En “Asuntos de familia”, cinco personas comparten una estrecha casa en Tokio. Una anciana, un hombre de mediana edad, dos mujeres jóvenes y un niño. ¿Son familia? ¿Los une la sangre? ¿El hombre es padre del niño? ¿Las mujeres son hermanas? ¿La viejita es abuela de alguien? ¿De quién? Poco a poco vamos descubriendo los lazos que los mantienen juntos y el final despeja algunas incógnitas.
Sin embargo, eso no es lo importante. En realidad, los nexos biológicos son irrelevantes en esta historia. Lo que importa es que los cinco, a su extraño modo, forman una familia. Una familia que suma un miembro más cuando acogen a una niña aparentemente abandonada.
Ahora tenemos a una familia de seis personas que se gana la vida como puede y que, en gran medida, depende de la pensión que recibe la anciana viuda. Ganarse la vida para esta familia también significa robar. Hurtos de poca monta en tiendas que cometen el hombre y el chico. El resto no se especializa en el robo, pero si pueden sacar provecho lo hacen.
El adulto le ha enseñado al niño a robar inculcándole su elástica “ética”: lo que está en una tienda no ha sido comprado aún, así que no le pertenece a nadie. Ergo, pueden llevárselo.
Con esta entrañable película, Hirokazu Koreeda vuelve a la familia, pero no la que impone la sangre, sino la que se elige. Y que puede ser mejor que la biológica. El paseo a la playa (en la foto) parece una postal de la familia feliz. Sin embargo, la mirada compasiva del director a sus personajes, un grupo de pillos de buen corazón, no implica su idealización, como se hace patente al final.
Pese al colapso, no todo se hunde. Hay lazos que perviven. Aunque el hombre le enseñó a robar al niño, también le dio afecto y un hogar. De algún modo, fue un padre. Agridulce adiós. (International Press)
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