“En mis tiempos los goles de penal no se festejaban…”, decía Di Stéfano
Por: Jorge Barraza
“En mis tiempos los goles de penal no se festejaban, se entendía que no había motivo; si era como un acto de fusilamiento…”, contó Alfredo Di Stéfano en su autobiografía Gracias, vieja. Ahora hay un gol desde los doce pasos y el autor da una vuelta olímpica revoleando la camiseta. ¿Qué cambió…? Muchas cosas, sobre todo, el contexto: antaño el cobrador tenía todas las de ganar, ahora la ventaja cambió de lado: 1) El exitismo feroz de hoy, la tremenda presión sobre el ejecutor, millones de ojos que lo están mirando, que si falla es un paquete y si anota no hizo nada extraordinario, apenas lo que debía. 2) La preparación atlética de los arqueros, que les permite reaccionar como resortes. 3) La información. Gracias al video, los porteros estudian a los ejecutantes, que desde luego no rematan siempre al mismo lugar, pero muestran una tendencia: amagan, tiran a colocar, fuerte y al medio, a su lado izquierdo si es derecho, al otro si es zurdo… 4) Los guardametas ya no se arrojan por arrojarse a una punta cualquiera, adivinando; esperan hasta el último instante a ver hacia dónde sale el disparo y, si este no es lo suficientemente fuerte y esquinado, lo tapan. 5) Los rematadores amagan, pero los arqueros también. Y además se adelantan y achican el arco. Y una vez que el portero tapó, al juez le cuesta hacer repetir el tiro por adelantamiento. 6) También juega la boquilla. El que patea está mudo, tenso; el arquero, confiado, le hace señas de que le tire a tal o cual punta, le habla, le trabaja la moral.
Todo está a favor de los arqueros. La responsabilidad de convertir se ha agigantado de tal modo que bloquea la mente del rematador. Nelson Vivas, actual DT de Estudiantes, confesó en días pasados: «En el Mundial ’98, el primero que abrazó a Roa tras atajar el último penal frente a Inglaterra fui yo. Más que por el triunfo, por la alegría de no tener que patear: el siguiente en la lista era yo».
Esta semana vimos cómo un goleador notable -y un “9” técnico y exquisito-, el francés Griezmann, volvió a fallar un penal en Atlético de Madrid 1 – Bayern Múnich 0. Remató 6 penales en el equipo colchonero y falló 4, dos por Liga Española y dos por Champions. El dato adquiere mayor dimensión por tratarse de un jugador de espléndida pegada. A Antoine le pasa lo que a muchos: de lejos y con la bola en movimiento es capaz de colocarla en los ángulos; teniendo al arquero servido a 11 metros, se le complica.
Pero no es Griezmann sólo, todos están fallando muy seguido. En contraposición, el domingo anterior, el “1” brasileño Diego Alves, del Valencia, marcó un récord en España al tapar su penal número 17 en la Liga. ¡Le tiraron 37 y atajó 17…! El 44,44% de detenciones. Está muy cerca de parar un lanzamiento de cada dos que le ejecutan. El domingo se lo tapó a Szymanowski, un argentino del Leganés, pero le ha detenido a Messi, a Cristiano Ronaldo dos, a todos los mejores artilleros. Alves es muy ágil y espera hasta el final para ver dónde va la pelota. Su eficacia es tan extraordinaria que el segundo más atajador, Andoni Zubizarreta, contuvo 16 tiros, pero sobre 103 ejecuciones, a un promedio muy inferior de 15,53%.
“Los penaltis son una guerra psicológica”, admite Alves, que saltó del Atlético Mineiro al Almería, donde se hizo notar, y ahora brilla en el Valencia. “El arquero debe estar relajado y entrar en la cabeza del que tira. Yo veo los videos de los que patean y analizo qué lado prefieren y cómo inclinan el cuerpo al patear. Los últimos pasos antes del tiro son fundamentales”. Alves tiene apenas 26 años, por lo que podría convertirse en el máximo parapenales de todos los tiempos.
En mitad de semana, Independiente y Belgrano quedaron eliminados por penales ante Chapecoense y Coritiba. A nadie puede sorprenderlo: históricamente, los brasileños son excelentes rematadores y los argentinos bastante malos. Pero lo de Independiente es más triste porque se fue de la Copa con dos triunfos, dos empates, 3 goles a favor y ninguno en contra. Es decir, invicto en todo. Y en la serie definitoria estuvo tres veces arriba para ganar y aun así perdió. El técnico Gabriel Milito reconoció antes del partido que no habían practicado penales “porque el contexto de una definición es totalmente distinto al de los ensayos en un entrenamiento”. Inadmisible en esta época. Todos los tiros errados por Independiente -cuatro- fueron suavecitos, anunciados y no esquinados. Ejecuciones penosas que facilitaron la tarea del buen golero Danilo. El puntero Rigoni hasta se permitió rematar de derecha siendo zurdo. Desde luego se lo pararon. Ya no se puede tirar más un penal suavecito y casi al medio, lo tapan. Dadas las actuales circunstancias y el crecimiento de los arqueros, tal vez Milito, y todos los entrenadores, debieran hacer prácticas de penales más que nunca.
“En un penalti, la mente manda”, dice Pichi Alonso, delantero del FC Barcelona en los ’80, hoy comentarista. Pichi era penalero en sus años en activo. Y agrega: “El primer gran requisito de todo lanzador es estar plenamente convencido de que va a marcar el gol. En caso contrario… que lo lance otro”. Por eso fue brillante la advertencia de Guillermo Barros Schelotto, el mismo miércoles, antes de la definición con Lanús por la Copa Argentina. Juntó en el medio a los jugadores y les dijo: “El que elija patear que lo meta, eh…”.
Otra de Pichi Alonso: “Algo tan simple, a veces es muy complicado. ¿Cómo explicar que tres estrellas del calado de Messi, Neymar o Luis Suárez fallan de forma reiterada una pena máxima, y siguen ejecutándola…? La confianza es la clave: un penalti no es más que un disparo fácil, a corta distancia y frente a una portería de grandes dimensiones. Las dudas, en la mayoría de casos, y la habilidad del portero hacen el resto. Por experiencia propia recuerdo que, tras marcar un penalti, el siguiente lo lanzaba improvisando, apelando a la inspiración. En cambio, tras un fallo, siempre saltaba al campo sabiendo de antemano adónde disparar. A medida que las dudas eran mayores, la decisión era más clara: fuerte y a romper”. Va a haber que tomarle la palabra en esto último.
Antes, cuando se sancionaba un penal, la hinchada del cuadro que iba a rematar festejaba de antemano, todos se abrazaban, el gol se daba por hecho. Ya no. Vamos a tener que darle más valor a convertir un penal, dejó de ser un trámite. Se ha transformado en una tortura para el ejecutor. Para él es realmente “la pena máxima”.
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