A menudo se critica el programa de aprendices extranjeros que patrocina el gobierno de Japón -creado para capacitar laboralmente a personas extranjeras durante un cierto periodo- como explotador o fuente de mano de obra barata, entre otra cosas.
La realidad, sin embargo, también tiene otra cara y la sufrió en carne propia Yoshihiro Iwata, dueño de una granja de huevos en la prefectura de Gunma.
Iwata comparte su mala experiencia con Mainichi Shimbun.
En 2020, durante la pandemia, su padre se enteró de que una organización sin fines de lucro en Tokio que tiende una mano a aprendices extranjeros estaba apoyando a un vietnamita cuyo contrato la empresa de construcción que lo empleaba había rescindido de manera unilateral.
El destino del vietnamita -un persona en la treintena que había contraído una deuda de alrededor de un millón de yenes (6.850 dólares) para trabajar en Japón- parecía sellado: regresar a su país, donde estaban su esposa e hijos.
Informado de su situación, el padre de Iwata, impresionado por el trabajo de la ONG, se ofreció a ayudar y la granja de huevos contrató al aprendiz.
Tras deducir gastos de agua, electricidad, seguro social, etc., el vietnamita tendría un ingreso neto de 160.000 yenes (1.100 dólares) al mes por su trabajo de ocho horas diarias, sin zangyo.
Además, viviría de manera provisional en una casa desocupada cerca de la granja.
Todo parecía marchar bien, pero el hombre convirtió la casa en punto de reunión de otros vietnamitas, ajenos a la empresa, y su vida comenzó a descarrillarse. Bebía mucho.
El vietnamita llegó al extremo de atacar al padre de Iwata durante una reunión de año nuevo. Estaba ebrio. La víctima fue hospitalizada y el agresor retornó a Vietnam.
“Aunque sabíamos que tenía un problema con la bebida y era propenso a venir al trabajo borracho, le permitimos beber, pensando: ‘Sólo por hoy’. No presentamos ninguna denuncia, pero era imposible seguir empleándolo”, recuerda Iwata.
“Quizás al menos estaba contento de haber podido pagar su deuda”, añade.
La granja de los Iwata ha tenido otros trabajadores vietnamitas y siempre ha habido problemas con ellos (los juegos de azar, por ejemplo).
Por eso, ha decidido no contratarlos más. Debido a la dificultad de reclutar a trabajadores japoneses, ha tenido que reducir sus operaciones ante la escasez de mano de obra.
Otra cosa: Iwata sostiene que -de acuerdo con su experiencia- los aprendices extranjeros “no son mano de obra barata”.
Cada uno le costaba casi 300.000 yenes (2.050 dólares) al mes. Trasladar el sobrecosto a los precios de sus productos es imposible. “Para alimentos como los huevos, los precios estables son cruciales”, concluye. (International Press)