Por Jorge Barraza*
Orgulloso escenario del Mundial del ´50, el septuagenario estadio Pacaembú fue naturalmente ignorado para el Mundial 2014 en función de su decrepitud. Pero su cemento veterano tiene recuerdos inoxidables: ha sido testigo del fútbol más brillante que el planeta conociera, incluso antes que el Maracaná. Una buena porción de la carrera de Pelé transcurrió allí. Leónidas, Zizinho, Zito, Ademir da Guia, Rivelino, todos los grandes astros paulistas desfilaron su clase por ese pasto apelmazado y húmedo. Hasta la inauguración del Morumbí, en 1960, el Pacaembú se empachó solo con el gran fútbol paulista. Y siguió hasta hoy albergando juegos de Corinthians, ocasionalmente Santos, Palmeiras y otros.
Su fachada de estilo art decó es una las más bellas que presente coliseo alguno. O Pacaembú acaba de cobijar una gloria nueva: la del Santos, club que después de tanto espectáculo visual en los ´50 y los ´70 pasó a ser conocido con un compuesto: Santos de Pelé.
Cuarenta mil fervorosos sacudieron este miércoles las viejas entrañas del Pacaembú. Treinta y siete mil quinientos del cuadro portuario, 2.500 del Peñarol de los Milagros.
La lógica repartía las posibilidades 70 a 30. Y se dio así. Sin sobrarle absolutamente nada, Santos respondió al favoritismo y levantó la Copa Libertadores, 48 años después de su última conquista continental. “Santos perdió un partido en 14, algún mérito debe tener”, señaló Edú Dracena, el capitán que recibió el legendario trofeo, justificando el premio gordo. Y es un buen análisis: en este caso, los números ayudan a encontrarle una explicación a la conquista. También es cierto que los números lo explican mejor que el juego. Santos fue un campeón legítimo. No hay tanto más para decir.
“Una nueva generación de oro”, dice el titular de Agora, jornal paulista. “Neymar e Ganso reviven el brillo de la era de Pelé”. “Adiós meninos da Vila, ahora serán gigantes da Vila”, “Brillante tri del Santos, quien no vio a Pelé está viendo a Neymar”… Posiblemente el entusiasmo por el título estimuló ciertas exageraciones. Santos es un club muy querido en Brasil, más allá de sus parciales, por todo lo que representó su fútbol majestuoso en tiempos de Pelé, Coutinho, Pepe, Dorval y otros. Refrendó a nivel de clubes las dos primeras Copas del Mundo ganadas por Brasil y fue un espléndido embajador itinerante que hacía diplomacia con lujos y goles. Llevó el juego a la dimensión de arte.
Acaso todo eso coadyuvó a tan grandilocuentes titulares, a tan generosas comparaciones. ¿La realidad? Santos fue un campeón justo. En las dos acepciones del término: justo de justicia y justo de apretado. Al cabo de 180 minutos discretos terminó superando por un gol de diferencia a este Peñarol cuyo milagro más grande es haber llegado a la final. Con el corazón en la mano, nunca con tan poco un equipo llegó a tanto. Lo impulsó la tradición, su mística, su gran hinchada. Y la camiseta. La de Peñarol pesa toneladas. Estos mismos jugadores, con otra casaca, quien sabe si superaban la primera ronda. Seis derrotas en 14 juegos sufrió el Carbonero en su escalada a la cumbre. Marcó 15 goles y recibió 19. Su posesión de pelota no debe haber superado el 40% en todo el torneo. Juega con 4 volantes de marca y una defensa que no se despega nunca. La camiseta llegó a la final. El mérito de su entrenador Diego Aguirre, de sus laboriosos muchachos, fue hacer siempre dignas y peligudas sus presentaciones.
A ese Peñarol le ganó el Santos 2-1 y se consagró.
Lo bello de la final fueron los nombres, la historia, el velo casi romántico de batallas antiguas que envolvió de fantasía la mente del público, que reventó las dos canchas.
Peñarol fue un fenómeno de adhesión popular extraordinario, que resalta toda su grandeza: promedió 50.000 boletos vendidos en cada presentación de local. Y eso que había arrancado pésimo, cayendo 3-0 ante Independiente (con salsa y merengue incluidos). Pero además está la prosapia, el rótulo de Peñarol que genera expectativa también como visitante. Tenga lo que tenga, Peñarol destila historia, respeto, admiración por su indiscutida combatividad. Hay que dejar la sangre para vencer a Peñarol.
Santos era más, sin duda. Pero, ¿qué es este Santos…? Buen equipo, joven, en crecimiento, y cuya verdadera dimensión la tendremos en diciembre, cuando en el Mundial de Clubes enfrente al mejor del mundo: el Barcelona (si ambos pasan la semifinal, claro). El destino ha querido que se topen los clubes que han alumbrado a los dos mejores equipos de la historia del fútbol: el Santos de Pelé y el Barsa de Messi.
Rafael es un arquero eficiente y la defensa es firme, confiable, con dos zagueros importantes como Durval y el capitán Edu Dracena. Dos laterales jóvenes de enorme proyección: Danilo por derecha (autor del segundo gol en la final) y Alex Sandro en la izquierda (el titular todavía es Leo, de 36 años, pero Alex Sandro pide pista). El morenito Arouca en el medio, figura excluyente ante Peñarol. Útil, experimentado, trabajador, entrega la bola al pie. Elano, un 8 de antes, buen manejo, excelente pegada, poco trajín. Y hacia adelante, las dos estrellitas del momento, Ganso y Neymar. Ganso semeja un “10” de 1960, una zurda talentosa y pachorrienta. Mucha clase, pero vagoneta. Ganso, cuando compra el diario, lo primero que hace es tirar los clasificados: ve un trabajo y llora. La pelota pasa a tres metros de él y no se mueve. El fútbol actual no permite estas licencias. Hasta Messi corre, recupera, obstruye.
Y Neymar… ¡Qué tema, Neymar! En Brasil recibe tratamiento de dios. Tiene habilidad, velocidad, atrevimiento y hermoso remate, más preciso que fuerte. Enorme potencial.
Decimos lo mismo que en el Sudamericano Sub-20. Todo dependerá de su cabecita. Si los cables están bien conectados, su futuro será luminoso. Para eso habrá que esperar que haga más carrera.
¡Salud Santos…! Es campeón. Y hay que saber ser campeón.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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