A poco más de 30 años de la primera ola migratoria de Latinoamericanos a Japón, se ha pasado por diversas y diferentes experiencias a nivel individual y también comunitario. En todo tamaño, color y sabor. Lo primero que se debe reconocer, es que Japón, no esperaba una masa de inmigrantes, es decir, que muchos decidamos venir y quedarnos a vivir en estas islas.
En un principio fuimos definidos y esperados como “dekasegi”, algo común entre los japoneses, cuando van a otras ciudades a trabajar de manera temporal para luego regresar a sus lugares de origen.
Esto último estuvo aparentemente claro para los primeros grupos, incluso mi plan fue quedarme dos años. Poco a poco fue cambiando el objetivo para decidir instalarse indefinidamente en este país. Al menos para quien escribe, es un buen lugar para dejar a la prole y porque no decirlo, envejecer.
Lo expuesto en el párrafo anterior es para comprender por qué Japón no estaba preparado para recibirnos como inmigrantes. Los gobernantes de turno, hicieron la ley para solucionar el déficit de mano de obra, quisieron dar la oportunidad a los descendientes de japoneses que vivían en los tres países de Sudamérica con mayor colonia nikkei, Brasil, Perú y Argentina. Se desplazó a los iraníes quienes venían por cientos a cubrir esta demanda…
En su primer viaje a su país, encontró en su casa cerca de 300 pares de zapatos, pensó que su esposa había invertido el dinero en ese negocio pero no…
En la metamorfosis dekasegi a inmigrante, ocurrieron crasos errores, el principal quizás, la falsa idea de algunos de pensar que serían bien recibidos en alfombra roja por ser descendientes de japoneses y no fue así. Esto aumentó los roces sociales, naturales por las diferencias culturales. Las reuniones de amanecidas que rompían la tranquilidad vecinal. El tomar en exceso en la vía pública.
El creer que las cosas sin el dueño presente son objetos extraviados y serán propiedad de quien se las encuentre. Quienes confundían una sonrisa femenina como invitación para algo más. Esto en cuanto a la convivencia en el país anfitrión. El error de algunos con familia en sus países, enviando la mayor cantidad de dinero mensual posible pensando que lo ahorrarían para cuando el susodicho, regresara.
De esto hay muchas anécdotas opuestas, pues existirán quienes tomaron la decisión correcta, comprando alguna propiedad o haciendo a sus hijos profesionales. Sin embargo, hubo los desafortunados. El despilfarro y exigencias eran frecuentes, porque sin saber detalles, se escuchaba la frase: “creen que acá la plata se recoge del piso”. Solo les compartiré una anécdota que a muchos nos hizo carcajear porque el mismo protagonista lo contaba para buscar ese efecto en quienes la escuchaban.
En su primer viaje a su país, encontró en su casa cerca de 300 pares de zapatos, pensó que su esposa había invertido el dinero en ese negocio pero no, todos los zapatos eran de la misma talla ya que eran para ella.
Y ahora, sobre quienes decidieron instalarse de por vida en estas islas y se confundieron, pensando que se quedaban a vivir en la isla de la fantasía. Seré puntual porque es el asunto que quiero subrayar, el sueño de la casa propia.
A finales del siglo pasado, algunos ya decididos a quedarse, trayendo a sus familias o formando una acá, optaron por comprar una casa. Solo que se dejaron llevar por la bonanza económica de ese entonces, casa nueva con crédito hipotecario a largo plazo y altas cuotas mensuales.
Los que años después se vieron en la situación de no poder pagar, se dieron con la sorpresa que devolverla al banco, además de no recuperar nada de lo pagado, genera una deuda por trámites que se debe pagar luego de perder la casa. Esa mala decisión de comprar casa nueva, digo mala decisión porque lo es, ya que los créditos hasta cuarenta años en cuotas altas son imposibles de pagarlas después de jubilados, tienen que ser terminadas de pagar por los hijos y eso, es común de japoneses.
Para nosotros, valgan verdades, es casi como comprar un boleto de la lotería. Es ponerle fe al futuro, nuestra mentalidad es diferente. Por suerte, ya se está aterrizando de esta fantasía y se están comprando casas usadas, con cuotas similares a un alquiler. Esto sí es coherente y nos pone en la realidad.
Solo deseo que calculen bien la edad en que terminarían de pagarla, muchos aun prefieren trabajar en una haken o contratista porque pagan más por hora. Pero muy difícil que reciban trabajadores de más de 60 años. La compra de una casa debe ser racional, no emocional.
Nos seguimos leyendo.
(*) Kike Ponze, periodista, inmigrante en Japón.
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