Por Carlos Meneses
El humilde Chapecoense brasileño se disponía a disfrutar de su primera final en un torneo internacional, un hito que sorprendió a todo un continente por el ascenso meteórico que experimentó el club a nivel deportivo en los últimos años.
Con sede en la ciudad de Chapecó, en el estado de Santa Catarina, sur de Brasil, «El huracán del oeste», como apodan al equipo, llegó a la máxima categoría del fútbol brasileño en 2014 y dos años después se clasificaba para la final de la Copa Sudamericana, que iba a disputar contra el Atlético Nacional de Medellín.
En 2007 ya saboreó lo que era ganar un título como el campeonato del estado y un año antes se quedó con la Copa Santa Catarina, triunfos que certificaron su viabilidad como club tras los problemas económicos que estuvieron a punto de hacerle desaparecer.
Después de unas malas administraciones, en los primeros años del nuevo siglo, los gestores del club decidieron cambiar el nombre oficial del equipo a Associação ChapecoenseKindermann/Mastervet, limpiar las deudas y renacer con un proyecto deportivo a largo plazo que dio sus frutos en muy poco tiempo.
Tal es la modestia de este equipo que la directiva del Chapecoense tuvo que ponerse a buscar un estadio la semana pasada para jugar el encuentro de local de la final Sudamericana ya que su casa, el Arena Condá, no cumplía con las exigencias de la Conmebol al no tener capacidad para más de 40.000 aficionados.
Y es que «El Chape» es un equipo relativamente joven, pues fue fundado el 10 de mayo de 1973 y la mayor parte de su historia la ha pasado en categorías inferiores disputando torneos estatales.
Con su ascenso al Campeonato Brasileño se convirtió en el equipo referencia e icónico de un estado sin grandes clubes a nivel regional pero con una gran rivalidad que mantiene con Joinville, Figueirense, Avaí y Criciúma.
En su primer año en la primera división del fútbol brasileño se clasificó para jugar la Copa Sudamericana y llegó hasta los cuartos de final, donde fue eliminado por el todopoderoso River Plate argentina.
El Chapecoense no cesó en su empeño de querer hacer algo grande en un torneo internacional y repitió esta temporada, pero con un resultado a todas luces de histórico al llegar a la final.
Superados los argentinos del Independiente en octavos de final tras una tensa tanda de penaltis, pasó con soltura los cuartos ante Junior de Barranquilla y sobrevivió ante el San Lorenzo, también de Argentina, y que ya había conseguido el título de la Sudamericana en 2002.
Los pupilos del entrenador Caio Júnior se caracterizaban por un carácter aguerrido, el mismo de su grada, y sus armas más fuertes eran la velocidad de Ananías en ataque, el acierto goleador de Bruno Rangel y, sobre todo, la experiencia del volante Cléber Santana, de 35 años, conocido por su paso por el Atlético de Madrid y el Mallorca.
La defensa era otro de sus pilares ya que su portero, héroe en el último partido de semifinales contra el San Lorenzo al sacar un pie milagroso en el último minuto, solo había sufrido cuatro goles en los últimos siete partidos y solo uno de ellos fue de local.
Es por eso que se ganó el apodo de «El Huracán del Oeste», por el sentimiento de lucha de sus aficionados y también por su ubicación geográfica al estar Chapecó, en la región oeste de Santa Catarina, una ciudad de unos 200.000 habitantes que hoy llora la desaparición de un equipo que tocó la gloria con sus manos. EFE
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