Hace poco se hizo público el caso de un estudiante de 13 años que migró de Fukushima a Yokohama tras el accidente nuclear en 2011 y fue víctima de ijime.
Otro caso ha salido a la luz a través de Asahi Shimbun. Un menor de Fukushima que actualmente estudia secundaria en Tokio fue maltratado no en una, sino en varias escuelas.
El chico resaltó la necesidad de hablar en voz alta sobre casos como el suyo para que el público conozca la verdadera imagen del ijime.
Cuando abandonó Fukushima, el menor estudiaba en segundo grado de primaria. En su nueva escuela, pronto fue víctima de ijime, tanto de niños como de niñas que le decían cosas como:
«Nos vas a contagiar tus gérmenes».
«Lo que tocas se contaminará».
Otro le sacó en cara que viviera en una casa de manera gratuita (por ser un damnificado por el desastre nuclear).
A la hora del almuerzo se formaban varios grupos de los que él estaba excluido. Una vez el chico quiso unirse a un grupo empujando su carpeta hacia ellos, pero el profesor llamó a sus padres para decirle que su hijo debía mejorar su comportamiento porque estaba «inquieto».
El niño comenzó a negarse a ir a la escuela y fue transferido a otra, pero las cosas no cambiaron. Un profesor lo presentó delante de todo el colegio como un evacuado de Fukushima. Lo estigmatizó.
El niño debió escuchar de sus nuevos compañeros de estudios preguntas sobre cuánto dinero de compensación había recibido su familia o que seguro vivía en una casa bonita y gratis solo por ser evacuados.
El chico felizmente no se hundió y entendió que tendría que hacerse fuerte.
En un ambiente que diluye la individualidad y la diferencia, él era visto como “un individuo con un rasgo anormal».
Cuando el niño estaba en quinto grado, su mamá, que hasta entonces se había abstenido de hablar sobre la situación de su hijo para no afectar a otros evacuados de Fukushima que asistían a la escuela, decidió abordar el problema con el profesor del niño. Su paciencia se había agotado.
Hablar funcionó, porque el profesor tomó cartas en el asunto y el ijime desapareció… en la escuela, pero no fuera de ella. En el juku (escuela especial) al que asistía también había chicos de su escuela, que informaron a los demás de que era de Fukushima. Las burlas volvieron.
Una vez un estudiante tiró uno de sus zapatos al lavabo y le dijo: «Esta es su casa».
Otro estudiante le mostró una botella con restos de comida dentro de ella y le dijo que dejería de hacerle ijime si la comía. El chico se armó de valor, le hizo frente al agresor y avisó a su mamá.
Después de que la madre informó al juku, la situación mejoró.
La pesadilla parece haber quedado atrás. El chico se lleva bien con sus compañeros de secundaria. Aunque se enteraron casualmente de que era un evacuado de Fukushima, no por ello lo molestaron.
«Yo tenía la impresión de que no era igual a mis compañeros en primaria debido a que era un evacuado», dice el menor a Asahi.
En un ambiente que diluye la individualidad y la diferencia, él era visto como “un individuo con un rasgo anormal».
La familia del chico recibió una compensación, pero solo una parte de lo que les correspondía por ser evacuados, dicen los padres. Y tendrán casa gratis solo hasta marzo.
Por ello, el chico está muy preocupado por su futuro, pues no sabe qué será de sus vidas después de eso.
Volviendo al ijime, el líder de una organización que agrupa a los evacuados de Fukushima en el área metropolitana de Tokio, revela que han recibido otras cinco quejas de bullying.
Los niños de Fukushima son llamados “gérmenes” o “sucios”, dice, motivo por el cual exige acciones firmes por parte de las autoridades escolares. (International Press)
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