COMENTARIO: Antes que Simeone, el «Toto» Lorenzo. Por Óscar González

Toto Lorenzo, dirigió al Atletico en el 73-74.

En Atlético Madrid se cuenta todo tipo de anécdota de la era del «Toto» como entrenador. Impuso el idiario del «Plin…caja!»…

 


Toto Lorenzo, dirigió al Atletico en el 73-74.
Toto Lorenzo, dirigió al Atletico en el 73-74.

 

Casi medio siglo antes de que el Cholo Simeone inculcase en los suyos el «partido a partido», otro técnico argentino, Juan Carlos «Toto» Lorenzo, grabó a fuego en el ideario de la plantilla rojiblanca un concepto similar, el «Plin…caja!», con el que el Atlético fue haciendo camino en Europa hasta alcanzar la final contra el Bayern, cuyo recuerdo se convierte, ahora, en un estímulo extra para jugadores y aficionados.

Como Simeone, el «Toto» Lorenzo vivió su etapa de jugador rojiblanco, aunque sin la impronta en forma de títulos y carisma que dejó el Cholo. Lorenzo fue un gris centrocampista, que estuvo tres temporadas en la plantilla (1954-57) antes de pasar por el Rayo Vallecano y el Mallorca.


En 1958, el club balear, por recomendación de Alfredo Di Stefano, le ofreció ser jugador-entrenador, en Tercera. Y, en tres años, el «Toto» ascendió al equipo bermellón hasta la Primera División.

Ahora, mientras se debate sobre la implicación de Simeone en el balón lanzado desde la banda el sábado para cortar un contragolpe del Málaga, es imposible no recordar a un entrenador que siempre tuvo en cuenta todos los aspectos que rodean a un partido, sean futbolísticos o no.

Del «Toto» se cuentan todo tipo de anécdotas. Cómo regaba el campo o dejaba el césped alto en función de las características del rival. Que alguna vez vertió sal en el suelo del vestuario para anular un maleficio o que puso a correr tras gallinas a los internacionales argentinos y les hizo jugar a las máquinas «flipper» para aumentar sus reflejos, cuando fue seleccionador de la Albiceleste (1962 y 1966).


Al Atlético llegó tras triunfar en San Lorenzo, con el que conquistó el doblete de 1972 y para sustituir al polémico Max Merkel, Mr. Látigo, destituido después de que, tras conquistar la Liga del 73, dijese en Alemania que los españoles eran unos vagos.

Y en el Atlético dejó su impronta. Los veteranos de aquella Copa de Europa guardan un buen recuerdo de Lorenzo, que paseó por toda Europa un cassette en el que ponía el «Qué viva España» de Manolo Escobar, para motivar a los jugadores antes de los partidos, y no se cambiaba de gabardina por superchería.


Pero, sobre todo, su nombre lo asocian al «Plin…¡caja!» que resumía su filosofía. Aludía al sonido que hacían las antiguas cajas registradoras de los comercios al cerrarse. O lo que es lo mismo: bastaba un gol para cobrar el rédito.

Confiaba en el poderío defensivo, el carácter del equipo y en la velocidad de los puntas: «los tres puñales» (Salcedo, Gárate y Becerra) con que Lorenzo bautizó su ataque tras la exhibición en Bucarest, ante el Dinamo (0-2). Luego se uniría el «ratón» Rubén Ayala, para cubrir la ausencia de Salcedo.

Los rojiblancos sobrevivieron al Galatasaray (0-0), en una época en la que jugar en Turquía era una heroicidad, sentenciaron en Bucarest y Belgrado (0-2) y salieron vivos de la «Batalla de Glasgow» (0-0). Si del actual Atlético se destaca su solidez defensiva (Oblak no ha encajado goles en 29 partidos -22 de Liga y 7 de Liga de Campeones-), aquel equipo fue inexpugnable a domicilio.

regaba el campo o dejaba el césped alto en función de las características del rival…alguna vez vertió sal en el suelo del vestuario para anular un maleficio…

Llegó a la final de Heysel, con las ideas muy claras. Pero no contaba con el rival. Un club que en Alemania se ha ganado el sobrenombre del «Bayern-Dusel». Un juego de palabras que utiliza la cacofonía (Dusel por München) para resaltar la fortuna de un equipo que ha cimentado buena parte de su palmarés sobre la suerte.

No es sólo que lograse el fichaje del jugador más importante de su historia (Franz Beckenbauer) gracias a que éste fue abofeteado por un defensa del Múnich 1860, en un partido de juveniles, cuando el «kaiser» ya había decidido unirse al 1860, que entonces era el club más poderoso de Baviera.

Aquel San Isidro de 1974, al Bayern se le iluminó un torpe central de apellido impronunciable, cuyo principal mérito era cubrirle las espaldas a Beckenbauer cada vez que éste subía al ataque. De la pierna derecha de «Katsche» Schwarzenberg que en 14 años en el Bayern no marcó más que 21 goles, salió un potentísimo disparo cuando el Atlético estaba a punto de oír el «Plin…!caja!».

Y cambió la historia. Vicente Calderón dijo aquello de que el Atleti era el «Pupas» y el sambenito persiguió al club durante décadas. El Bayern sumó las siguientes dos Copas de Europa y hasta Schwarzenberg tuvo su propia oda («Poema a Schwarzenberg» de Wolf Wondratschek) que le describe por completo: «Dos piernas sin interés por el ingenio»).

Ahora, cuarenta y dos años después, el Atlético tiene la oportunidad de cerrar la herida, con otro entrenador argentino. De oír, por fin, el «Plin…!caja¡» que le hurtaron en el último segundo en Bruselas.

 

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