«El pasado no se puede cambiar, pero sí se puede aprender de él», afirma un superviviente
Antonio Hermosín / EFE
Los habitantes de Nagasaki evitan en lo posible recordar los horrores de la bomba atómica, pero tampoco quieren que la tragedia caiga en el olvido cuando se cumplen 70 años del acto bélico decisivo para la victoria de los aliados.
Esta ciudad al suroeste del archipiélago nipón fue prácticamente la única puerta abierta al mundo durante la etapa de máximo hermetismo de Japón, y por ella se introdujeron en el país el cristianismo, el ferrocarril o la cerveza, entre otras influencias exteriores.
Sin embargo, su nombre pasó a la historia el 9 de agosto de 1945, cuando el destino quiso que fuera la segunda ciudad atacada con la bomba atómica, tres días después de Hiroshima y mientras la cúpula militar nipona aún trataba de digerir tan devastador golpe.
Aquél día, el bombardero estadounidense B29 «Bockscar» sobrevoló hasta en tres ocasiones su objetivo prioritario, Kokura (a unos 150 kilómetros de Nagasaki), pero la nubosidad excesiva y la escasez de combustible obligaron al comandante a cambiar de rumbo y soltar su carga sobre la segunda opción en la lista.
Joji Fukahori estaba en el colegio esa mañana. Cerca de las 11.00 oyó el zumbido característico de los aviones enemigos y se extrañó, ya que las alarmas antiaéreas sólo habían sonado horas antes y las clases continuaron con normalidad.
De repente oyó un estruendo indescriptible, vio por la ventana «un resplandor blanco y una enorme nube rosada» y se refugió bajo su pupitre mientras le envolvía un denso manto de humo y cenizas, según relata en una entrevista a Efe.
Más de 74.000 personas perecieron en el acto y otras 63.000 murieron posteriormente por la radiación y las heridas causadas por la explosión, que barrió del mapa la tercera parte de la ciudad y prácticamente la totalidad de su área industrial.
La bomba «Fat Man» era más poderosa que la usada en Hiroshima («Little Boy»), pero su capacidad destructiva quedó limitada por el afecto de contención que ejerció la orografía de la ciudad, situada en una bahía alargada y flanqueada por valles.
Fukahori tenía 14 años y salió ileso gracias a que su escuela se ubicaba a 3,5 kilómetros del epicentro de la explosión. Su casa, en cambio, estaba a sólo 600 metros. Su madre y sus dos hermanos perecieron en el acto, mientras que su hermana menor murió después de que él la hallara herida y tratara sin éxito de auxiliarla.
«Durante mucho tiempo, no he querido recordarlo ni hablar de ello», admite el superviviente, que ahora tiene 84 años. Hace sólo seis que se decidió a hacerlo porque le quedaba «poca vida por delante», y desde entonces ha recorrido centros escolares de todo Japón contando su historia.
Es uno de los más de 34.000 «hibakusha» (como se conoce en japonés a los supervivientes de la bomba atómica) que quedan en Nagasaki, y pese a que resultó expuesto a altas dosis de radiación, sólo sufrió una leucopenia (disminución de glóbulos blancos) que le mantuvo en cama 6 meses cuando era niño, y hoy goza de buena salud.
«El pasado no se puede cambiar, pero sí se puede aprender de él», afirma Fukahori, a quien no le tiembla el gesto al mostrar fotos de víctimas calcinadas, del área arrasada donde se hallaba su casa o los puntos exactos donde encontró a sus familiares muertos.
El «hibakusha» lamenta que algunos jóvenes nipones «no se tomen en serio lo que sucedió o ni siquiera lo sepan», especialmente aquellos de áreas de Japón menos castigadas durante la II Guerra Mundial.
No es el caso de Tomoko Ide, una joven de Nagasaki de 30 años que estudió en el colegio Yamazato, donde la mayoría de los alumnos y docentes murieron en 1945 por la explosión atómica.
Tenía sólo 6 años cuando sus profesores empezaron a hablarle sobre la bomba, y la crudeza de los hechos la dejó «traumatizada» y le causó pesadillas durante un tiempo, según explica a Efe.
«Ahora amo a mi ciudad y que se haya convertido en un símbolo mundial de la paz, pero me cansa la gente que utiliza a Nagasaki con fines políticos», añade Ide, quien es partidaria de «vivir el presente y mirar al futuro, sin olvidar el pasado».
Sus preocupaciones son las mismas de otros jóvenes nipones de la actualidad, como conseguir un empleo digno, compaginar vida profesional y familiar, o los planes del Gobierno para reinterpretar la Constitución pacifista y reactivar las centrales nucleares tras la catástrofe de Fukushima de 2011.
«Estoy en contra de cualquier método militar, y también contra cualquier uso de la energía nuclear. Creo que el hombre nunca podrá controlarla», señala por su parte el «hibakusha», quien recuerda cómo «enfermó y murió mucha gente» por beber agua contaminada por la radiactividad de la bomba, cuando aún se desconocían sus efectos.
«Mi deseo es que los habitantes de Nagasaki seamos los últimos en vivir algo así», añade Fukahori.
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