“Cada vez que recuerdo esos días, me siento aplastada”, dice una mujer residente en la región de Kanto en alusión a su época como miembro de los Testigos de Jehová.
Han transcurrido alrededor de 20 años desde que dejó la organización religiosa, pero el trauma persiste, revela en declaraciones a Asahi Shimbun.
Pertenecer a los Testigos de Jehová le dejó como secuela trastornos alimenticios y pensamientos suicidas.
Todo comenzó con su madre. Ella era una estudiante de primaria cuando su mamá le impuso su religión, pese a la oposición de su papá.
Así fue su vida:
- No podía tener amigos que no fueran de su misma religión.
- Tenía prohibido ir a fiestas de cumpleaños o participar en celebraciones de Navidad.
- Estudiar la Biblia y asistir a las reuniones religiosas era más importante que la escuela.
- Su madre le ordenaba qué ropa ponerse y qué libros leer.
- Su madre la obligaba a acompañarla a difundir su fe de puerta en puerta, incluyendo las casas de sus compañeros de escuela. Para ella era humillante. La chica rogaba para que nadie abriera la puerta. Cuando algunos de sus compañeros la reconocían, se burlaban de ella.
- Quería ser enfermera, pero renunció a su sueño cuando en tercer año de preparatoria le dijeron que tenía que priorizar su tarea “misionera”.
- A los 18 años se sometió a una operación y le dijo al médico que no podía hacerse una transfusión de sangre porque su religión lo prohibía. Le pusieron anestesia general y cuando perdió el conocimiento pensó que moriría.
- Víctima de un estrés constante y desórdenes alimenticios, su peso fluctuó entre los 40 y los 84 kilos.
- Tenía 24 años cuando su papá murió. Le impidieron asistir a su funeral (una ceremonia budista). No aguantó más y le pidió a su madre que le permitiera abandonar la religión.
(International Press)