En el Perú hemos dilapidado un año más.
Las falencias de cualquier país afloran con más fuerza cuando una crisis, externa o interna, o la combinación de ambas se reproducen y se potencian. Es nuestro caso. La ininterrumpida inestabilidad política y social vivida desde la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski en 2016 hasta la fecha, qué duda cabe, es y seguirá siendo la consecuencia de nuestros problemas que han impactado en todo el tejido nacional y que simboliza una muy extendida crisis de la confianza.
De entonces a la fecha, ejercieron la jefatura del Estado y por distintas causas los señores Kuczynski, Vizcarra, Merino, Sagasti y el actual presidente, Pedro Castillo, maestro de enseñanza básica en una escuela rural y dirigente sindical con 7 años de licencia gremial. En buena cuenta, todos consumieron un completo y previsto quinquenio presidencial acorde a la Constitución.
En abril pasado elegimos presidente, dos vicepresidentes y 130 congresistas en el marco de una veintena de aspirantes presidenciales que mayoritariamente ofrecían sueños populistas consecuencia del deficiente sistema de representación política que no hemos sabido ni podido corregir.
El “dueño” del partido marxista, leninista y maoísta Perú Libre, impendido de postular por una sentencia por corrupción y acumular un centenar de juicios por supuestos y variados ilícitos, invitó al actual presidente Pedro Castillo para ser el candidato presidencial por su agrupación, aportando cada uno candidatos al congreso.
Durante la campaña Perú Libre y Pedro Castillo promovieron la sustitución de la actual constitución mediante una asamblea constituyente conformada por representantes de gremios, asociaciones populares y peruanos individualmente considerados, éstos últimos sí elegidos directamente. Entiéndase, una carta magna corporativista y ad-hoc a su visión de copamiento a la medida marxista. También ofrecieron otras propuestas respecto a la casi sistémica crisis peruana.
Keiko Fujimori, algo diletante, no quiso sustituir viejos samuráis locales por caras frescas. Ofrecía sensatez fiscal y económica y un shock de obras públicas con programas reciclados que alguna vez fueron exitosos en el gobierno de su padre, aún preso.
Ambos finalistas también propusieron ofertas feriales para enfrentar las urgencias nacionales: superar el COVID 19, mejorar la infraestructura sanitaria pública, ampliar la cobertura de vacunaciones, la recuperación del empleo, revertir la altísima informalidad económica, conquistar la seguridad pública y priorizar la educación principalmente y en circunstancias en las que la pandemia arreciaba al país con extrema dureza, pagando siempre los pobres la mayor cantidad de platos rotos.
Para una significativa parte de los electores, Pedro Castillo no ganó, se impuso la resistencia a Keiko y a la dinastía de su familia.
Pedro Castillo obtuvo en la primera ronda la mayor votación con 19 % de los votos y su contrincante obtuvo el segundo lugar con 7% menos. El proceso electoral ratificó enormes carencias del sistema de partidos, evidenció una coladera en la normativa legal y penal y autoridades electorales de espaldas a infinidad de documentados reclamos. Para una significativa parte de los electores, Pedro Castillo no ganó, se impuso la resistencia a Keiko y a la dinastía de su familia.
Antes y después de ser proclamado presidente Castillo, el país siguió partido por mitades. Una clamó transparencia y justicia electoral por votos fantasmas y un largo rosario de evidencias fílmicas y escritas, sumado a electores “aparecidos”, muy a tono con la muy creativa telenovela brasilera Doña Flor e seus dois maridos basada en una de las obras del afamado y prolífico escritor brasilero Jorge Machado.
8 Radicalizado el antagonismo con sendas y mutuas acusaciones, apreciamos un muy lamentable espectáculo para nosotros los peruanos y de cara al mundo, a lo que añado que nos continúa afectando sensiblemente por estar envueltos en los maximalismos ideológicos latinoamericanos, algunos ya enquistados en el poder en luengas dictaduras.
El mandatario sostuvo reiteradamente que llegaba al poder como el primer presidente provinciano, falso. Más de 13 expresidentes no eran limeños
El presidente dividió en dos partituras su discurso inaugural el 28 de julio pasado; en la primera partitura denostó toda la “herencia colonial”, desconocimiento histórico o pedestre manipulación de los 6000 años o más de notables civilizaciones peruanas; un Pirú con una extensión que doblaba largamente su actual territorio antes de la llegada de los españoles iniciado el siglo XVI y dividiendo a los peruanos entre buenos y malos acorde a su raza hispana u autóctona y entre capitalinos y provincianos, principalmente.
El mandatario sostuvo reiteradamente que llegaba al poder como el primer presidente provinciano, falso. Más de 13 expresidentes no eran limeños. En la segunda partitura fue muy dispendioso ofertando de todo sin esbozar ni un cómo ni un con qué. A este singular y antiguo estilo de hacer política y de gobernar, la ciencia política lo ha llamado populismo o demagogia desde los filósofos, historiadores y dramaturgos griegos hasta hoy.
Conformó un primer gabinete ministerial que duró menos de dos meses por su composición, ausencia de norte y por una significativa cantidad de provocaciones y desatinos, no exentas de presuntas violaciones legales. Designó a personas sin experiencia alguna en los cargos encomendados, a nostálgicos de la violencia de Sendero Luminoso y afines y a otras personas con cuentas pendientes con la justicia, con escasas excepciones cuya trayectoria era reconocida y limpia.
