Japón es un país rico en festivales. Los hay de todo tipo, pero quizá ninguno tan extraño como el Festival de Sueño (Nematsuri) en la ciudad de Tahara, prefectura de Aichi.
Este festival que se celebra desde hace varios siglos consiste en una procesión de alrededor de 10 personas que transportan un objeto sagrado metido en una caja entre los santuarios de Hisamaru y Omiyashinmeisha, un viaje de ida y vuelta.
Aunque solo están separados por 550 metros, la procesión tarda aproximadamente media hora en un trayecto de ida, revela el portal Sora News 24.
En paralelo se realizan rituales, el último de los cuales confirma que el objeto sagrado ha sido movido de un santuario a otro.
Contado así, el festival no tiene nada de singular, pero lo que lo hace distinto de otros que congregan a una gran cantidad de gente es que nadie puede verlo. Si lo hace, será víctima de la mala suerte.
Cuando se lleva a cabo, los habitantes del lugar deben estar en sus casas, con las puertas y ventanas cerradas, como si todos estuvieran durmiendo. Por eso el nombre.
Los santuarios también colocan letreros para recordar al público que no se acerque a sus instalaciones mientras al matsuri se desarrolla.
Las consecuencias pueden ser funestas.
En 1929, un hombre que construía una chimenea para una fábrica miró hacia abajo y vio el festival. No creía en la maldición, incluso se burlaba de ella, pero al día siguiente cayó y murió.
En la década de 1930, un ciudadano coreano que no conocía el festival lo vio mientras tendía ropa para secar. No murió, pero contrajo una fiebre de la que solo logró recuperarse tras un exorcismo.
Aunque estas historias parecen leyendas urbanas, la gente se toma en serio la maldición.
Ahora bien, los tiempos cambian y por primera vez los santuarios permitieron que un equipo de televisión grabara el festival.
¿Pero no da mala suerte ver el matsuri? Solo en persona, no a través de un video, explican sus organizadores.
¿Por qué accedieron a que se grabara? Para hacerlo más conocido. El secretismo en torno al matsuri es una desventaja si lo que se quiere es que no muera, que la tradición siga viva.
¿Pero qué sentido tiene realizar un festival asociado a la mala suerte?
La respuesta probablemente esté en sus orígenes: la historia del príncipe Hisamura que, huyendo de una gran guerra civil en el siglo XIV, terminó en Tahara, donde fue acogido por sus habitantes.
Para evitar que lo identificaran y capturaran, Hisamura pasó el resto de sus días vestido de mujer. Para que su piel pareciera más blanca, usó algo no determinado que le causó una erupción de color púrpura en el rostro que marcó su destino.
Su feo aspecto ahuyentaba las miradas de los pobladores cuando Hisamura salía a pasear. La gente tampoco lo miraba porque podía atraer el infortunio, pues quien lo hiciera podría ser acusado de albergar a un fugitivo y ser castigado si el príncipe era descubierto.
El festival, entonces, funciona como un recordatorio de la capacidad de una comunidad para unirse y ayudar a alguien que lo necesita, según Sora News 24. (International Press)
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