Marta O. Craviotto / EFE
Recitan oraciones en latín, portugués y japonés transmitidas oralmente de padres a hijos desde hace más de 400 años: los «kakure kirishitan», o cristianos ocultos, representan el bastión más secreto, y cada vez más reducido, del cristianismo en Japón.
Los rezos, en idiomas que ni siquiera conocen, se preservan únicamente en la memoria de estos creyentes, descendientes de quienes en el pasado se vieron obligados a esconder su fe para huir de la persecución, la tortura y el asesinato.
El cineasta estadounidense Martin Scorsese recupera ahora su historia y presenta «Silencio» (Silence, 2016), una película protagonizada por Andrew Garfield y Liam Neeson, que se estrena el 6 de enero en España.
El filme, basado en la novela homónima del nipón Shusaku Endo (1923-1996) publicada en 1966, narra la desesperación de los misioneros jesuitas portugueses en el siglo XVII al toparse con el silencio de su Dios frente a las torturas infligidas por las autoridades japonesas a los cristianos.
El concepto «kakure kirishitan» se remonta a los años posteriores a la derrota de los campesinos japoneses -en su mayoría cristianos- frente al shogunato (gobierno militar nipón) Tokugawa en la Rebelión de Shimabara (1637-1638).
Hasta entonces, y desde que el misionero español Francisco Javier lo introdujera en Japón en 1549, el cristianismo había sido -con alguna excepción- bien recibido, prosperando sobre todo en la isla meridional de Kyushu, con Nagasaki como centro de la Iglesia.
Hacia finales del siglo XVI se hablaba de más de 300.000 conversos al cristianismo.
Sin embargo, los poderosos señores feudales japoneses creyeron que la introducción de una religión extranjera debilitaría su poder: hubo entonces alrededor de 5.500 cristianos asesinados en Japón, según algunas estimaciones.
Ante la persecución, el cristianismo se vio obligado a disfrazarse.
La religión occidental estaba poco consolidada en Japón por aquel entonces, por lo que las creencias se mezclaron con las religiones previamente existentes -principalmente el budismo- y dieron lugar a una religión híbrida.
«Dado que la mera traducción produjo muchos malentendidos (distinto concepto de Dios), se tendió a usar palabras extranjeras (latinas, portuguesas, españolas)», explica a Efe Renzo De Luca, sacerdote argentino y director del Museo de los 26 Mártires en Nagasaki.
Entre sus oraciones se escuchaban «padrenuestros», «avemarías» y «salves».
Con el paso del tiempo, sin embargo, las figuras de los santos y de la Virgen María fueron adquiriendo una apariencia cada vez más similar a las tradicionales estatuas de Buda, y las plegarias fueron adaptadas a los cantos budistas.
«Sus oraciones y celebraciones fueron disfrazadas para que no desvelaran su contenido cristiano y evitar sospechas y persecución. Por ejemplo, (…) en vez de usar pan y vino, celebran la Misa con arroz y ‘sake’ japonés», añade De Luca.
Tras la prohibición del cristianismo en el país, la ausencia de sacerdotes dejó en manos de personas ajenas al clero el bautismo de nuevos cristianos.
Con la reintroducción del cristianismo en Japón a mediados del siglo XIX, algunos «kakure kirishitan» volvieron a unirse a la Iglesia y en la actualidad los cristianos representan menos del 1 por ciento de la población.
Otros no reconocieron al catolicismo como fe original de sus ancestros. Siglos de ocultación y aislamiento habían transformado su religión en un culto totalmente diferente, rodeado aún en la actualidad de un aura de misterio.
Una vez fueron alrededor de 150.000, aunque se estima que solo quedan algunos centenares de «kakure kirishitan» en la actualidad.
«Creo que estamos llegando al final de un movimiento religioso que tuvo su significado en una situación social que ya no existe. Por lo tanto. ha perdido gran parte de su significado», concluye De Luca.
Con el estreno de «Silencio», Scorsese cumple ahora su sueño de casi 30 años: llevar a la gran pantalla el origen de este misterioso culto nipón a punto de desaparecer.
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