La política en Perú da giros alucinantes. El 21 de diciembre del año pasado, Kenji Fujimori sorprendió al país con diez votos de congresistas disidentes de su partido, Fuerza Popular (FP), que salvaron de la vacancia al entonces presidente Pedro Pablo Kuzcynski (PPK). Jugó bien sus fichas y ganó. Su hermana Keiko, que había apostado por la vacancia, fue la gran derrotada.
Tres días después, Kuczynski indultó a Alberto Fujimori y la foto del día, 24 de diciembre, fue el selfie de un sonriente Kenji con su papá. Kenji, además del triunfador, era el “hijo bueno” que logró sacar a su padre de la cárcel. Keiko era la perdedora y la “hija mala”.
Apenas tres meses después, Keiko se cobró la revancha. Un congresista de su partido grabó a Kenji y a colegas afines a este ofreciéndole obras y poder político a cambio de no votar a favor de la vacancia de PPK. Los videos forzaron a este a renunciar y enlodaron a Kenji. Esta vez, su hermana ganó.
Nadie hubiera imaginado un escenario como el actual a fines del año pasado, cuando Kenji se llevaba orejas y rabo y Keiko parecía hundida. Ahora mientras ella tuitea que lamenta que su hermano esté involucrado en prácticas ilícitas, él dice que lamenta las “actitudes delincuenciales” de su hermana.
Sin embargo, en un país tan imprevisible como Perú, la situación puede dar un nuevo giro de 180 grados. Por lo pronto, Kenji ha dicho: “Seré testigo en los casos que sean necesarios y demostraré quiénes son los corruptos”. Una congresista de su bando ha declarado que Kenji podría convertirse en un testigo clave sobre los aportes de la empresa Odebrecht a las campañas presidenciales de Keiko. ¿Venganza?
Así pues, Keiko no puede sentirse ganadora. Aunque ha logrado la salida de PPK y torpedear a su hermano, su triunfo puede ser efímero. Quizá ni siquiera pueda hablarse de una victoria. Ella también ha perdido, al menos para un sector de la opinión pública que percibe a Kenji y a Keiko como dos hermanos capaces de apuñalarse en su lucha por el poder.
CLIMA DE OPTIMISMO
El jueves pasado, un día después de la renuncia de PPK, muchos peruanos estaban más pendientes de la salida de los codiciados álbumes Panini que de la situación política. Después de 36 años de ausencia de los Mundiales, todo el mundo quería sus figuritas mundialistas.
El viernes, en las calles de Lima se vio a mucha gente con camisetas de la selección de Perú, no porque un nuevo presidente (Martín Vizcarra) llegaba al poder, sino por el amistoso del equipo de Ricardo Gareca contra Croacia, su primer partido de preparación para el Mundial.
El fin de semana fue tranquilo y hubo un clima de optimismo moderado. ¿Por el nuevo presidente? Sí, un poco. Vizcarra ha despertado cierta esperanza. Probablemente no tanto porque la gente espere mucho de él, sino porque nadie cree que lo pueda hacer peor que PPK. Hablando de este, su renuncia ha sido recibida con alivio (incluso por muchos que votaron por él). Si se hubiera salvado esta vez, en dos o tres meses el fantasma de la vacancia probablemente habría vuelto a rondar sobre él. Su permanencia solo hubiera prolongado la incertidumbre y la agonía.
Volviendo al fin de semana, la principal razón para el optimismo que se vivía en Perú no fue Vizcarra, sino el muy buen triunfo de la selección sobre Croacia. La gente cree que la selección peruana puede hacer un buen Mundial.
¿Qué significa todo esto? ¿Que el fútbol tapa o mitiga el desastre político? En parte, pero no solo eso. Lo que ha llamado la atención de estos últimos días en Perú es la normalidad con que los peruanos han continuado con sus vidas, como si no hubiera ocurrido nada. En otros tiempos, una crisis política como la que acaba de vivir Perú habría sumido al país en el caos.
Que la gente esté más interesada en el álbum Panini o en el partido de su selección no implica necesariamente frivolidad o apatía. Perú ha logrado tal nivel de estabilidad que la más grave crisis política que ha vivido desde el fin del fujimorismo no ha afectado el ánimo ni la vida de sus habitantes. El país sigue avanzando pese a sus políticos.
Por supuesto, esto no debe llevar a engaño a nadie. El desastre político siempre pasa factura. Ningún país puede desarrollarse sin instituciones sólidas. Pero que el Perú haya superado la crisis política como lo hizo es positivo. (International Press)
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