Japón obtuvo un número récord de medallas olímpicas, 58 (27 de oro), en los Juegos Olímpicos de Tokio. Parte de la gloria olímpica, destaca Asahi Shimbun, es mérito de deportistas con raíces extranjeras. Como Evelyn Mawuli, integrante del equipo de baloncesto femenino que ganó la medalla de plata.
Evelyn tiene 26 años, nació en Japón y sus padres son de Ghana. Su hermana Stephanie, de 22, jugó en el equipo olímpico japonés en baloncesto de 3 por 3. Ambas obtuvieron la ciudadanía japonesa cuando eran niñas.
La joven deportista tuvo una infancia difícil. Era marginada y objeto de burlas por el color de su piel.
Para ser aceptada por los demás, Evelyn “deseaba desesperadamente poder parecer japonesa”, cuenta Asahi.
A medida que fue creciendo, cambió de “técnica” para lidiar con la situación. La joven, poco a poco, aprendió a contener la ira y a transformar los agravios en humor, tal como relató en un ensayo escolar que ganó un premio.
En la escuela de secundaria, Evelyn apelaba al humor: «Por favor, recuérdame, como el chocolate Ghana», en referencia a una marca popular de chocolate en Japón.
El deporte fue clave para su crecimiento personal. Gracias a que comenzó a sobresalir como jugadora de baloncesto, fue ganando confianza en sí misma.
“Estaba feliz cuando la gente me llamaba por mi nombre y podía ser yo misma”, confiesa.
Evelyn, así como su compañera de equipo Monica Okoye, de padre nigeriano, y el también jugador de básquet, Rui Hachimura, de padre beninés, entre otros, fueron promocionados por Japón como parte del lema de los Juegos, «Diversidad e inclusión».
Sin embargo, un bonito eslogan no esconde que incluso hoy, pese a ser deportistas reconocidos, los japoneses de raíces extranjeras aún enfrentan insultos o comentarios peyorativos en las redes sociales.
Más aún, hay quienes desconfían de la intención del gobierno de Japón y el comité organizador de los Juegos de fomentar la diversidad.
En entrevista a Asahi, Yoshitaka Lawrence Shimoji, sociólogo de la Universidad Ritsumeikan, cree que la promoción de la diversidad e inclusión, expresada en decisiones como la de que Naomi Osaka, de padre haitiano, encendiera el pebetero, es más un gesto «cosmético», para montar un gran show.
La realidad es que muchos niños de raíces extranjeras en Japón sufren maltratos por parte de sus compañeros de clase.
Además, el Ministerio de Educación calcula que alrededor de 50.000 de estos niños necesitan ayuda para mejorar su habilidad en el idioma japonés.
El gobierno nacional, dice Shimoji, es responsable de la situación, y debe asumir un rol activo en el apoyo a los menores, en vez de dejar las cosas en manos de los gobiernos locales y grupos de voluntarios.
Al menos 840.000 menores que vivían en Japón en 2015 eran mestizos, según un estudio. (International Press)
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