Por Jorge Barraza*
El pequeño estadio Urbano Caldeira, del Santos, nunca pareció mejor bautizado que esa noche de agosto de 1962: era una caldera. Sin Pelé, el Ballet Blanco vencía a Peñarol 2-1 por la final de la Libertadores, entonces tan ríspida y borrascosa. Pero, en cuatro minutos, con goles de Spencer y Sasía, los aurinegros se pusieron 3-2 arriba. El Urbano Caldeira, que ya hervía por el discutido gol de Sasía, explotó. Un botellazo arrojado desde las tribunas impactó en la humanidad del juez chileno Carlos Robles y lo desplomó. Pepe Sasía, el «nueve» de aquel bravo Peñarol de los 60, levantó la botella y la blandió ante los jugadores santistas como diciendo «Si hay que entrar a dar, damos todos, eh…» Estamos viendo esa foto.
Fue en el segundo juego de la final de 1962. Santos había vencido 2-1 en Montevideo con tantos del talentoso gordito Coutinho (tenía una pancita importante, pero sus paredes con Pelé forman parte del bello edificio del fútbol mundial). A Robles lo llevaron al vestuario, donde estuvo tirado largo rato en una camilla, pese a lo cual recibió fuertes presiones para continuar el partido. Lo amenazaron a punta de pistola, contó luego. Cincuenta minutos después, volvió al campo y ordenó reanudar el juego, aunque íntimamente había tomado una decisión: los 39 minutos que faltaban se jugarían «de mentira», para calmar a la turba. Los únicos que lo sabían eran los peñaroles. En ese lapso, Pepe empató para el Santos, el público celebró, creyéndose campeón, y el clima se atemperó. Robles y los uruguayos salieron con vida.
Luego, en el informe, el árbitro hizo constar que había dado por finalizado el partido a los 51 minutos, con la victoria carbonera por 3 a 2. Con mucha diplomacia (arte por nadie manejado con mayor maestría que por los nacidos en Brasil), Santos pidió un juez europeo y que el desempate se jugara varias semanas después, para aplacar los ánimos. En realidad esperaban la recuperación de Pelé, que había vuelto desgarrado del Mundial de Chile. Así que 28 días más tarde volvieron a medirse en cancha de River, en Buenos Aires, bajo el silbato del holandés Leo Horn. Ganó el Santos 3 a 0 con dos goles de O Rei.
A 49 años de aquel célebre episodio, el club de Pelé y el de Spencer y Joya dirimirán el título de la presente Copa Libertadores. ¿Quién gana…? Imposible aventurar. Santos es un equipo discreto más Neymar, la nueva estrella del fútbol brasileño; un fantasista con gol, un velocista con profundidad, magnífico remate, habilísimo. Es la carta que debe contrarrestar Peñarol si pretende coronar. Neymar es casi la única explicación de que el Santos llegara a la final. Y refleja la importancia de retener a las figuras. «Tiene contrato europeo», nos dijo Junior. Se comenta que arrancó el año cobrando 370 mil dólares mensuales y ahora lo reajustaron a 650.000. Estamos hablando de casi 8 millones anuales. Si nuestros clubes pudieran conservar en sus filas sólo a cinco o seis talentos, pelearían mano a mano con los europeos.
Y ¿qué es Peñarol…? Difícil explicarlo. No hay una razón futbolística visible, definida, que argumente su escalada a la final de la Copa. Arrancó perdiendo feo frente a Independiente, 3 a 0 y con candombe. Se llevó cinco de Liga de Quito, clasificó contando monedas… Luego fue pasando, pasando, raspando siempre y aquí está, otra vez golpeándole las puertas a la gloria.
«La historia no juega», dicen. ¿Que no…? La de Peñarol empuja como un tren. La mística carbón y oro ha sido el jugador invisible, la figura de este equipo del milagroso Diego Aguirre, ganador si existen. El mismo Diego que en el 87 puso el zurdazo celestial en el arco del América de Cali, cuando iban 120 minutos exactos en Chile, en aquel recordado desempate por el título. El mismo Aguirre que tomó dos veces a Peñarol en situaciones comprometidas y lo sacó campeón uruguayo. Y que ahora volvió para escribir otra leyenda con este grupo de modestos futbolistas. Que trabajan bien los partidos, tienen poca posesión de balón, pero defienden con orden y aprovechan todo. La figura es Martinuccio, un diez argentino proveniente de Nueva Chicago. Un tapado.
¡Qué bonitas semifinales…! Cerro Porteño 3 – Santos 3 fue un canto al fútbol ofensivo, conmovedor el esfuerzo de los paraguayos buscando la victoria. Letal Santos en sus pocas llegadas. Bellísimo también el Vélez 2 – Peñarol 1.
¡Qué limpio es el fútbol actual…! En cuatro partidos de semifinales no se vio un golpe artero, una bronca, un incidente. Enorme mérito de Peñarol, como el de Uruguay en la pasada Copa Mundial: ni una patada, ni un codazo. El fútbol uruguayo entendió, por fin, que si no desterraba el juego brusco no podía prosperar. El reglamento actual, aún con jueces imperfectos, es mil veces más estricto que el de hace 40 años. El que pega, se va. Y la incidencia física es tan grande que casi nadie gana con 10. Antes existía un axioma: «equipo que queda con diez se agranda». Eso expiró.
Santos-Peñarol, la historia juega.
*Ex articulista de El Gráfico y director de la revista Conmebol, (a) International Press.
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