Antonio Hermosín / EFE
El psicodélico universo de la artista nipona Yayoi Kusama protagoniza desde el martes una gran retrospectiva en Tokio, que también incluye las últimas obras de una creadora que concibe su arte como terapia y como camino hacia la eternidad.
«Yayoi Kusama: Mi alma eterna» reúne 270 piezas de la artista nipona viva más reconocida a nivel mundial, que van desde algunos de sus dibujos de niña hasta su nueva serie de lienzos a gran escala, en la que aún trabaja y donde afloran todos los elementos de su inconfundible obra.
Una explosión de colores vivos y formas orgánicas recibe al visitante en la vasta sala principal del Centro de Arte Nacional de Tokio, estancia cuyas paredes han sido cubiertas con más de un centenar de acrílicos, y también decorada con tres gigantescas esculturas lacadas.
Kusama, de 87 años, apareció en este escenario ante un enjambre de periodistas expectantes durante la inauguración de la muestra, llevada en silla de ruedas y ataviada con una peluca rojo brillante y un vestido de lunares negros y amarillos, como si fuera una más de sus llamativas piezas.
«Hoy siento la mayor de las alegrías. Creo que mi arte seguirá viviendo después de que yo muera», dijo una sonriente Kusama mientras saludaba a las cámaras en una de sus escasas apariciones públicas.
Nacida en la ciudad de Matsumoto (prefectura de Nagano, centro de Japón), la artista emigró a Nueva York a finales de los años 50 para hacerse un nombre entre las vanguardias artísticas, y pese a su éxito regresó a Tokio en 1973 debido al empeoramiento de los problemas mentales que padece desde su infancia.
Desde entonces, reside de forma voluntaria en un psiquiátrico y trabaja en su estudio de Tokio -ella misma define sus creaciones como «arte-medicina»-, y ha desarrollado una carrera que le valió primero el reconocimiento internacional y más tarde en su propio país.
Fue Kusama quien decidió que el título de su última y ambiciosa serie de lienzos («Mi alma eterna») bautizara también la exposición que puede verse en la capital nipona hasta el próximo 22 de mayo.
«La serie es un compendio de todo lo que ha experimentado y logrado durante sus 70 años de carrera», afirmó en la presentación el comisario de la muestra, Yusuke Minami, quien también destacó la «extremada riqueza de formas y temas» de los 132 acrílicos expuestos, cada uno de ellos de hasta cuatro metros cuadrados.
Pero no todo es exuberancia en su obra. Kusama ha atravesado fases creativas introspectivas y oscuras menos conocidas, como reflejan los lienzos expuestos «Acumulación de cadáveres» o «Sueño persistente».
Esos óleos y dibujos están datados cuando la artista tenía apenas veinte años y pintaba para huir de sus miedos, en una época en la que vivía atormentada por sus alucinaciones y por una problemática situación familiar.
En su posterior etapa en Nueva York, también recogida en la muestra, Kusama comenzó a experimentar con texturas y patrones, y forjó su estilo a partir de las influencias del «action painting» y las corrientes minimalista y pop.
La nipona fue una de las primeras artistas asiáticas en ser reconocida en la escena occidental, en borrar las fronteras entre pintura, escultura e instalaciones y en atreverse con tabúes como el sexo o el suicidio, explorados a través de múltiples disciplinas como el collage o la performance.
Aunque según Kusama el culmen de su trayectoria está aún por llegar, sus creaciones más populares en la actualidad son quizás sus «esculturas suaves» y sus «pinturas en red», figuras o lienzos cubiertos con patrones repetidos insistentemente.
La exposición permite contemplar la evolución desde sus provocadoras sillas y escaleras forradas con objetos fálicos que atrajeron la atención de la crítica en los años 60, hasta sus icónicas calabazas con lunares, que han desfilado por museos de todo el mundo e inspirado muebles y bolsos de lujo.
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