcto, más eficiente que agradable. Esta versión de la Celeste será muy recordada.
* La pena. El césped del estadio de La Plata, que no estuvo en concordancia con lo que fue el imponente escenario y el magnífico montaje de la Copa. No faltó la voluntad: lo sembraron y resembraron tres veces para que luciera impecable, pero el piso es desmontable, se compone de 89 cuadros de grama sobre una base de cemento, y los panes no lograron ensamblarse correctamente.
* El crecimiento. De la Copa América. Ha tomado la estatura de un mundialito. Mantuvo expectante al mundo, que recibió las imágenes a través de 198 países por televisión y mediante Youtube, el sitio de Internet que por primera vez emitió en directo un torneo de fútbol. Se pudieron ver los partidos por computadora desde cualquier lugar sin necesidad de encender la TV, apenas conectado a la red.
* La emoción. Ver en persona a Mario Alberto Kempes comentando un partido para ESPN desde el estadio que merecidamente lleva su nombre. Por cierto, un fantástico coliseo para 57.000 espectadores, que postuló a Córdoba para ser sede de partidos de la próxima Eliminatoria.
* La justicia. Que la Copa consagrara por fin a un delantero de inmensa clase como Paolo Guerrero, Botín de Oro de la competencia. Siempre fue un crack, Paolo, le faltaba una actuación así para entrar en el ojo del gran público internacional.
* El partido. Argentina 1 – Uruguay 1. Tuvo todo lo que se le puede exigir a un grandísimo clásico: alta vibración, ida y vuelta, actuaciones notables como las de Messi, Forlán, Suárez, Muslera, el mismo Higuaín. Pese a todas las críticas recibidas y a su eliminación, Argentina esa noche tuvo al campeón contra las cuerdas. Y mereció mejor suerte. No es poco mérito.
* La decepción. Brasil. Pese a que pudo haber goleado a Paraguay y seguir en carrera, fue una selección sin ángel, sin el peso determinante de sus figuras. Aunque falten tres años, tendrá que mejorar mucho para su Mundial. Y lo inquietante es que no tendrá competencias para probarse. Los amistosos no son un buen parámetro. La Copa Confederaciones (2013) tampoco.
* El crack. Sin la menor discusión: Luis Suárez. Ya lo hemos descripto varias veces. Es un manual de picardía, de inteligencia, de clase mundial. Justificadísimo su Balón de Oro. Cada vez que lo vemos juega más. Impresionante, pesadillesco. Un delantero de cualquier época, para ganar partidos y campeonatos.
* La maravilla. El público, que dio un marco notable al torneo. Sólo dos o tres encuentros no presentaron estadio completo. Y varias decenas de miles llegaron desde el exterior. Chile fue el número uno en la materia. Treinta mil hinchas cruzaron la Cordillera para el juego con Perú. En la final, también 30.000 uruguayos atravesaron el Plata para estar presentes en River. Y hubo decenas de miles de paraguayos, bolivianos y peruanos.
* La frustración. De Argentina. Sergio Batista presentó un equipo sin alma, sin defensa, sin organización de juego, agravado por ser el local. El DT pasó toda la previa hablando de que a Messi había que rodearlo. Fue exactamente lo que le faltó: compañía. La Copa le costó el puesto al entrenador.
* La alegría. De Perú. Genuina, merecida. Volvió al podio. Mostró orden, otra seriedad competitiva. Igual, va a tener que trabajar mucho más Markarián. Aparte de Guerrero y Vargas no se le advirtieron jugadores de gran proyección. Fuera de aquellos, quien más gustó fue William Chiroque, un atacante endiablado, pero con 31 años.
* La preocupación. De Paraguay. Jugar tan espantosamente mal a dos meses de la Eliminatoria encendió todas las alertas en la dirigencia del fútbol guaraní. El propio Gerardo Martino fue quien elegió dar un paso al costado. La gente que no analiza el juego dice “Ah, no sé, por penales o por lo que sea, Paraguay está en la final”. Cualquiera que entienda un mínimo de fútbol sabe que, jugando así, no tiene la menor chance de clasificar a un Mundial.
* El aprobado. De la organización de la Copa. Presentó 8 estadios excelentes, hubo puntualidad de horarios, funcionó muy bien la venta electrónica de entradas, se acreditó la cifra récord de 5.180 periodistas y todos trabajaron sin inconvenientes mayores. Y se atendió a cientos de miles de visitantes a los que hubo que darles transporte, alojamiento, sanidad, alimentación, seguridad.
* La revelación. Venezuela. El de más bella propuesta futbolística. Regaló fútbol, ilusión, osadía. Y lo más trascendente de este avance fulminante: con garra. Dejaron de ser inocentes, pelean, son bravos, ponen la pierna firme.
* El veredicto. Siempre estarán los fatalistas, los agoreros, los críticos impiadosos (los periodistas suelen ser unos sujetos implacables para con todo lo externo, no tanto para con ellos mismos). Pero esta fue una gran Copa, tuvo una dimensión superior a muchas anteriores. En diversos aspectos. Todos (excepto México y Costa Rica) trajeron lo máximo que tenían, jugaron a fondo, con seriedad competitiva. Por eso justamente se habla de agrandar la Copa América a 16 equipos. Ya es un pequeño Mundial. Y no tiene vuelta atrás.
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