200 años de la independencia nacional según la historia y cada quien con su propia historia de independencia.
Durante la niñez, las Fiestas Patrias se esperaban con alegría. Algún plan vacacional en familia, ver el desfile militar, sea yendo al mismo o por televisión y en el colegio, también se celebraba con una actividad que duraría unas horas. Una actuación, disfrazados de algún prócer o héroe de la independencia nacional, José Olaya, San Martín o Micaela Bastidas.
Se cantaba el himno, a veces en quechua, a veces las seis estrofas, siempre con la mano al pecho. Algún poema patrio o canción criolla. Durante esa semana, en manualidades, se hacían banderolas y cadenetas rojiblancas para adornar el salón de clases y pasillos del centro escolar. La infaltable escarapela que algunos perdían en el recreo de tanto jugar.
En la secundaria cambiaba ligeramente, había control de asistencia al alumnado pues algunos se iban antes o durante la actuación escolar para ganar horas en los feriados patrios. Quienes en la fuga eran encontrados se quedaban más tiempo porque terminaban castigados en un salón o haciendo ranas y planchas en el patio. Así era la disciplina escolar de los 70.
De la juventud en adelante, que hayan continuado estudios superiores o no, el sentimiento patrio tiene algo en común, va relacionado a un motivo de celebración, parranda, jarana, diversión, rumba, farra, desmadre, es decir, de juerga. Para eso siempre hay tiempo, dinero y amigos.
En los caminos de la vida, algunos nos vamos del país, temporal o indefinidamente, y un grupo llegamos acá, al País del Sol Naciente, Japón. En el equipaje de todo inmigrante, además de lo material, van los propios sueños, objetivos, planes, proyectos… y nuestras costumbres que a veces no son compatibles con el país anfitrión.
A finales de los 80 y principios de los 90, con las primeras olas migratorias a estas islas, ocurrieron actos que fueron desde un malestar en el proceso de adaptación hasta anécdotas divertidas, ni qué decir que también se formaron hogares con matrimonios mixtos. El choque cultural tiene sus bemoles.
Las Fiestas Patrias del propio terruño se celebran en el Japón de manera tal, que a veces traen inconvenientes con los vecinos. Sean reuniones particulares o eventos de concurrencia masiva. Todo parece bien hasta que se necesita un urinario o se discute algún tema banal, la ya casi olvidada pelea en la estación de Kawasaki en 1990, fue de vergüenza ajena. ¡Correteándose con palos entre las vías del tren!
El patriotismo debería tener otro sentimiento que una simple borrachera sintiéndose muy peruano en algún país lejano, no sé cómo será en otros países, escribo sobre lo que conozco y en este caso, sobre lo que he visto en Japón.
El ideal del sincretismo cultural en una inmigración es que el grupo foráneo vea las ventajas del país receptor y como retribución dé lo mejor de su propia idiosincrasia. Tenemos cosas muy buenas como cultura latinoamericana.
El primer paso, comenzar aprendiendo el idioma local. Los siguientes pasos, serán no solo más fáciles, sino que también sabremos cómo adaptarse al nuevo “barrio” llamado Japón. Por ser residentes legales, trabajar y pagar impuestos, quieran o no los xenófobos nipones, tenemos algunos derechos al igual que cualquier japonés.
Sí, dirán algunos; pero se ven casos que dicen lo contrario. Es verdad, pero muchos de esos casos se sostienen del poco dominio del idioma nippon por parte de la víctima. Aunque en la actualidad ya existe mucha información y organizaciones que orientan en diferentes idiomas sobre aspectos del día a día, somos nosotros mismos los que debemos saber defendernos.
¿Qué tanto sabemos sobre leyes laborales? ¿Impuestos? ¿El sistema de salud? ¿El sistema educativo para nuestros hijos? ¿Sobre las organizaciones vecinales? ¿El uso de locales recreativos o áreas de esparcimiento? Y sobre todo, ¿Qué tanto sabemos sacar cuentas sobre el sistema nacional de pensiones o nenkin? Porque, mira, no sé cómo lo tomes, pero acá, en Japón, muchos estamos envejeciendo y quizás sea solo una idealización onírica, el regresar a nuestra patria.
Nos seguimos leyendo.
(*) Kike Ponze, periodista, inmigrante en Japón.
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