Se podría hacer una película con la vida de Mako Nishimura, una mujer en la cincuentena a quien los tatuajes hasta en el cuello y las manos y, sobre todo, la ausencia de un dedo meñique, delatan como yakuza. O exyakuza.
La investigadora de la Universidad de Oxford, Martina Baradel, la ha entrevistado y compartido los resultados en una nota publicada en el sitio The Conversation y recogida por Japan Today.
El caso de Nishimura es único: ninguna otra mujer, solo ella, ha participado en la ceremonia sakazuki de intercambio de copas de sake, el ritual que confirma la afiliación formal a un grupo yakuza.
Nada en sus orígenes hacía presagiar en lo que se convertiría su vida.
Nació en el seno una estricta familia de funcionarios gubernamentales, con un duro padre que usaba una vara de bambú para mantener en vereda a su hija.
La férrea disciplina que intentó imponer su progenitor fue contraproducente. Nishimura comenzó a descarrilarse en secundaria. Agobiada por su asfixiante familia, se junto primero con otros estudiantes díscolos y más adelante con bandas de motociclistas, con lo cuales aprendió a pelear.
Fue así que conoció a un joven yakuza, que se transformó en su “tutor” en el mundo del crimen organizado. Le enseñó a recolectar “dinero de protección”, extorsionar y buscar chicas para la prostitución.
Una pelea en la que exhibió su valor (o su salvajismo) le permitió dar un gran salto cualitativo en su carrera criminal.
Una noche recibió una llamada: su amigo estaba en una pelea y necesitaba ayuda.
Nishimura fue al lugar señalado y garrote en mano, repartiendo golpes por doquier, convirtió la escena en “un baño de sangre”.
Eso impresionó al jefe de una banda mafiosa que la llamó a su oficina. “Aunque seas mujer, debes convertirte en yakuza”.
Para entonces, era un caso perdido para su familia, harta de tener que rescatarla de los centros de detención de menores donde varias veces había estado detenida.
Sola, sin familia, aceptó la invitación del jefe para integrar su banda, pero no se hizo yakuza de manera automática. Tuvo que superar un proceso de “capacitación” tras el cual participó en la ceremonia sakazuki (mencionada al principio del artículo).
Vestida con un kimono masculino, juró entregar su vida a la yakuza.
Dirigió negocios de prostitución y drogas, cobró deudas, medió en disputas entre colectivos rivales y una vez, para asumir la responsabilidad por un error grupal, se cortó el dedo meñique en un ritual conocido como yubitsume.
La mujer se ganó el mote de “maestra en cortar dedos”: cuando un yakuza no podía amputarse el meñique, la llamaba para que lo hiciera.
Así transcurrió su veintena.
La treintena fue distinta. Comenzó a alejarse de su banda cuando la metanfetamina se convirtió en el principal negocio del grupo y se hizo adicta a la droga.
La mujer huyó de la banda y gestionó un negocio de metanfetamina de forma independiente.
Luego inició una relación con un yakuza (de una banda rival) y cuando se embarazó, decidió cortar lazos de manera definitiva con el crimen organizado para criar a su hijo llevando una vida tranquila.
Sin embargo, no pudo. Su pasado yakuza (expresado claramente en sus tatuajes) le impedía conseguir trabajo. Entonces se casó con el padre de su hijo, que para entonces ya era jefe de una banda.
Nishimura volvió al crimen: negocios de prostitución y tráfico de drogas.
Tuvo un hijo más, pero la pareja peleaba mucho (la violencia llegaba al extremo de que tenían que llamar a la policía). Finalmente se divorciaron y él se quedó con la custodia de sus dos hijos.
La mujer regresó a su antigua banda, pero las cosas habían cambiado y a los dos años abandonó a la yakuza para siempre.
En realidad, dejó el crimen, pero no el mundo yakuza. Hoy administra la filial de una organización benéfica que ayuda a reinsertarse en la sociedad (brindándoles alejamiento, por ejemplo) a exyakuza (así como a exadictos y exreclusos).
Se reúnen para hablar sobre los viejos tiempos, las dificultades que enfrentan hoy y cerciorarse de que todos están bien.
Nishimura vive sola y trabaja en un negocio de demolición.
¿Cómo logró llegar tan lejos en una industria dominada por hombres? Por la violencia, responde. Era muy violenta. “Era genial peleando, nunca perdí contra un hombre”, asegura. (International Press)
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