Desde el Perú: Tradición morada, un milagro, por favor, por Javier González-Olaechea Franco

Señor de los Milagros (Andina)

En un mundo en el que ciertas tradiciones luchan para no ser disueltas por el vandalismo ideológico, hoy, 1 de octubre, se inicia el festejo del mes morado.

Un esclavo angoleño llamado Benito pintó la imagen del Cristo crucificado en un muro de adobe del Santuario de las Nazarenas, en el barrio de Pachacamilla, en Lima, durante el siglo XVI. Él, junto con otros africanos traídos con iguales propósitos labriegos, iniciaron el culto al Cristo Moreno, llamado así por quien lo pintó. También es conocido como “el Señor de los Temblores”, a raíz de que quedara intacto tras el terremoto del 13 de noviembre de 1655. Poco más de un siglo después, el 28 de octubre de 1746, otro terremoto sacudió las calles de la capital, produciendo esta vez, además, un maremoto, cuyas aguas orillaron la pequeña Lima virreinal. Se dice que, al salir entonces la imagen en procesión, el terremoto se detuvo, por lo que se acostumbró a sacarlo en andas cada octubre.


Desde entonces, la devoción y la tradición de honrar al Señor de los Milagros ha crecido sin pausa. Organizadas las cuadrillas por los cargadores y las sahumadoras, Lima vibra y, con ella, todo el interior con sus particularidades lugareñas. También en todos los continentes una imagen del nazareno sale en procesión replicando nuestra tradición. Unos lo siguen con devoción y otros observan con respeto este indudable ejemplo del sincretismo católico peruano.

Así como la virgen de Częstochowa, o la Madonna negra, nuestro Cristo más amado es negro y nadie jamás pretendió cambiarlo de color sometiéndolo a un proceso de despigmentación para convertirlo en un Cristo blanco, siendo por tal virtud que la Hermandad del Señor de los Milagros acoge a negros, indígenas, mestizos, criollos, blancos y más; es decir, a todos.

Las andas y la ornamenta sufrieron el paso de los años. En 1920 una comisión conformada por la priora del convento de las Nazarenas, Sor María Luisa de la Asunción, Aurelio Koechlin Ramírez, Mayordomo de la Hermandad (sucesor de Víctor González Olaechea) y Hortensia de González Olaechea solicitó alternativas que descartaron porque ascendían a S/80 mil de entonces. Unánimemente tomaron la decisión de confeccionar las nuevas andas de plata por administración directa, según artículo publicado en este Diario en octubre de 1947.


Ismael Portal narra en “Lima Religiosa” que siete plateros unidos por la fe en el milagroso trabajaron en un taller de la Plaza de la Inquisición. El maestro platero David Lozano, peruano como el pisco, se encargó de los cuatro ángeles de plata ubicados en cada esquina, pesando cada uno medio quintal, o 50 kilos, provenientes de las minas de Cerro de Pasco. Emilio Lizárraga se encargó del dorado, concluyendo en tres años el notable esfuerzo artístico, regresando el Cristo embellecido a su hogar.

Meses atrás, mi querido amigo argentino Segundo Roca me obsequió una bella y antigua colección de “Tradiciones Peruanas” de don Ricardo Palma, quien nos legó más de 500 tradiciones comprendiendo desde el imperio hasta la República. Una crónica de época narra que a la cárcel solo iban los carentes de padrinos anhelando que “la justicia no tenga dos pesas y dos medidas, sino que sea igual para grandes y chicos”. Don Ricardo prosigue “cuentan que en un pueblecito… se sacó una procesión de penitencia en la que muchos devotos salieron vestidos de túnica nazarena llevando al hombro una pesada cruz de madera. Parece que uno de los piadores de Cristo empujó maliciosamente a otro compañero”, alumbrando el popular refrán: “a la cárcel todo cristo”.

Para un régimen aupado al poder por un partido marxista, leninista y maoísta, entiéndase ateo, debe ser todo un reto cómo zafarle el cuerpo a la procesión morada, porque silenciarla o no rendirle un justo y agradecido homenaje al Señor de los Milagros constituiría una afrenta nacional de grandes proporciones, acaso una más.


Aspiremos a que el Cristo Morado nos libre de quienes desde el poder multiplican su pillaje, desvergüenza y deshonor. Podríamos incluso implorarle al nazareno un milagrito: que sea una realidad inmediata el viejo refrán con destino carcelario más allá de toda presión, parentesco, evasión, condición o consideración. ¡Amén!

(ARTÍCULO PUBLICADO EL 1 DE OCTUBRE DE 2022 EN EL DIARIO EL COMERCIO, LIMA, PERÚ. PUBLICACIÓN AUTORIZADA POR DICHO MEDIO Y POR EL AUTOR)

 


(*) Javier González-Olaechea Franco. Doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista.

 


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