En 2002, Kentaro Narushima, un oficinista de 23 años, murió asesinado en su apato en Tokio.
La policía no pudo resolver el caso hasta que el mes pasado, un hombre se acercó a una estación policial para confesar que había asesinado a Narashima.
La policía emitió una orden de arresto para el confeso asesino, un hombre en la cuarentena, después de corroborar sus declaraciones, informó Mainichi Shimbun.
La investigación determinó que las huellas digitales del sujeto coinciden con las dejadas por el asesino en el apato de la víctima.
Una tecnología que no se aplicaba cuando se produjo el crimen y que comenzó a utilizarse en 2014 hizo posible el hallazgo.
El asesino robó varios objetos de la víctima, entre ellos su billetera. Interrogado por la policía, dijo que no tenía dinero. Aparentemente el hombre no conocía a Narushima.
El oficinista fue encontrado atado de manos y pies con un cable eléctrico. El asesino lo golpeó en la cabeza con un objeto contundente y lo apuñaló en la cara y la espalda.
Enterada de la noticia, la madre declaró al diario japonés que la embarga un “sentimiento complicado”, pues aunque arresten al asesino “mi hijo no volverá”. (International Press)
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