Paloma Caballero/EFE
La Navidad no es día festivo en China pero cada vez se celebra más asociada a compras y consumo mientras que las relaciones indirectas entre la Iglesia Católica Patriótica, apoyada por el Gobierno comunista, y el Vaticano, que no la reconoce, viven una nueva crisis tras décadas de problemas.
Según la Academia China de Ciencias Sociales, el primer testimonio cristiano en China data del siglo VII y hoy son unos 23 millones los bautizados (10 millones católicos), el 1,8 por ciento de la población, con el 3 por ciento practicante desde antes de 1965, el 5,7 de 1966 a 1981 y el 73,4 por ciento después de 1993.
Los católicos chinos celebraron en templos oficiales el nacimiento de Cristo mientras que los extranjeros, que reconocen al Papa como máxima autoridad, lo hicieron en lugares discretos como embajadas, como 200 italianos, además de franceses, españoles, portugueses, africanos y latinoamericanos que acudieron a la Misa del Gallo en la sede de la Legación de Italia.
Algunas delegaciones diplomáticas simpatizantes de las dificultades que afrontan los católicos romanos, ofrecen espacios para la Misa durante el año, como hicieron en alguna ocasión las de Argentina, Australia, Colombia, España, Reino Unido o africanas.
En la sociedad china, reconocida como «fiesta occidental», la Navidad crece en popularidad entre los no creyentes, siendo también la celebración objeto de debate en foros de internet.
«Es razonable celebrarla en invierno como pretexto que calienta el corazón para decir una palabra amable a amigos y familiares», escribió un joven de 27 años en la página «mingkun»(famosos).
Según Leonor, joven universitaria, «celébrala como diversión, si quieres y deja que otros lo hagan sin criticarla».
«No es necesario. Si celebramos fiestas de otros pueblos vamos contra el patriotismo. Es para extranjeros», escribió.
El aumento del tráfico por desplazamientos a centros comerciales, hoteles o restaurantes que ofrecen costosas cenas y comidas incluso con música, exhibiciones artísticas y rifas, obligó en la Nochebuena a duplicar los efectivos policiales en las calles céntricas.
Asimismo, en la catedral de Nantang y la iglesia Xi Shi Ku (oeste) en Pekín, donde ofician sacerdotes de la iglesia oficial, se dan cita para la principal celebración cristiana la mayoría de fieles, si, previamente, lograron hacerse con una entrada y esperar durante horas, algo necesario por la seguridad, según sus organizadores.
«No es correcto decir que no hay libertad religiosa. La gente se interesa y estos días acude a la iglesia. En 2009 repartimos 80.000 entradas, lo que no sucedía antes de 1949. Agradecemos a Dios por la prosperidad de la religión en China y el apoyo del Gobierno», dijo a Efe, Liu Bainian, presidente honorario de la iglesia oficial.
Sin embargo, una nueva tensión entre Pekín y el Vaticano estalló el 9 de diciembre cuando la VIII Asamblea de los católicos chinos, reunida sin el visto bueno de la Santa Sede, eligió presidente a Fang Xingyao, obispo de Linyi (provincia de Shandong), reconocido por las autoridades vaticanas, pero la conferencia episcopal de Ma Yinglin, de la iglesia Patriótica, no lo aprueba.
Según analistas independientes, Pekín deseó asegurarse «que la Iglesia no se convierta en un instrumento de subversión del Estado».
Liu Bainian, elegido junto a otros 4 vicepresidentes, dijo a Efe que la Asamblea mostró «fuerza y vitalidad al elegir a personas con una media de edad de 46,9 años, frente a la anterior de 70 años».
«Si el Vaticano cambia su política, la causa religiosa mejorará. Rezo por ello y porque los nuevos dirigentes sigan el principio de 1959: coincidencia con el Papa en asuntos espirituales pero con el Gobierno en los políticos y económicos», afirmó.
Trece días después de la Asamblea, que Roma calificó de «gesto hostil al diálogo», el Buró Estatal de Asuntos Religiosos, que supervisa los grupos religiosos, atacó al Vaticano «por verter críticas infundadas y descorteses».
Sin embargo, en 2010 la ordenación de 10 obispos había sido aprobada por Roma, y ello sirvió para aumentar la confianza.
Según la Fundación católica Verbiest, con sede en Taipei, Pekín reabrió la herida además al designar más de 300 delegados para la Asamblea, «causando confusión y temor a mayor división».
«Quienes apoyan el diálogo se sienten insultados y decepcionados y se preguntan si el régimen quiere tener amigos pues actúa como gran país que no los necesita e impone su ley», afirmó.
La Fundación lleva el nombre del jesuita belga astrónomo y profesor del emperador Kangxi (s. XVIII) y trabaja por una nueva relación entre China y el Vaticano, sin relaciones desde 1951.
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