Y como ya acabaron las fiestas y eso de love & peace sigue en mi corazón, pero ya no tanto en mi cabeza, voy a aprovechar que a este espacio lo bautizaron como «Líneas rayadas» (el porqué, ya se los voy a filosofar en otro momento) para contarles una de esas anécdotas tontas que me pasan por despistada.
Hoy es uno de esos días fríos en donde una se arropa hasta las pestañas, pero que al subir al tren te tienes que quitar unas cuantas cosas para no sudar como si estuviera en un sauna. De suerte, en el horario en que viajo, siempre encuentro un sitio vacío para sentarme y así me evito el cargar en mis brazos los casi 5 kilos que pesan mi abrigo, la bufanda y mi bendito bolso.
Ya estoy bien acomodada, van pasando las estaciones, el tren se va llenando y una señora se para frente al joven que está sentado justo a mi lado. Dos estaciones, tres estaciones…y ella sigue con los ojos puestos encima mío. Qué fastidio!
¿Por qué me mirará tanto? Qué rara! ¿Será que tengo legaña pegada? No llevo espejo, asi es que hago una breve y disimulada verificación con los dedos. Ojito izquierdo, ojito derecho, no, no tengo nada. Pero su mirada tan fija ya me está incomodando, mejor me hago la dormida.
Mientras que con los ojos cerrados mi imaginacion vuela y voy pensando. ¿Qué pasaría si de pronto abro mis ojos, pero así, abro los OJAZOS como que si te salieran del rostro, mismo dibujo animado, justo frente a su cara? Entonces escucho que anuncian que mi estación se acerca, bueno o al revés, como sea, es mi oportunidad.
Se para el tren, doy un salto, abro los ojos a 20 cms de su cara y en voz alta digo: «ah bikkuri shita!» (ah me asuste!). No se sí será por mis ojos, pero la mujer tenía el rostro de horror.
Pero no lo hice. Qué me creen, loca? Pero me bajé del tren riéndome sola. Y es que hay personas que tienen manía de pasarse el viaje mirando a una desconocida.
Llego a casa, me miro al espejo y….me percato de que llevo la chompa volteada! Ja!. Eso me pasa por mal pensada.
Y para pecadores, todos. Con la diferencia que algunas personas hacen barbaridades y que por eso las debería partir un rayo, pero por algo inexplicable, oh milagro, no les cae ni un cocacho.
Sin embargo para todo el resto de los mortales, sea por karma cósmica o porque «Diosito es sabio» (usted elija), de que nos cae, nos cae. Si en mi cabeza se vieran las cicatrices de los mensajes educativos que me envía el Altísimo cada vez que se me olvida uno que otro mandamiento, no se vería redonda sino mas bien se parecería a una chirimoya.
Por Dios, pero qué imaginación tengo. Por esta última frase, ¡PUM! otro cocacho!
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