La inexperiencia y la improvisación le impidió al gobierno atacar las urgencias y reformas impostergables que, todas arrastradas y heredadas, aún compartimos en el barrio regional.
Es una falacia y una manipulación sostener, aquí y en muchas partes, que la pandemia desnudó problemas preexistentes. No es cierto.
En este quinquenio, período previsto constitucionalmente para un solo mandato presidencial, hemos liquidado oportunidades subrayando que, si bien en 25 años hemos crecido de forma muy constante a raíz de las reformas macroeconómicas y por el régimen de libertades económicas, y poco después, de libertades políticas y civiles, hemos seguido confundiendo crecimiento con desarrollo.
Es una falacia y una manipulación sostener, aquí y en muchas partes, que la pandemia desnudó problemas preexistentes. No es cierto. En varios países el COVID 19 puso aún más en evidencia las grandes brechas sociales y todo lo que no habíamos hecho ni bien ni suficiente para acortarlas. Nos comimos parte del ganado en vez de engordarlo y ordeñarlo más y mejor, además de robar impunemente desde la función pública, un crimen social, como lo percibo porque sigue postergando generaciones a la pobreza y a la ignorancia como lacras pétreas.
SIN VISIÓN INTEGRAL E INTEGRADORA
Así, vivimos un incesante y creciente divorcio entre el metabolismo social y el metabolismo político. El primero conformado por todas las organizaciones sociales que, informales o no, representan gran parte de realidad de base y el segundo, reservado al mundo oficial y a los principales estamentos que lo componen.
Con estruendoso silencio se carece de una visión integral e integradora del país que obvia tres principios básicos del entendimiento de la política y de su gestión desde el poder: el de la primacía de la realidad, el de la incapacidad material del Estado y el de la progresión y todo. En medio de la transición vertiginosa de una era de cambios a otra, llegamos a la Era Disruptiva formada por la nueva tríada gobernante: la inteligencia artificial, las nuevas formas de comunicación y la bioingeniería, un nuevo tempus Gutemberg, entendiendo por disrupción el cambio brusco, vertiginoso y determinante de un conjunto de paradigmas y reglas que sustentan uno o varios sistemas.
Por cierto, encuentro otras razones adicionales que nos pueden permitir contar con una imagen más continua de un también dilapidado quinquenio. Me limito a mencionar la ausencia de un estado pequeño y fuerte que ofrezca iguales oportunidades a los 33 millones de peruanos, una inmensa y profunda corrupción pública y privada, el descrédito extendido y popular de casi todas instituciones estatales, la enorme carga burocrática que imposibilita avanzar y la consistente propaganda en contra a la economía y la producción como la principal fuente de riqueza y prosperidad.
Cinco meses después y cerrando el año, continúan destapándose encuentros presidenciales clandestinos e ilegales, se otorgan a toda velocidad millonarios contratos carentes de transparencia y de sustento y se presentan innumerables denuncias. El malestar también crece por el alza constante de todos los precios, la devaluación del sol, por la ausencia de empleo, por la difícil situación económica, por la creciente violencia, por la persistencia presidencial a no conceder entrevistas, por la inacción gubernamental frente a los atentados contra empresas mineras y por el bloqueo de carreteras.
El presidente todavía no asimila que no puede gobernar, dada su fragilidad en el Congreso, si no forma gobierno con públicas alianzas parlamentarias…
Fracasó el primer intento de vacancia presidencial, pero el procurador general del Estado ya ha denunciado al mandatario por presuntos ilícitos. La Fiscalía de la Nación, quien deberá enfrentar una acusación parlamentaria por omisión de funciones, recién ha iniciado un proceso de indagaciones al presidente, quien sí puede ser investigado más no procesado ni acusado. La facultad de investigarlo, acusarlo y eventualmente desaforarlo del poder está reservada al Congreso con procedimientos y requisitos y cuya resolución depende de las matemáticas políticas. El primer intento, hace pocas semanas abortó.
El presidente todavía no asimila que no puede gobernar dada su fragilidad en el Congreso si no forma gobierno con públicas alianzas parlamentarias que le otorguen mayoría y sustento explícito en función de un acordado plan de urgentes reformas y a una agenda legislativa que lo sustente técnicamente.
Pero a la hora de votar en el Congreso resulta incoherente criticar al presidente y apoyarlo con su votación, evidenciando un doble discurso que la población atribuye a negociaciones por debajo de la mesa. Urge procurar la recurrente y aludida gobernabilidad. Al respecto, la reciente designación del nuevo ministro de Educación tras la censura parlamentaria del anterior nos lleva a pensar que no contaremos con nuevo presidente del consejo de ministros que realmente tienda y afiance puentes, que, hasta ahora, aceptando que es delito ha justificado la violencia y destrucción de minas operativas, entre otras tantas indefiniciones que desfiguran su mandato constitucional.
Finalmente, estrenando el año venidero, la realidad puede continuar con extrema fragilidad hasta que haya un indispensable acuerdo político o, desgraciadamente, una remoción constitucional, como última ratio. Yo apuesto por los principios del buen gobierno, por el fin de los negociados y de la impunidad. ¡Ojalá no me equivoque para que el título de las presentes líneas no siga siendo una recurrencia!