Magil Farah Piastro, una filipina de 28 años, llegó a Japón en octubre de 2017. Un folleto que leyó en su ciudad natal, Davao, sobre Japón y las oportunidades de estudio y trabajo que ofrecía el país la persuadieron de migrar.
La filipina arribó a Japón con apenas un mes de estudio del idioma japonés, pero con muchas ganas de aprender y seguir adelante.
Menos de dos años después de su aterrizaje en Japón, Magil fue aceptada para trabajar como recepcionista de un hotel como parte del nuevo programa de visado que entró en vigor en abril para expandir la fuerza laboral extranjera en el país.
La mujer tuvo que superar una prueba escrita y oral.
El camino recorrido ha sido difícil. En una entrevista concedida a Kyodo, cuenta que tras su arribo al país comenzó a asistir a clases de japonés en una escuela de idiomas cerca de su apato en Nagoya. En paralelo, hacía arubaito en un izakaya.
Su día no terminaba en el izakaya. Al volver del trabajo a la 1 de la madrugada, le dedicaba otras dos horas al estudio del idioma.
Magil recuerda que en aquella época se sentía avergonzada porque apenas podía hablar japonés. “Decidí esforzarme lo máximo posible», dice.
Poco después, la filipina dejó el izakaya y encontró otro arubaito. El nuevo trabajo era duro porque su jefe le gritaba a menudo. Cuatro meses después, halló empleo en un hotel y le gustó. El ambiente era más amigable. Trabajaba limpiando habitaciones hasta que aprobó el examen para ser recepcionista de hotel.
Sus esfuerzos fueron recompensados.
Magil no huyó de la pobreza. Estudió contabilidad en una universidad y trabajó en un banco en Filipinas. Su padre tiene una empresa de construcción y su madre se opuso a que viajara a Japón.
La joven no decidió salir de su país porque tuviera problemas, sino por las posibilidades que le ofrecía Japón.
Magil no se arrepiente de haber migrado. Por el contrario, está contenta.
“Puedo aprender un nuevo idioma. Me gusta la naturaleza aquí (Japón), pero especialmente lo amable que es la gente”, dice.
El dinero influye, por supuesto. «El ingreso anual en Davao es de aproximadamente 400.000 yenes (3.700 dólares). Me tomó dos, tres meses, ganar esa cantidad haciendo arubaito aquí».
La joven lamenta que la nueva visa solo le permita estar cinco años en Japón. «Ya me siento triste cuando pienso en tener que volver a mi país», dice.
Magil quiere quedarse más tiempo en Japón. Ya consiguió hacer realidad su deseo de trabajar como recepcionista de un hotel, y aspira en el futuro a trabajar en un banco en Japón. Si sigue esforzándose como hasta ahora, seguramente lo logrará. (International Press)
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