Tres ministras del Gobierno de Abe visitan santuario ligado al militarismo japonés
Andrés Sánchez Braun / EFE
Japón conmemoró el sábado 70 años del fin de la II Guerra Mundial en una jornada en la que el emperador Akihito mostró su remordimiento por las agresiones pasadas, mientras los países que las padecieron echaron en falta una disculpa consistente por parte del Gobierno nipón.
En el memorial celebrado en Tokio el emperador japonés destacó su «profunda tristeza» por las «innumerables víctimas» del conflicto y su desazón por el giro militarista que dio el país cuando su padre, Hirohito, ocupaba el trono del crisantemo.
«Al reflexionar sobre nuestro pasado y teniendo en cuenta los sentimientos de profundo remordimiento en relación a la guerra, deseo que nunca vuelva a repetirse la tragedia causada por el conflicto, y con esto doy mi pésame junto con todo el pueblo japonés por todas las víctimas de la contienda», dijo durante el acto.
El primer ministro nipón, Shinzo Abe, también subrayó durante la ceremonia el «compromiso de no repetir la historia para que las generaciones venideras puedan mirar al futuro».
No obstante, la atención estaba puesta en el discurso que Abe pronunció en la víspera y en el que reflejó la postura oficial de su Gobierno con motivo de la efeméride.
Aunque en su intervención lamentó el dolor causado y mantuvo las declaraciones de anteriores Gobiernos, que en su momento pidieron perdón por las acciones del Japón imperial, Abe, conocido por sus tendencias revisionistas, evitó emitir un mensaje contundente y directo de disculpa.
Dado el historial político de Abe, cuya familia pertenecía a la cúpula del Gobierno militarista, China y Corea del Sur, dos de los países que padecieron en mayor medida la brutal colonización japonesa, llevaban tiempo instando a Tokio a que, con motivo del aniversario, pidiera perdón sin ambages.
Tras el discurso, la agencia china de noticias Xinhua, que suele replicar la postura oficial de Pekín, habló de un texto «plagado de giros retóricos» y de una «disculpa adulterada», al tiempo que las palabras de Abe tuvieron también su réplica en las de la presidenta surcoreana, Park Geun-hye.
Park habló con motivo del 70 aniversario de la independencia surcoreana, fruto de la rendición declarada por Japón el 15 de agosto de 1945 que acabó a su vez con 35 años de dominio colonial.
En su comparecencia, dijo que las palabras de Abe dejan «mucho que desear» y le instó a «demostrar con acciones coherentes y sinceras la promesa de heredar el reconocimiento que han hecho anteriores gabinetes» nipones con respecto a las agresiones de la época.
También sacó a relucir el tema de las «mujeres de confort», eufemismo utilizado para los cientos de miles de asiáticas, en su mayoría coreanas, reclutadas a la fuerza por el Ejército imperial para que sirvieran de esclavas sexuales a las tropas durante la II Guerra Mundial.
La presidenta apremió nuevamente a Tokio para que resuelva la cuestión mediante compensaciones económicas para las escasas víctimas supervivientes (a día de hoy son solo 47 y su edad media es de 90 años).
Japón, por su parte, defiende que las compensaciones quedaron resueltas cuando ambos países retomaron relaciones en 1965 y el entonces presidente surcoreano, Park Chung-hee (líder de la junta militar y padre de la actual presidenta) aceptó fijarlas en unos 360 millones de dólares, según reflejan documentos diplomáticos.
En cualquier caso no parece que vaya a ser precisamente Abe, que meditó este año revisar una disculpa oficial de 1993 por el caso de las esclavas sexuales, el que vaya a dar un paso para acercar posturas en este terreno.
Por otro lado, el que tres ministras de su Gobierno visitaran en Tokio el polémico santuario de Yasukuni, ligado al pasado militarista del país, contribuye aún más a mantener abiertas las heridas en la región.
El primer ministro está además embarcado en una reforma militar que no solo despierta gran rechazo interno por suponer el fin del espíritu pacifista que Japón ha defendido en su Constitución desde hace casi 70 años, sino que, en el contexto actual, hace recelar a Pekín y Seúl.
Todo ello depara un escenario en el que, a falta de gestos o palabras más rotundas (en la línea de las pronunciadas por Akihito), las viejas rencillas de Asia nororiental están lejos de ser resueltas.