Jorge Barraza: Millonarios sin anécdotas

Jorge Barraza

Por Jorge Barraza*

Marcaba, quitaba, subía, jugaba, convertía… El Negro Rolan acumulaba verbos prodigiosamente por el lateral izquierdo. Para muchos, el mejor ocupante de esa franja de la defensa en la historia del fútbol argentino. Había llegado joven a Independiente del Danubio montevideano. Tenía clase con la bola y era durísimo sin ella. Una tarde de 1960 chocaban los Rojos contra River y le tocó custodiar al puntero Domingo Pérez, uruguayo como él. El Negro no hizo excepciones: lo cepilló en las dos primeras. Pérez, que también lo conocía de la selección charrúa, buscó el ablande: “Negro, mirá que somos compatriotas…” Y Rolan, siempre tan desfachatado, le respondió: “¿Y qué querés… que te cante el himno?”


La anécdota ya pasó el medio siglo y sigue divirtiendo. Cruzamos el Río de la Plata en ferry junto a Tomás Rolan. Muy ameno. Nos nutrimos de él.

Semanas atrás nos encontramos con Waldemar Victorino en Montevideo. Toda una tarde de imperdibles evocaciones. Buen charlista, Waldemar, mucha memoria, chispa para contar. Le preguntamos por un gran wing izquierdo de Nacional, Julio César “Cascarilla” Morales, bicampeón de la Libertadores y autor de 30 goles en la Copa, pese a que bajaba a volantear. “Es que le pegaba bárbaro a la pelota”, ilustra Victorino. “Él y Pinino Mas son los dos jugadores a los que mejor vi rematar de volea, de aire. Cascarilla andaba siempre en las chiquitas, en las pícaras, haciendo bromas en el vestuario, por ahí te escondía los zapatos, te mezclaba las medias… Pero a la hora de jugar, el tipo jugaba siempre bien. Y un ganador. Se terminaba de cambiar mientras iba rumbo al túnel; iba en calzoncillos y en el último escalón, antes de pisar el césped, se ajustaba el pantaloncito y decía: ‘Vamos, chicas’. La tarde que nos consagramos campeones uruguayos de 1980, frente a Defensor, mandan un centro de la derecha, me voy a meter y cuando venía en el aire la pelota me grita de atrás: ‘Deje eso, eso es de papá’; me tuve que agachar, la cambió de izquierda a derecha, le dio de volea y la clavó contra un palo. Con ese gol salimos campeones. Tenía esas cosas”.

Antes uno consumía fútbol y junto al producto venía su folclore. Todo en un mismo envase. Eran como la botella y el destapador, como el dentífrico y el cepillo, no se entendía lo uno sin lo otro. La evocación, la salida ocurrente, la leyenda eran parte esencial de la popularidad sin límites de este más que deporte. Lo mismo los apodos, que le agregaban sal al relato: la Vieja Reinoso, Cascarilla Morales, Pastelito Díaz, el Cascote Aguirre, la Bruja Belén, José Miseria García, el Goma Vidal, Héctor Ciengramos Rodríguez, el Pollo Peralta, Cucaracha Sánchez, el Choclo Peracca, Chupete Quiroga… Hasta fines de 1998 jugó en Vasco de Gama un puntero rapidito, chiquito y negro. Se apellidaba Da Silva o Fonseca o Dos Santos, como la mayoría los brasileños. Jugaba con el seudónimo de Cafezinho.


¿Cómo no iba a querer al fútbol, uno…? ¿Qué otro deporte, cuál otra actividad podría reunir en su belleza artística, el indestructible sentimiento por la divisa y su caudaloso río de gracia…? El periodismo, cercano a los jugadores, contribuía a propalar ese folclore. Los narradores radiales resultaron transmisores fundamentales.

En ese fascinante universo de hazañas deportivas e historias humanas, el fútbol rioplatense ha sido una civilización aparte, un mundo delicioso de canchitas peladas y personajes míticos. Buenos Aires, Rosario y Montevideo no son ciudades con fútbol, son centros futboleros donde además vive gente. Hay centenares de clubes. Cada cinco o seis cuadras late un club. Rosario es la patria chica de Menotti, Bielsa, Solari, Bauza, Martino, Gallego, Pastoriza, Yudica, Cantatore, Hohberg… Son todos técnicos, hasta el panadero y el electricista.

No obstante, aún aquí cada vez se añeja más la evocación. Siempre que brota la anécdota, inevitablemente es del pasado. ¿Cuáles son las anécdotas de Cristiano Ronaldo, de Messi, de Kaká, de Mourinho, de los actores contemporáneos del juego? ¿Tienen…? Hasta los apodos fueron declinando en los jugadores de hoy.


Los futbolistas actuales son herméticos y poco accesibles, el camarín es inexpugnable y las historias, si las hay, allí quedan. La sencillez de antes, la familiaridad casi, la simpleza para llegar a los protagonistas alimentaba la comidilla, ese cotillón tan lindo y tan propio del fútbol. Los de hoy son millonarios sin anécdotas.

 *Ex articulista de «El Gráfico» y director de la revista Conmebol. (c) International Press


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